Lenguas en los árboles. Antología poética, Antonio Manilla. Aliarediciones. 132 páginas. 2023
Antonio Manilla gusta de dialogar con los escritores grecolatinos. En la colección de poemas que acaba de publicar, a modo de antología, encontramos tópicos que anclan sus raíces en lo más granado de la Antigüedad.
La primera parte de la obra se titula: “Lenguas en los árboles”. En ella cobra protagonismo el locus amoenus. Este evoluciona a lo largo del tiempo. De ser para Homero un paraje idóneo para la habitabilidad de héroes y dioses; en Virgilio se asocia al amor y al goce del instante; en Horacio, a un ideal de vida retirada, plena, alejada del ajetreo, de la ambición y de la hipocresía de las ciudades; y en Manilla, al agradecimiento de la propia existencia. Así, un rincón por donde transcurre un río, se levantan los árboles y cantan los mirlos le sirve para componer un himno a la realidad que le rodea: “un festejo y loa/ del hecho de estar vivo” (p. 22). Su obra se caracteriza por un conocimiento delimitado del mundo, de modo que su léxico es especializado. Por sus versos vuelan: mirlos, ruiseñores, vencejos, vilanos, golondrinas, gaviotas… Manilla también es heredero de los poetas místicos y románticos, de su anhelo de Totalidad (“Apenas un instante/ de divino esplendor/ inmersos en la luz” p. 28). El sujeto que enuncia se relaciona armónicamente con el entorno y se integra en él. Esa interacción se manifiesta, por un lado, por medio de alusiones a los sentidos (vista: “tinta carmesí del crepúsculo”, oído: “murmullo del agua”, tacto: “nieve blanda”, olfato: “un aroma”); por otro lado, gracias a los pronombres demostrativos y a los adverbios de lugar, que actúan como indicadores de la deixis espacial y nos ofrecen información sobre la situación in situ del sujeto que habla: “esta luz de junio”, “los que os halláis aquí”. Los poemas de Antonio Manilla semejan cuadros. Su plasticidad es inmersiva. Para él, la naturaleza tiene “efectos purificadores” (Morros). Transmite equilibrio y serenidad (“Sereno” se tutula un poema, p. 63).
La segunda parte del volumen se titula: “Bodas de plata”. En esta ocasión, sobresale el tópico del tempus fugit:
“Hemos sido cometas que, en la noche,
fieles a su principio, como el vino,
ardieron sin mesura y desparecieron” (p. 77)
No falta la mención al memento mori (“Voy a un país sin límites/ la patria sin frontras de la muerte” p. 81).
Tampoco la exhortación al carpe diem:
"El futuro es silencio,
el momento que vives y se apaga
bien puede ser el último, por eso
cuida de tu tesoro" (p. 84)
Algunos de los poemas están teñidos por la filosofía estoica de Marco Aurelio. Resuenan tras de sí lo consejos que este puso por escrito en sus Meditaciones. Destaco un texto bellísimo: “A cierta edad, el gris es un color alegre”, en donde leemos:
“Aprecia cuanto tienes,
no te importe si llueve o hace sol,
mientras puedas contarlo […]
Intenta ser feliz
gozando cuanto efímero subyace en lo perenne,
disfrutando lo eterno en lo fugaz” (p. 83)
Ese poema, unido en la presente edición a “Estas equivocado” y “Lo que pretendas ser, procura serlo pronto” (pero que son piezas diferenciadas en el libro del que proceden: Suavemente ribera), justifica por sí mismo la obra de su autor. También esta reseña.
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