martes, 28 de agosto de 2018

Luciana

Luciana, Pilar Tena. Tres hermanas. Madrid. 2018. 244 páginas.

 
Hay libros cuya belleza  nos acompaña para siempre, que leemos una vez y se quedan con nosotros para toda la vida, relámpagos que nos hacen retumbar por dentro e iluminan esas zonas oscuras que da miedo mirar. Otros cumplen la noble misión de recordarnos motivos y temas que debemos tener en nuestra agenda moral, obras bien escritas cuyo mérito consiste en mantener viva la llama de la ética, para que no se extinga. A esta especie pertenece la última novela de la periodista y escritora Pilar Tena, de quien ya reseñé un libro de relatos realmente bueno, innovador, crítico, que reproduce a la perfección la mímesis conversacional y que recoge las congojas de distintos tipos sociales golpeados por la reciente crisis económica : Contratiempos (Salto de Página, 2014). En Luciana (Tres Hermanas, 2018) Pilar Tena recurre a la narración multiselectiva para dar cuerpo a su historia, de manera que recompone el puzzle de los acontecimientos a través de las miradas de varios personajes separados en el espacio-tiempo. Esta técnica pretende avivar el interés del lector por seguir una trama que conocemos, porque ya se ha contado muchas veces: la del matrimonio acomodado, bien avenido, que se desintegra por las infidelidades de él y la paciencia estoica de su esposa. No obstante, no acaba de funcionar. El nuevo ingrediente que aporta Tena a esta trama trillada es el protagonismo de la sirvienta, Luciana, cuya vida se dilata hasta desplazar hacia los márgenes a la pareja principal (un profesor universitario español instalado en Dublín y su mujer, una meticulosa traductora con quien tiene cuatro hijos). Su existencia no ya sólo merecía el premio del título de la novela, sino más extensión. Se pasa por su biografía de puntillas. Se nos dan los suficientes datos como para jutistificarla, pero no para quererla. Demanda a gritos tiempo para el análisis pormenorizado de sus crisis familiares, sexuales, económicas, afectivas, maternas… pero apenas se han juntado las piezas que permiten hacerla funcionar, que no existir. Pasa lo mismo con el profesor Lago y con Olga. No conocemos nada de sus dudas, de sus remordimientos, de sus complejos, de sus sentimientos de culpa, de sus ansias, más allá de los meramente necesarios para que la novela avance. En mi opinión, Luciana tiene un gran argumento que debería haber tenido mucho más desarrollo. Los episodios relatados desde la perspectiva de Felipe (hijo primogénito de los Lago) y Kate (hija de Luciana, entregada en adopción al poco de nacer) también son funcionales. Sirven a la acción, pero no al estudio de la reconstrucción de los personajes. Una lástima, porque sus puntos de vista, además, habrían coloreado zonas en sombra de la sirvienta. Aquí Tena deja morir a su protagonista, porque todos la olvidan. Ni Felipe ahonda dentro de sí para rescatar esos recuerdos únicos de quien fuera el ojo derecho de la criada durante años, ni Kate se atreve a conocer la tierra de su madre para buscarse en ella. Entonces, tanta lucha por conocer sus orígenes, por descubrir el manantial oculto de su sangre, para qué. Lejos estamos de la necesidad existencial de Hortense (la protagonista de la película de Secretos y mentiras, de Mike Leigh. 1996) por conocer a su madre biológica en busca de un pasado en que reconocerse, que responda a sus dudas o ensanche su visión de sí misma. Kate recorre medio mundo para renunciar, finalmente, al reencuentro materno, simbolizado en el viaje a España, a tierras de Logroño. Este final a mí no me convence. 

Así y todo, la novela afronta un asunto que sigue siendo actual medio siglo después: la denuncia de Tena del negocio de la compra-venta de bebés en la Irlanda de los años 60 -con el beneplácito de la Iglesia Católica- podemos relacionarla con el lucrativo tráfico de recién nacidos hoy en día en países como Malasia. Además, Luciana nos muestra algunos de los grandes avances que las mujeres hemos logrado en las sociedades de Occidente: la liberación sexual, la maternidad en solitario o la independencia económica. Añadamos a esto el atractivo del oficio de la protagonista: una criada, la niñera que cuida de los vástagos del matrimonio Lago, un tipo social escaso en la narrativa del siglo XXI, y que tiene por obra emblemática al thriller Canción dulce, de Leila Slimani (Cabaret Voltaire. 2017). Pese a las objeciones referidas más arriba, el último libro de Pilar Tena es grato de leer, posee voluntad crítica, una estructura amena, así como describe muy bien el contexto socio-cultural español e irlandés de la Europa de postguerra.      

2 comentarios:

  1. ¡Gracias, Ariadna! Una reseña profunda e inteligente. Mil gracias por leer mi humilde Luciana.

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  2. Gracias a ti, querida Pilar, por el libro y por el comentario. Ya tengo ganas de leer tu próxima obra. Un gran beso, y felicidades por tu segunda novela.

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