Un final para Benjamin Walter, Álex Chico. Candaya. Barcelona. 2017. 254 pp. 16
euros.
Un final para Benjamin Walter es una especie de diario escrito por su autor, el
poeta y docente de secundaria Álex Chico. Compuesto por capítulos breves, cada
uno supone una pieza de lego con la que recomponer una vida, un pedazo del mapa
de las últimas horas del celébre filósofo y crítico alemán fallecido en
Portbou, un trozo del espejo que habrá de devolver la imagen borrosa, cubierta
de vaho, de un hombre elevado a la categoría de símbolo del refugiado, exiliado
o apátrida. El libro gira en espiral desde el paisaje que envuelve al mito
hasta su propia esencia, la niebla de su biografía. Chico se detiene en la
estación de ferrocarril, en el cementerio o en el memorial de Karavan para
crear la atmósfera de lo irrecuperable: “ahí no sólo reposa lo que queda de un
hombre, sino la suma de restos y de personas que alguna vez huyeron de la
barbarie”. Walter Benjamin, como Antonio Machado, perdió la vida en la
frontera, empujado por el miedo y el horror al fascismo. En nombre de la
libertad. Portbou y Colliure representan la resistencia a los totalitarismos.
De ahí, por ejemplo, que el régimen franquista tratara de ocultar el lugar de
la muerte de Machado poniendo en su baja por defunción en el Cuerpo de
Catedráticos de Instituto que había perdido la vida en un campo de
concentración en Francia (así consta en un documento que puede consultarse en
el IES Cervantes, donde tenía la plaza al estallar la guerra). De ese modo, se
eliminaba del imaginario colectivo la posibilidad de la subversión, la defensa
de la alternativa, la lección de coraje. Álex Chico reflexiona en su diario
sobre las causas del abandono de los pueblos fronterizos, limítrofes entre los
estados español y francés, liderados respectivamente –en 1940– por el general
golpista Franco y el presidente colaboracionista Vichy: “se trata de una
historia que genera vergüenza, una historia fea que conviene olvidar, porque
remover en el pasado puede pasar factura en el presente, puede alterar la
tranquilidad de quien esconde una memoria turbia”. Ishiguro también
centraba su última novela, El gigante enterrado, en este mismo asunto: ¿olvidamos
nuestro pasado para construir un futuro sobre la amnesia, o recuperamos su
memoria para limpiar bien la herida, que cicatrice y no supere más adelante? El
debate no puede ser de mayor actualidad. Pero quizás las páginas más memorables
del libro sean aquellas que el escritor dedica a la caducidad, a la
transitoriedad de la existencia, o la frustración de su intento por dar sumaria
cuenta de una vida, pues sólo encuentra girones, fragmentos que, como escribía
yo en Napalm,
apenas ofrecen una versión limitada de un mundo ilimitado. La verdad es que me
ha gustado mucho el libro hasta casi el final, que ya repite ideas e incoporta
un afluente un poco innecesario. Por lo demás, su estilo es impecable, lírico y
lapidario: “Portbou no es más que
la narración de un silencio”. Su pensamiento, hondo. Su fin, digno de alabanza:
“hacer regresar una lejanía”.
Foto de Andy Solé |
Junto a su lectura, recomiendo la
de un poemario que cita Chico al comienzo de su crónica: Elegía en
Portbou, del también
profesor –ya jubilado– Antonio Crespo Massieu (Bartleby, 2011), obra de gran belleza estética y
de alta tensión emocional.
La fotografía de cubierta, del
propio Álex Chico, portentosa.
Dejo AQUÍ mi reseña de otro libro
mencionado por Chico en su ensayo: El truco preferido de Satán, Walter Benjamin (Salto de Página, 2012).
Y AQUÍ, mi artículo sobre la novela de Ishiguro (Anagrama, 2016).
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