lunes, 2 de mayo de 2022

Reseña de Sublevación en la revista Anáfora

 

Sobre Ariadna G. García, Sublevación, Valencia, Pre-Textos, 2020.

Por Francisco José Martínez Morán

 

A la humanidad escindida, reza la dedicatoria general del nuevo poemario de Ariadna G. García (Madrid, 1977): la frase (pórtico, en efecto, ideal para el libro) resume a las claras un llamamiento que puede identificarse como distintivo de la obra, ya larga y gozosamente fructífera, de la poeta madrileña. Frente a la deshumanización de la vida, frente a las distracciones y discordias impuestas por un día a día cada vez más carente de crítica y sentido solidario, la poesía se abre (se revela y se rebela; se subleva, en suma) como una insustituible herramienta de conocimiento y de cambio.

A partir de este punto encontramos cuarenta y dos poemas (no distribuidos en secciones, sino de modo consecutivo) que generan un tono poliédrico y orgánico (a la manera del Cántico espiritual, en una evolución basada en pequeñas células lírico-narrativas autónomas y cargadas de significación alegórica), un ritmo de largo aliento y desembocadura climática en el que, página a página, y más allá de la mera protesta, la voz de Ariadna G. García explora las posibilidades expresivas de un descontento, al unísono, íntimo y generalizado: «Yo no puedo gran cosa con mis manos, / pero tengo el coraje / como para romper este monólogo / vuelto sobre sí mismo.» (p. 50).

Algo distinto estéticamente a sus trabajos anteriores, Sublevación propone, gracias a la habitual lucidez de la obra de Ariadna G. García, con intuición y contundencia: es meridiano en el mejor sentido de la palabra, como es meridiana la constancia de la crisis que nos arrastra (ya prácticamente en una rutina de espasmos letárgicos) y como es palpable el punto de inflexión que ha marcado en nuestras existencias: así, en la página 49 se lee:

 

Abandonada ya la mansedumbre

que necrosó mi ardiente voluntad,

escarbaré en el barro con vosotros

buscando las raíces y los frutos

que habrán de alimentaros la alegría

y enderezar la sangre hacia la luz.

 

Con la intimidad y la meditación como fundamentos, la poeta reflexiona y actúa; el tiempo, nuestro tiempo, nos ha sido sustraído y el viaje vital consistirá en recuperar la limpia certeza de estar vivo y de amar:

 

No existe una palabra

más subversiva: rompe

la celda que habitamos, la prisión

que nos confina dentro de nosotros […]

Piensa bien

en su significado

antes de contestarte a esta pregunta

y sumergirte en oro: / ¿Eres Amor? (p. 45)

 

La alta cultura y la cultura popular, con ecos de la mística y de la poesía de los Siglos de Oro, están presentes en toda la obra, dentro incluso de un mismo poema: «

 

En mi cuerpo se ven por igual

animales y diosas, arroyos y rocas. /

Solo aspiro a lo bello.

Tú que engendras los rayos, concede a mi alma armonía.

Dame amor, entereza;

pues quiero esforzarme en la acción a mi alcance, posible. (p. 29).

 

De la misma forma, también están presentes realidades del día a día: una saturación de trenes, andenes, vías, redes sociales, y publicidad («¿Quién me oye? / ¿Alguien requiere ayuda, / conversación, abrazo? / Oasis te permite ser quien sueñas. / 97 likes.», p. 33).

Las notas y referencias que se incluyen al final del volumen (y que, como es obvio, merece la pena repasar tras la primera lectura y como andamio para los siguientes acercamientos) son atinadísimas y sugeridoras, ya que redondean el engarce del libro con las tradiciones previas y con la propia producción poética de Ariadna G. García: baste recordar el poema “Ciudad sumergida”, que cerraba y daba título a la anterior entrega de la poeta madrileña para retomar la épica de lo actual que se plasmará en los poemas de esta nueva colección: «Hombreras, guardabrazos, peto, gola, / yelmo, espaldar, manoplas y escarpines / ponen límite al miedo.», se nos decía entonces (Ciudad sumergida, Madrid, Hiperión, 2018, p. 63); ahora el cantar tiene otra perspectiva y otra entonación, pero una dirección similar, un mismo objetivo: la poeta se erige, gracias a su propio verso, en guía para todos los que deseen acompañarla en la peregrinación purificadora, de manera que el libro termina con un sonoro aldabonazo, preludio de un devenir que no ha hecho más que comenzar: «A mis espaldas llevo / un poderoso escudo de abedul. // Serenamente miro / las huestes que descienden / con la primera luz de la alborada.» (p. 51).

Frente a la pasividad de la poesía de neto corte contemplativo (y en no pocas ocasiones autoindulgente), fruto de un estatismo a menudo compartido por poetas y receptores, la nueva obra de Ariadna G. García (en simbiosis con su quehacer en la narrativa, así como en el plano filológico y docente) propone el uso del lenguaje como instrumento de acción moldeadora de la realidad del mundo que nos rodea, tanto en lo personal como en lo colectivo. Tal es la poderosa sublevación que este libro propone: frente a un mundo que nos empuja a la incomunicación y la tristeza atomizada, frente al abarrotado panorama desleído de una sociedad cada vez más y más plagada de ruido demoledor, la palabra.

 

 

 

1 comentario:

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