viernes, 15 de enero de 2016

Jovellanos, contra la LOMCE




Hablaba el exministro de Educación José Ignacio Wert de elimitar del curículum de la ESO y Bachillerato "las asignaturas que distraen", y lo consiguió con la aprobación de la LOMCE. Nuestra juventud tiene ahora menos clases de Música y Plástica, con todo lo que eso conlleva: desde profesores desplazados de su centro de destino por falta de horas, a reducción de minutos para que los alumnos aprendan a deleitarse con una pieza musical o a expresar sus sentimientos y emociones en una pintura propia. Por no hablar de la Filosofía, herida de muerte. El gobierno del PP no quería -ni quiere, aún está en funciones- que los chavales desarrollen su sensibilidad, su gusto estético, que se cuestionen cosas, que expresen su complejo mundo interior o que empaticen con el mundo interior de otro. Estos políticos no desean ciudadanos, sino máquinas; desprecian el buen gusto, la cultura, la libertad. 



Qué distinto semejante ministro de aquel otro ministro ilustrado, Gaspar Melchor de Jovellanos, que pronunciaba este discurso en 1794:

 
 Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la Literatura al de las Ciencias.

No temáis, hijos míos, que para inclinaros al estudio de las buenas letras trate yo de menguar ni entibiar vuestro amor a las ciencias. No por cierto; las ciencias serán siempre a mis ojos el primero, el más digno objeto de vuestra educación; ellas solas pueden comunicaros el precioso tesoro de verdades que nos ha transmitido la antigüedad, y disponer vuestros ánimos a adquirir otras nuevas y aumentar más y más este rico depósito; ellas solas pueden poner término a tantas inútiles disputas y a tantas absurdas opiniones; y ellas, en fin, disipando la tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre la tierra, pueden difundir algún día aquella plenitud de luces y conocimientos que realza la nobleza de la humana especie.
Mas no porque las ciencias sean el primero, deben ser el único objetivo de vuestro estudio; el de las buenas letras será para vosotros no menos útil, y aun me atrevo a decir no menos necesario.
Porque ¿qué son las ciencias sin su auxilio? Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le adorna; si aquéllas le enriquecen, ésta pule y avalora sus tesoros; las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto, y la hermosea y perfecciona. Estos oficios son exclusivamente suyos, porque a su inmensa jurisdicción pertenece cuanto tiene relación con la expresión de nuestras ideas, y ved aquí la gran línea de demarcación que divide los conocimientos humanos. Ella nos presenta las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas [...]
Creedme: la exactitud del juicio, el fino y delicado discernimiento; en una palabra, el buen gusto que inspira este estudio, es el talento más necesario en el uso de la vida. Lo es no sólo para hablar y escribir, sino también para oír y leer, y aun me atrevo a decir que para sentir y pensar. […] examinando con el criterio de buen gusto nuestros escritos o los ajenos, descubrimos sus bellezas e imperfecciones, y juzgamos rectamente del mérito y valor de cada uno. Este tacto, este sentido crítico, es también la fuente de todo el placer que excitan en nuestra alma las producciones del genio, así en la literatura como en las artes.










 
Si algo sobre la tierra merece el nombre de felicidad, es aquella interna satisfacción, aquel íntimo sentimento moral que resulta del empleo de nuestras facultades en la indagación de la verdad y en la práctica de la virtud. ¿Y qué otros estudios excitarán esta pura satisfacción, este delicioso sentimiento, que los del literato? Aun aquellos que los sabios presuntuosos motejan con el nombre de frívolos y vanos concurren a mejorar e ilustrar su alma. […] ¿Y por ventura no pertenece también la filosofía a los estudios del literato? […] Estudiad la ética; en ella encontraréis aquella moral purísima que profesaron los hombres de todos los siglos […] ¿Por qué fatalidad de nuestros institutos de educación se cuida tanto de hacer a los hombres sabios y tan poco de hacerlos virtuosos? Y ¿por qué la ciencia de la virtud no ha de tener también su cátedra en las escuelas públicas?

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