Campamento de supervivencia, Jimena Arnolfi Villarraza. Cáceres, Liliputienses, 2021. 88pp.
En el relato El Perseguidor, Julio Cortázar reflexiona sobre dos maneras distintas de sobrevivir en el tiempo: el arte y la biología. La joven poeta Jimena Arnolfi Villarraza (Buenos Aires, 1986) también las hace converger en su último libro: Campamento de supervivencia. No en vano, nos dice, un poeta no hace otra cosa que mirar el mundo con ojos inocentes, desprejuiciados, renovándolo con su visión aún pura, presta a recibir los relumbres de lo que no comprende pero le maravilla, como hacen los niños. La autora, arrastrada por el misterio, ahonda en los motivos que le sugieren la maternidad y la literatura. Al fin y al cabo, ambas obedecen a un mismo impulso, el de la creación. Y lo hace con metáforas deslumbrantes (“soy un pequeño país tropical/ a la espera del gran tornado” p. 11), con quiasmos sugerentes (“Cuando digo que nos entretenemos,/ me refiero exactamente a eso:/ Nos tenemos entre nosotras” p. 13) y con la humildad de quien comparte sin tapujos una experiencia límite (dar, cuidar y salvar —a diario— una vida), de quien traspasa una puerta y se expone a la tormenta de los juicios ajenos:
…Sin saber de construcción, todos los días
levanto un mundo posible con mis manos.
No siempre me sale pero todo el tiempo
intento que sea un poco mejor.
(De “La rutina”, p.15)
Campamento de supervivencia está formado por 62 poemas breves, divididos en dos secciones: “Puerperio” y “Embarazo”. Textos con los que nos identificamos, sobre todo, las madres, pero que son lo suficientemente simbólicos como para germinen en otros pechos y ensanchen otras miradas:
Trabajar la tierra y arrancar la maleza
puede ser un modo de vida, hija.
Cada fruta es un logro,
el esfuerzo de la planta
que libró batallas,
lo que quiere el cielo,
heladas y plagas,
entre otras injusticias.
(De “Rumbo a ver”, p.43)
En mi opinión, se trata de un libro inaugural, que celebra la vida en todas sus manifestaciones. De ahí la importancia que cobra la naturaleza en el poemario. Los humanidad se integra en un entorno, forma parte de él, no vive aislada; es ecodependiente. Y es que somos “animales emocionados” (p. 31), idénticos a los pájaros que cantan sorprendidos por el hecho de existir; “yo también me sorprendo”, reconoce la voz que enuncia (p. 21), y es por eso que escribe, y su escritura es canto.
El tamaño del libro, tipo Moleskine, invita a llevarlo encima y releerlo. La edición es preciosa, y algunos de los versos se quedan revoloteando en la mente como tercas polillas:
…El futuro es una planta
que avanza hacia cualquier
luz disponible.
(De “mucho tiempo sola”, p. 71)
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