Descendimiento, Ada Salas. Valencia, Pre-Textos, 2018. 100 páginas.
“…No hay quien mire
de frente
hacia el dolor del otro”
Ada Salas ha lanzado una piedra en estos versos cuyas
ondas se expanden hasta tocarlo todo: los mendigos de las ciudades, los migrantes
que nadan en el mar, los alumnos acosados en los institutos… y tanto tormento
ajeno que evitamos. La poeta extremeña utiliza como símbolo del drama un cuadro
del artista flamenco Rogier van der Weyden: Descendimiento, fechado en el siglo XV. La pintura
nos habla de la muerte justo en el mismo instante en que nos siega. Las
palabras dan forma a los conceptos que las imágenes al óleo nos evocan: traición,
sufrimiento, aniquilación, descenso, muerte. Pero es que resulta que la propias imágenes del
texto son de una potencia dramática sobrecogedora: los geranios rojos
convertidos en polvo entre las manos. Y es que estamos abocados al fin. Obsérvese el
tratamiento tan potente del color en los versos de Ada: “Debajo de la
piel/corre la sangre. Debajo del color/el blanco del estuco”. Vida y muerte
solapados a unos pocos centímetros. Ignoramos el origen del sufrimiento que ha
encontrado su cauce en la mirada sobre una tabla al óleo. Ada no recurre a la
naturaleza para proyectar su angustia, sino a la obra de otro creador. Dos espíritus
afines en su melancolía. Dos que caminan solos entre tanta ausencia: “Pero qué
si me faltas”. La poeta, sin duda, ha puesto todo su sentimiento en los poemas.
Basta enumerar las imágenes que los salpican: huesos astillados, grietas en
las paredes, jugo de vértebras, tendones roídos… Estos versos golpean: “…Estamos
todos/ muertos. Ninguno de nosotros/ya es persona”. Y lo verdaderamente
asombroso, con palabras que diría van Gogh, es leer este libro trágico,
observar ese cuadro dramático, y encontrarlos bellos. Está claro que Ada ha recogido en
su obra el lema de Millet: “preferiría no decir nada antes que expresarme débilmente”.
No otra cosa es el arte.
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