martes, 5 de febrero de 2019

Descendimiento

 Descendimiento, Ada Salas. Valencia, Pre-Textos, 2018. 100 páginas.


“…No hay quien mire
de frente
hacia el dolor del otro”

Ada Salas ha lanzado una piedra en estos versos cuyas ondas se expanden hasta tocarlo todo: los mendigos de las ciudades, los migrantes que nadan en el mar, los alumnos acosados en los institutos… y tanto tormento ajeno que evitamos. La poeta extremeña utiliza como símbolo del drama un cuadro del artista flamenco Rogier van der Weyden: Descendimiento, fechado en el siglo XV. La pintura nos habla de la muerte justo en el mismo instante en que nos siega. Las palabras dan forma a los conceptos que las imágenes al óleo nos evocan: traición, sufrimiento, aniquilación, descenso, muerte. Pero es que resulta que la propias imágenes del texto son de una potencia dramática sobrecogedora: los geranios rojos convertidos en polvo entre las manos. Y es que estamos abocados al fin. Obsérvese el tratamiento tan potente del color en los versos de Ada: “Debajo de la piel/corre la sangre. Debajo del color/el blanco del estuco”. Vida y muerte solapados a unos pocos centímetros. Ignoramos el origen del sufrimiento que ha encontrado su cauce en la mirada sobre una tabla al óleo. Ada no recurre a la naturaleza para proyectar su angustia, sino a la obra de otro creador. Dos espíritus afines en su melancolía. Dos que caminan solos entre tanta ausencia: “Pero qué si me faltas”. La poeta, sin duda, ha puesto todo su sentimiento en los poemas. Basta enumerar las imágenes que los salpican: huesos astillados, grietas en las paredes, jugo de vértebras, tendones roídos… Estos versos golpean: “…Estamos todos/ muertos. Ninguno de nosotros/ya es persona”. Y lo verdaderamente asombroso, con palabras que diría van Gogh, es leer este libro trágico, observar ese cuadro dramático, y encontrarlos bellos. Está claro que Ada ha recogido en su obra el lema de Millet: “preferiría no decir nada antes que expresarme débilmente”. No otra cosa es el arte.


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