miércoles, 29 de noviembre de 2023

Te di ojos y miraste las tinieblas

Te di ojos y miraste las tinieblas, Irene Solà. Tradc. Concha Cardeñoso. Anagrama. Barcelona. 170 páginas.

  

En la literatura española encontramos dos obras clásicas en las que los personajes mantienen un trato estrecho con el diablo. Me refiero a La Celestina (Fernando de Rojas, 1499) y a El Diablo Cojuelo (Luis Vélez de Guevara, 1641). Como recordarán, la alcahueta invoca al “señor de la profundidad infernal” para conseguir que Melibea se enamore de Calisto. El demonio se oculta en el hilado de la muchacha, una vez que la bruja ha preparado un hechizo amoroso con aceite de víbora y sangre de murciélago y cabrón. El maleficio funciona y la pasión de la joven no se hace esperar. En la novela picaresca, por su parte, Leandro libera al Cojuelo -que estaba encerrado dentro de una redoma- y este lo recompensa mostrándole los entresijos ocultos de la corte, a modo de maestro que enseña a su discípulo las hipocresías del mundo. Sin embargo, salvo en los Siglos de Oro, esta íntima relación entre el diablo y los personajes de ficción no es usual en nuestra producción literaria. Esta es, por tanto, una de las novedades que nos regala Irene Solà en su última novela: Te di ojos y miraste las tinieblas. Parece obvia la influencia de Mariana Enríquez en esta puesta en valor del culto satánico. La escritora argentina describe macabros rituales en Nuestra parte de noche. Dicho esto, la autora catalana aborda el tema de la brujería desde una perspectiva local. Dialoga con el folclore pirenaico, a la vez que retoma motivos que ya aparecían en manuales medievales como el Malleus maleficarum (El martillo de las brujas, 1486). Vamos a verlo. Te di ojos relata la historia de Joana y de sus descendientes. La matriarca invoca al diablo para ofrecerle su alma a cambio de un hombre “entero”. La falta del dedo meñique del futuro marido, será utilizada por ella a modo de excusa para romper el pacto, lo que genera una maldición que afectará a varias generaciones. En pago a su osadía, cada nuevo vástago nacerá con una tara diferente (sin pestañas, sin ano, sin lengua, sin memoria…). Los pactos demoniacos ya se denunciaban en el siglo XV. Sólo que aquí, Solà no los pone al servicio de la maldad o el crimen, sino de un provecho personal de tipo afectivo y/o erótico. Además, la obra recoge otro motivo tópico vinculado a las brujas: la tenencia de poderes sobrenaturales. Es el caso de Bernadeta. Este personaje, como toda bruja que se precie, domina las artes adivinatorias (lo hacía Celestina). Quien haya visto Big Fish recordará las premoniciones de la “vieja del pantano”. En su ojo blanco se revela la muerte de la persona que se mira en él. En Te di ojos, el personaje citado vaticina el aciago final de su hermano pequeño, de un grupo de soldados republicanos y hasta de la guerra civil. No obstante, como en el caso anterior, la magia no se utiliza con un fin delictivo o lucrativo, sino en todo caso, para salvar el propio pellejo. Es decir, hay brujas en el libro, y recurren a la magia negra, pero carecen de intenciones perversas. Lo perverso, en cambio, es el ambiente en el que viven y su contexto histórico. Y, por supuesto, lo es el reproche de dios. Me explico. La divinidad, ofendida, se queja a un personaje (Margarida) de que traicionase su culto: “Te di ojos y miraste las tinieblas”. Que esta estirpe de mujeres prefiriese al otro, al diablo, no será perdonado por un dios rencoroso que mirará impasible la muerte y la desgracia que se cebará con todas ellas.

 

Irene Solà se lo ha pasado en grande escribiendo su libro, y eso se nota. Sus criaturas han sido abandonadas por los poderes metafísicos. El Bien las ignora; y el Mal, pese a que atiende a sus demandas, las castiga. La muerte y la vida se reparten las cartas por igual. Ahora tienes sexo, ahora te matan. Gozas y sufres por azar. Estar aquí es un juego. Y la escritura, que es el modo más reconcentrado de la existencia, también lo es. Solà crea y destruye como un demiurgo. Eso sí, gamberro. ¿Cuál no lo es? Se deleita por igual describiendo las escenas macabras y las alegres, los descuartizamientos y los partos. De ahí su lenguaje evocador, la potencia de sus imágenes. No escribe, paladea las palabras. El libro está salpicado de cuentos y chistes de transmisión oral. Joana será la paranarradora encargada de contarlos. Pero es que, además, reconocemos la posible huella de nuestra tradición literarias en muchas de sus páginas. Pongamos un ejemplo. Cuando el Clavell secuestra a la mujer de la que se ha enamorado, y de la que abusa y a la que pega, dice para sus adentros: “Era culpa de Elisabet. Culpa de esa cara, de ese olor, de esa boca que bebía, de esas manos y de esos ojos y de ese pelo, que la quería con locura” (p. 46). La analogía con Bodas de sangre es evidente. Escribía Federico, dando voz a Leonardo: “Que yo no tengo la culpa,/ que la culpa es de la tierra/ y de ese olor que te sale/ de los pechos y las trenzas”. La violación en grupo que aparece en ese mismo capítulo de Te di ojos, donde se describe cómo un grupo de hombres ató a los árboles a varias mujeres a las que al poco “habían deshonrado muchas veces” (p. 47), nos recuerda, sin remedio, al “Cantar de la afrenta de Corpes” (Mío Cid). Por otro lado, si los varones (y los machos, en general) representan a las fuerzas opresoras de la Tierra, las mujeres se erigen en símbolo de lo contrario: su ternura, complicidad y humor son los antídotos contra tanta barbarie. 

 

Esta última novela de Irene Solà es un festín para los amantes de la literatura de calidad, imaginativa y en diálogo con las tradiciones narrativas escritas y orales. Ya que se acerca la Navidad, les diré que se trata de un buen regalo para añadir a su lista de Reyes.        

 


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