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jueves, 17 de septiembre de 2020
Publico un artículo en El Cultural
No perderán el curso
Algunos piensan que si el alumnado no recibe clases presenciales desaparecerá por el interior de un agujero negro. Deben ser los mismos que no se han dado cuenta de que nuestra antigua realidad ha sido enrollada y guardada dentro de un armario. Un virus nos ha puesto del revés. Engrosan sus filas aquellos que niegan que los docentes hayamos trabajado a destajo durante el confinamiento. Cuando lo cierto es que somos la columna invisible que ha sostenido en pie a nuestros estudiantes, que les ha alentado y animado cuando renunciaban a nadar en un océano de incertidumbre. Porque nos importan, porque amamos nuestra profesión y queremos proteger la llama que titila en sus pechos. Ningún profesor disfruta con la teledocencia. Nos gusta el cara a cara, la complicidad, el vínculo mágico que nos une al grupo. Pero de recurrir a ella, ni supondría una catástrofe académica ni el fin de la civilización. Seamos serios. Maestros y profesores seguiríamos la programación de aula para dar el currículum, pero por otras rutas pedagógicas. ¿Cuántos alumnos que ya daban el curso por perdido se engancharon a la metodología on line, más creativa y orientada a la investigación? ¿Cuántos se centraron alejados de las tensiones del grupo? El decorado del mundo se ha venido abajo. Quizás sea ahora menos relevante estudiar el predicativo, que saber lo que sienten los alumnos: su pánico al virus, el desconsuelo por la pérdida de un ser querido, la angustia por el paro de sus padres. Esta pandemia lo está arrasando todo. Muchos adolescentes han caído en un pozo emocional. Y eso sí debería preocuparnos. ¿Alguien ha pensado en el modo de ayudarlos cuando los colegios e institutos vuelvan a abrir sus puertas? Van a llegar con sombras. ¿Quién los nutrirá de luz? ¿Y sabemos, acaso, si desean regresar a las aulas con el aumento de brotes? Gracias a la enseñanza presencial, los jóvenes evitarán un terremoto en sus relaciones sociales. Necesitan reforzar la individualidad fuera de la familia, tener otros adultos de modelo, liberar volcánicos torrentes de adrenalina y vivir experiencias memorables; todo eso lo garantiza un centro educativo. Pero para regresar a las aulas (y los docentes queremos), hay que adoptar medidas que garanticen la seguridad de todos. Y estas pasan por invertir generosamente en Educación: bajada de ratios, contratación de docentes, habilitación de espacios, establecimiento de turnos y, en último extremo, alternancia de la enseñanza física con la telemática (dotando de tecnología a los alumnos menos favorecidos, para cerrar así la brecha digital que amenaza con sacarlos del sistema). De lo contrario, comenzarán los contagios, regresará el confinamiento como una terca pesadilla, y con él los sentimientos de miedo, pérdida, dolor, impotencia y desesperanza de miles de alumnos. Los políticos pueden evitarlo. Deben enterrar su visión adultocentrista del mundo e interesarse por el porvenir de los niños y jóvenes. Lamentablemente, son cortoplacistas y delegan sus responsabilidades en quienes les sucedan. ¿Cambiarán? Sea lo que fuere, los claustros de la Pública nunca vamos a dejar atrás a ningún estudiante. Confíen en nosotros, y en sus hijos.
Este artículo fue publicado por El Cultural el pasado viernes 11 de septiembre de 2020. Podéis leer la edición digital pinchando AQUÍ.
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