lunes, 12 de septiembre de 2022

Solaris


Solaris, Stanislaw Lem. Traducción de Joanna Orzechowska. Impedimenta, 2011.

 

 

 

 

Solaris es una novela de ciencia ficción, básicamente, por una razón: su cronotopos (transcurre en un futuro indeterminado y en un planeta remoto recorrido por un inmenso océano). Sin embargo, los temas de los que habla son más propios de la narrativa de terror o de la poesía. En última instancia, el libro posee un hondo anclaje en otras disciplinas del conocimiento, como son la filosofía y la psicología. Esta riqueza de afluentes, por otra parte, es una seña indiscutible del género; la lectura de las obras emblemáticas de Ray Bradbury o Phil K. Dick podría confirmarlo.

 

Hace un mes me leí un ensayo extraordinario que me ha resultado de gran ayuda para llegar al fondo de Solaris, o al menos, para formarme mi opinión sobre él. Me refiero al libro Soy lo que me persigue, escrito a cuatro manos entre Ismael Martínez Biurrun y Carlos Pitillas Salvá (Dilatando mentes, 2021). Ambos autores sostienen la tesis de que “la ficción de horror opera como una exploración poética y simbólica de lo traumático", y eso es, precisamente, lo que se propone Stanislaw Lem en su célebre obra. Lo que ocurre es que en Solaris no hay monstruos que representen el trauma por resolver, como muy bien se encarga de advertir un personaje de la obra, Snaut, a su protagonista, Kris Kelvin:

 

“Si ella fuera… Si un monstruo, dispuesto a hacerlo todo por ti, te persiguiera, no dudarías ni por un instante en eliminarlo, ¿no es cierto?” (p. 224).

 

Al contrario, el trauma viene simbolizado por el mismo sujeto que lo generó, lo que no deja de ser, en un primer momento, espeluznante.

 

Y llegados a este punto, conviene revelar algunos aspectos de la trama.

 

Kelvin es un psicólogo destinado a la estación suspendida sobre el mar de Solaris, una base de operaciones en desuso en la que solo trabajan tres tripulantes. Cuando llega, descubre que uno se ha suicidado (Gibarian), mientras que los otros dos (Snaut y Sartorius) mantienen conductas extrañas (sobre todo el último). El motivo se debe a las “visitas” que ambos reciben contra todo pronóstico, de las que no se libra el propio Kelvin.

 

Conviene que diga que la novela está narrada en primer persona por su protagonista. Este nos irá propiciando, con cuentagotas, los datos relevantes acerca del misterio que vive. Así, dudaremos con él sobre la naturaleza de la mujer con la que despierta un día. ¿Sueño? ¿Realidad? ¿Alucinación? También le tendremos lástima cuando nos confiese que Harey, así se llama ella, murió con apenas 19 años, siendo “preciosa”; muerte de la que él se siente culpable y que le provocó un trauma.

 

A través de sus recuerdos conoceremos el pasado de su relación de pareja, y por medio de los informes, audios y libros que se va encontrando nos informará sobre el estado de las investigaciones a propósito de Solaris y de su sorprendente océano.

 

Si la primera mitad de la obra coquetea con la literatura de terror, la segunda parte es un desasosegado análisis sobre la psique humana (además de una historia de amor imposible).

 

Los tripulantes de la estación se enfrentan a sus “encuentros” de modo diferente, pero comparten el ansia por conocer el motivo de la presencia a bordo de esos dobles. La hipótesis que sostiene Snaut nos define como especie (y todo sea dicho: no salimos muy bien parados). Sus intervenciones son, por otra parte, absolutamente poéticas. El científico sostiene que el mar de Solaris descifra los deseos inconscientes de los seres humanos y se los cumple. Las réplicas son oportunidades de redimirse, y en ese sentido, son auténticos regalos. Lem, como un vate lírico, se adentra en las profundidades abisales del yo universal, emprende la aventura del tránsito por las fronteras interiores del alma humana, abre todas las puertas, libera las fuerzas reprimidas en el subconsciente y… nos enfrenta a un espejo doloroso: no estamos preparados para la felicidad, no sabemos pedir deseos al genio de la lámpara, no creemos que sea posible lo que más anhelamos… de manera que sólo concebimos el sufrimiento, la oscuridad y el miedo. (Recuerden que Matrix se creó utópica, y la mente humana la rechazó; no olviden que en la película Esfera los científicos desean olvidar la máquina alienígena que satisface sus deseos más ímtimos porque su subconsciente sólo libera catástrofes.)

 

Kris Kelvin superará su trauma, pero ignoramos si será feliz. Ya se decía en Dune: “El miedo mata la mente”.

 

 

 

Nota: Quien guste de obras que aborden el tema de la reproducción, de la réplica, de la copia (en definitiva, del doppelgänger) que no deje de ver la serie islandesa Katla.

 

 

 

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