martes, 9 de diciembre de 2025

La edad infinita

 La edad infinita, Miriam Reyes. Editorial Tránsito. 2025. 181pp.



Según establece el Segundo Principio de la Termodinámica, los sistemas complejos tienen a su desestructurarse. La entropía es un proceso irreversible. Todo tiende al desorden (y a la muerte). Una lectura en clave existencial de este principio de la Física nos lleva a interpretar la vida como un proceso que tiende hacia el desequilibrio. Una vida perfectamente organizada, antes o después, se desmorona. La vigas que sostienen nuestra realidad se acaban oxidando. Los muros que nos protegen se acaban venciendo. De eso va, en parte, La edad infinita. De los estragos que hace sobre su pequeña protagonista el paso del tiempo. La integridad estructural de su infancia en Ourense se ve amenazada en los primeros compases del libro por un viaje a Venezuela. Su cálida existencia junto a sus abuelos, se enfría. El montón de paja perfectamente apilado que era su niñez se dispersa y se pierde para siempre. Pero, de modo simultáneo, esta ópera prima de Miriam Reyes nos habla de un principio diferente. El biólogo Paul Kammerer propuso a comienzos del siglo XX una ley física a la que denominó Ley de Serialidad. Según ésta, todo en el universo propende a la unidad. Existe en el cosmos una fuerza de atracción que junta a las personas o las personas con el mundo que les ha tocado en suerte porque comparten algún tipo de afinidad. En clave existencial deducimos que en la vida se dan coincidencias que, en el fondo, están cumpliendo un mandato superior. La protagonista de la novela, desde la edad adulta, es consciente de que su marcha a Caracas obedecía a un propósito (“la niña te estaba predestinada”). De ahí su obsesión por la enumeración de coincidencias entre la biografía de la niña y los hitos históricos del país de acogida.

     Miriam Reyes dirige a su relato a Venezuela. La novela es un acto de amor al país caribeño. A veces hay que poner por escrito lo vivido para poder soltarlo. Una vez redactada la memoria de lo vivido se encuentra al fin la paz y es posible proceder a la despedida. Lo amado quedará para siempre en esas páginas. Y lo odiado también. Quienes venimos disfrutando de la obra poética de Miriam desde sus comienzos (allá por 2001, cuando publicó Espejo negro en la desaparecida DVD) conocemos ahora el detonante del vacío, de la rabia, de la transitoriedad, del desarraigo, de la construcción de barreras y de la búsqueda de amarres que leemos en sus poemarios.

     Una edad infinita es una suerte de novela biográfica en la que Miriam Reyes se vuelca por completo. Pero trasciende la mera memoria y a ratos flirtea con el ensayo, descubriéndonos preocupaciones inéditas de la autora. En efecto, leemos capítulos en clave filosófica (cap. 16), ecológica (cap. 1), anticapitalista y anticolonialista (cap. 22). También abundan preciosas reflexiones sobre el lenguaje y su importancia en la construcción de la identidad. Esa niña, según aterriza en Venezuela (cap. 7),


     se lleva a la boca nombres venidos de otras latitudes, traídos en maletas, en sacos, en bodegas de barcos […] La música de la lengua más alegre que nunca, explotando en sus oídos.


     De hecho, no faltan en la obra riquísimos rasgos de oralidad, tan propios de la última narrativa española (Panza de burro, Canto yo y la montaña baila).

     Igualmente, descubrimos en la novela otras voces de Miriam, como la siguiente, contemplativa y espiritual:


     Me convierto en un mangle rojo, con raíces como grandes nidos, mitad bañadas en el agua ligeramente salada de la Laguna, mitad dejándose acariciar por su aire cálido. Maraña de raíces poblada de pequeños animales acuáticos y terrestres. Me veo adormilada entre los otros mangles, pensando en el valle mientras los peces desovan en mis raíces. Un mangle rojo que desea vivir en el manglar.


     Este pasaje expresa el “individualismo moral” que reclama la deep ecologyExacto, reivindica el derecho a la vida y a la realización de todos los seres que habitan el mundo. Además, reclama la interconexión entre los seres humanos y el conjunto de la biosfera (cap. 17).

     Por otro lado, también descubrimos una voz sardónica: la retranca gallega que, leído lo leído, se ve que va en los genes. Escribe sobre el día de la Fiesta Nacional de España (p. 135):


     Allí se dice [en el decreto ley] “la fecha elegida simboliza la efeméride histórica en la que España inicia un período de proyección lingüística y cultural que va más allá de los límites europeos”. No puedo creer lo que estoy leyendo. ¿Es el nacimiento de un nuevo eufemismo? No es que ponga en duda que invadir y colonizar un territorio sea la manera más drástica y rotunda de proyección lingüística y cultural que pueda existir…


     La edad infinita se inspira en la experiencia vital de Miriam Reyes en Venezuela, desde los ocho años a los veintiuno. Lo curioso es que el interlocutor de su discurso es todo un país. El texto está narrado en tercera persona. Quien habla se dirige a un tú para hablarle de un ella. La autora se objetiviza, establece una distancia temporal con aquella que fue. Sin embargo, no es una distancia afectiva. De ahí las alusiones constantes a la niña, a la que se refiere con ternura y conmiseración. Ese distanciamiento brechtiano le ayuda a analizarla y a comprenderla. Se trata de una barrera más. Las personas no duran para siempre, la realidad es líquida y hasta el propio sujeto deviene con el tiempo en otra cosa que es irreconocible. Desde los ocho años esa pequeña aprendió a poner escudos para que no la hiriesen, cultivó su mundo interior habida cuenta de que sus progenitores no le prodigaban ni el cariño ni la atención que necesitaba y se mimetizó con el entorno para pertenecer y anclarse.

Novela dura a ratos, inteligente y desgarradora, La edad infinita demuestra las dotes narrativas de su autora. Ya sabemos que Miriam también vivió poco después en Holanda... ¿Le inspirará en el futuro un segunda obra cuasibiográfica?    



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