Los árboles que nos quedan, Ramón Andrés. Hiperión. 2020.
Los árboles que nos quedan es un libro por el que han pasado las lluvias, las guerras y los animales para dejar en sus páginas una huella indeleble. Es un libro regado con la vida, abonado por la resignación y la dureza. Se trata de un cristal forjado por el fuego desde tiempos remotos. Humilde y afilado. Sus versos están salpicado de alusiones a un valle y sus bosques, así como a los escritores y artistas plásticos de reconocido prestigio internacional. La Naturaleza y el Arte (su sucedáneo) persiguen un mismo fin: dejar constancia de la desolación y la amargura. Que nadie busque aquí una idealización del campo. La nieve “trabaja la extinción” y los árboles aplastan a los hombres.
Posee Ramón Andrés un estilo enigmático. Sabe evocar misterios con un ritmo lento y entrecortado. Las descripciones de ritos (el salto de hogueras la noche de san Juan y la peregrinación por el Camino de Santiago) o la mención a los enigmas ocultos en los viejos desvanes, invitan a adentrarnos en un bucle en el tiempo, donde constatamos que todo sigue igual, que no hay avances (las mujeres siguen pariendo hijos “en forma de herramienta” y se intuye que la niebla “jamás levantará”). Sorprenden gratamente, además, algunos hallazgos sinestésicos (vacan que mugen “neolíticos”) y símiles casi gongorinos, en el sentido de que transmutan estéticamente el mundo:
Y si vas monte arriba, hazlo con un pañuelo
bien prieto en la nariz, te salvará del hedor
de alguna oveja muerta que los buitres vacían
igual que un sarcófago.
(Del poema “Idilio”)
Recomendada su lectura para quien aspire a sentir el latido intemporal, secreto, de la vida que crece a la intemperie.
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