Cartas de Lysi.
La mecenas de sor Juana Inés de la Cruz en correspondencia
inédita. Edición de
Hortensia Calvo y Beatriz Colombi. Ensayos de cultura de la colonia.
Iberoamericana. 2015. 25 euros. 240 páginas.
1680 fue un año importantísimo
para la literatura universal. El 30 de noviembre entraba en la ciudad de
México el nuevo virrey de Nueva España, Tomás de la Cerda, al que acompañaba su
esposa: María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes. Dicha designación
marcó un hito en la vida de la poeta y monja jerónima Juana Inés de la Cruz,
pues la virreina no sólo se convirtió en el blanco de sus versos, sino que se
encargó de que se editara en Madrid el primer manuscrito de la autora: Inundación
castálida (1689). El volumen Cartas
de Lysi esboza una interesante biografía de
la condesa y nos ayuda a comprender no ya sólo el origen de su amistad con la
Décima Musa, sino las limitaciones sociales que cercaban el desarrollo
intelectual y creativo de las mujeres durante el virreinato. La crítica Margo
Glantz señaló en 1995 que éste realizaba “un rígido aparato de control
generalizado en donde, de muy especial manera, se vigilaba a la mujer para
excluirla de los espacios visibles de poder”. No obstante, algunas mujeres
desafiaron las convenciones de su tiempo. Entre este grupo selecto se
encuentran, además de Juana Inés y María Luisa Manrique de Lara, su prima María
de Guadalupe de Lencastre y Cárdenas Manrique, duquesa de Aveiro (la segunda
casa nobiliaria más importante de Portugal). Las tres comparten su querencia
por la poesía, la pintura y un espíritu irredento. Dicha introducción sirve de
preámbulo a la edición (facsímil, paleográfica y modernizada) de dos misivas
escritas por la virreina a su prima y a su padre. Ambas están escritas en un
tono íntimo y coloquial, característico de la epístola familiar. En ellas se nos descubre una mujer instruida,
inteligente, conocedora de los entresijos de la política internacional, que
reflexiona con soltura sobre temas públicos. Además, informa a su pariente de
la existencia de Juana Inés de la Cruz, a la que retrata. En la epístola a su
padre, redactada en víspera del regreso a la metrópolis de los antiguos virreyes,
confiesa las desaveniencias con sus sucesores, el conde de Monclova y su mujer.
El volumen es una obra de referencia para conocer y contextualizar a la condesa
de Paredes. Sin embargo, peca de lo que la mayoría de trabajos relacionados con
la Décima Musa y Lisi:
de manipulador. Siendo un trabajo de
investigación notable, oculta el matiz amoroso que tuvo la relación de la poeta
y la virreina. Un amor necesariamente platónico (la una era monja y la otra
estaba casada), pero real. Así lo confirma el mayor experto en sor Juana,
responsable de la extensa bibliografía sobre la autora y editor de sus Obras
completas. Lírica personal (Fondo de
Cultura Económica, 2009): Antonio Alatorre, quien explica sin ambigüedades: “La
monja adoró a la virreina porque ésta fue su gran protectora; sí, pero en
medida mucho mayor porque fue, en verdad, el gran amor de su vida”.
La mayoría
de los críticos, sin embargo, o lo han ignorado (Georgina Sabat o Eugenia
Sánchez), o han utilizado la nomenclatura amistad amorosa (González Boixo) para referirse a los sentimientos
que la autora vertió sobre sus poemas; cuando lo cierto es que sus versos
abordan el motivo del amor, y
desde él se explican, y por él se escribieron, y de él están impregnados. Una
lástima que un nuevo libro sobre la poeta mexicana y Lisi prolongue una ocultación y una manipulación que en el
siglo XXI ya debían estar superadas. Lisi (Luisa) fue la amada de Juana Inés, a la que dedica un canzoniere,
como Quevedo a la suya (Canta
sola a Lisi). Habría sido interesante que
las autoras del libro relacionaran la “soledad” de la que habla la virreina en
sus cartas con su progresivo enamoramiento de la monja. El propio Octavio
Paz, en un ensayo clásico (Las trampas de la fe) sí sugiere que las largas ausencias del virrey, “un
marido mediocre, más bien enteco e insignificante”, fueron el detonante de “un
vacío interior” y de sus “tendencias sáficas” hacia la poeta. También habría
sido de sumo interés que interpretaran el motivo por el cual Lisi prefiere
referirse al virrey como su “primo” (hasta en diez ocasiones) en lugar de su esposo, que lanzaran una hipótesis sobre la razón por la que privilegia el lazo de parentesco sanguíneo
al conyugal. ¿Era una fórmula de tratamiento habitual en la época? ¿U obedece,
sin embargo, a un distanciamiento afectivo de la virreina con respecto a su marido? El volumen se cierra con una
breve selección de poemas bidireccionales: de Lisi a Juana
Inés y viceversa, y
de la monja jerónima a la duquesa de Aveiro. Y en esta ocasión hay que
lamentar
de nuevo la ausencia en la antología de los grandes poemas amorosos de
sor Juana a su amada. Si bien es verdad que se recoge el célebre Romance
en esdrújulos, se echan en falta
composiones como Esmera su respetuoso amor, Favorecida y agasajada, teme su
afecto de parecer gratitud y no fuerza y Puro amor.
Estos se apartan del mero elogio cortesano, no son composiciones
laudatorias; ella misma –lo señala Octavio Paz– dejó muy claro que sus textos
son fruto del amor, y no del interés; que amó a María Luisa por su belleza y no
por la protección que le dispensaba. La autora no pierde la oportunidad de
declararle su amor en versos explícitos: “Ser mujer, ni estar ausente/ no es de
amarte impedimento”. En resumen, Cartas de Lisy supone un meritorio esfuerzo por difundir el
semblante de la la condesa de Paredes y la situación de las mujeres en el
Barroco novohispano. Sin embargo, desaprovecha la opotunidad por erradicar
prejuicios sociales y culturales hacia la homosexualidad femenina. En ese
sentido, supone un paso atrás en la lucha por la lectura diáfana y
desprejuicidada de Octavio Paz y de Antonio Alatorre. La obra de la Décima Musa
está pidiendo a gritos una revisión que la acerque al lector del siglo XXI.
¿Quién se atreverá a editarla?
Esta reseña ha sido publicada en el blog La Tormenta en un vaso. Enlace original, aquí.
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