A los profesores interinos se nos ha abierto otro frente –además
de los nuevos criterios de baremación en las oposiciones, que relegan la
experiencia a un 15% frente al 80% de la nota de examen.
En la hoja de solicitud de puestos voluntarios para los
profesores interinos de cara al curso 2013-2014 han desaparecido las aulas
hospitalarias, compensatoria y educación de adultos. Casualmente, el Ministerio de
Educación, en su resolución del 18 de abril, convocó ayudas a entidades
privadas para que realicen actuaciones dirigidas a alumnos con necesidades
especiales. Es decir, se suprimen puestos desempeñados por docentes interinos
para que los asuman becarios que no ha superado la oposición.
A todo esto, en unos días miles de profesores interinos
nos iremos al paro con la duda de si trabajaremos o no el curso que viene, y en
caso de hacerlo, bajo qué condiciones.
Olvídense de nuestro apellido –interino–, somos funcionarios. Tenemos aprobada la oposición.
Acumulamos años de experiencia en el sector educativo. Conocemos el currículum
de nuestras especialidades. Tenemos herramientas pedagógicas para inculcar
valores, enseñar conocimientos y detectar y solucionar problemas cognitivos y
de convivencia en el aula. ¿De verdad creen que somos prescindibles? ¿De verdad
alguno piensa que la Escuela Pública gana sustituyéndonos por becarios que se
acaban de licenciar?
Imaginen que piensan abrir un negocio privado. ¿A quién
contratan? ¿A profesionales con años de experiencia, amantes de su oficio, para
quienes su trabajo no tiene misterios? ¿O a recién titulados con vocación pero
sin tablas? No digo con esto que haya cerrar las puertas a quienes deseen
incorporarse por primera vez a un sector laboral. No. Lo que digo que el grueso
de la plantilla ha de ser cualificada y que sólo un bajo porcentaje debe
provenir de fuera –y por supuesto, en nuestro caso, debe superar unos duros
procesos selectivos–. Carece de sentido mandar al paro a miles de trabajadores
formados por su empresa, que han ocupado puestos de responsabilidad a lo largo
de años, y remplazarlos luego por una plantilla voluntariosa pero inexperta.
¿Confiarían una operación de corazón a un becario bisoño
que jamás ha puesto la teoría en práctica, ni tan siquiera ante un tribunal de
oposición? ¿Piensan, acaso, que la educación de sus hijos es menos importante y
puede estar en manos de cualquiera?
Con la excusa de la crisis se está poniendo en peligro la
Escuela Pública. Tras el despido de 22.600 profesores –en dos cursos–y la
previsible sustitución de otros miles por becarios y miembros de ONGs, se
esconde un programa de destrucción.
¿Lo van a permitir?
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