El río tiene dientes, Erica Waters. Traducción de Sara Mendoza. Editorial del Nuevo Extremo. 2022.
Esta novela juvenil fue galardonada con el premio Kelvin a la mejor traducción en el último Celsius (célebre festival dedicado a la literatura de género, que se celebra cada verano en Avilés). La obra se enmarca tanto en la narrativa de terror como en la fantástica. Tiene dos protagonistas: Della Lloyd, joven bruja que vive con sus padres en un bosque mágico, el Bend; y Natasha, hermana de una hermosa veinteañera en paradero desconocido (Rochelle Greymont). Cada capítulo está narrado desde la perspectiva de una de ellas, a modo de complemento y/o de contrapunto. Ambas pertenecen a mundos distintos: la realidad social de Della es humilde y marginada; la de Natasha, todo lo contrario: pertenece a una familia adinerada que goza de reconocido prestigio. Sin embargo, el destino las acabará uniendo con la fuerza de una riada. Poco podrán hacer para evitarlo. El nexo se produce cuando Natasha, con la intención de demostrar la culpabilidad del novio de su hermana en su desaparición, acude al Bend en busca de los Lloyd. Recurre a Della para que le prepare un hechizo que prestaciones análogas al suero de la verdad. La obsesión de Natasha se mantendrá firme a lo largo de la novela: encontrar a Rochelle. Della, por su parte, mantiene en secreto la cruzada inversa: tiene encerrada a su madre en una antigua prisión con un doble propósito, evitar que la localicen e impedir que mate.
Pese a las diferencias mencionadas, ambos personajes comparten elementos: el amor a la familia, el sentido de la lealtad y una infancia marcada por el ostracismo. Della, porque apenas salía del bosque; Natasha (y Rochelle), porque sus padres biológicos consumían drogas e ignoraban a sus hijas o se volvían violentos. Ese sentimiento de soledad será un poderoso imán que las atraiga. Y no será el único.
La magia tiñe cada página de la obra. Una magia turbia y descontrolada. El bosque arde de ira. Una presencia ha roto el equilibrio del Bend. Los ungüentos han dejado de producir los efectos deseados, la madre de Natasha se ha convertido en un monstruo sanguinario, los búhos susurran palabras, el río tiene dientes.
El desenlace de la novela es magnífico. Está muy bien llevada. Y si su arquitectura goza de cimientos sólidos, el concepto que defiende resulta indispensable y de plena actualidad.
Erica Waters retrata en su obra la misma realidad que dibuja en Dientes rojos Jesús Cañadas.
Vamos a verlo:
Siempre habrá hombres en el mundo que quieran controlarnos, hacernos daño y matarnos […] Caminarán por este mundo hasta hacerlo pedazos. (El río tiene dientes, pág. 397)
Creeis que el mundo ha cambiado y que ya no se pueden decir las cosas que digo, ni hacer las cosas que hago. Déjame que te diga una cosa: el mundo no ha cambiado una mierda. Los hijos de puta como yo seguimos al volante. Ahora resuenan más vuestras voces, pero nosotros seguimos sin oírlas […] Mi violencia es la violencia del mundo. Nada ha cambiado ni va a cambiar. (Dientes rojos, pág. 338)
Pero ambas obras se rebelan contra el papel de víctimas asignado a las mujeres. Una y otra reivindican la sororidad como antídoto contra el dolor por la pérdida y como arma necesaria para hacer justicia. Sus autores ponen coto al miedo de sus personajes femeninos y los empoderan.
Pero hoy me niego a tenerles miedo, a ninguno de ellos. Tienen fuerza y crueldad y una complicidad sin fin. Caminan con la cabeza bien alta y casi siempre ganan. Pero aquí no […] Aquí, nosotras somos brujas y los hombres no son nada. (El río tiene dientes, pág. 397)
Estamos hartas de morir a manos de ellos. Se acabó. Basta de ser víctimas. Ahora seremos ejecutoras. (Dientes rojos, pág. 354)
“Se acabó”, escribe Cañadas. Casualmente, ese es el eslogan que en el mundo real, a día de hoy, esgrimen las futbolistas de la selección nacional de fútbol para sublevarse contra los abusos de poder que han venido sufriendo en estos años, y que, como todos sabemos, se hicieron visibles para la ciudadanía cuando el presidente de la Federación Española, Luis Rubiales, aprisionó con sus manazas la cabeza de Jenni Hermoso y la besó sin su consentimiento. Porque podía. Porque le dio la gana.
Lo hago porque me gusta. Porque sois mías, ¿entiendes? Tú y todas. Sois mías. (Dientes rojos, pág. 346)
Las novelas de Cañadas y Waters son dignas hijas de su contexto histórico. De acabado impecable y denuncia necesaria.
Léanlas.
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