Los valientes, Roberto de Paz. Salto de Página. 2015. 264 páginas.
17,90 euros.
Hay que ser valientes para mantener a flote una editorial
en pleno tsunami económico, para mantener un catálogo con novelistas jóvenes;
pero también para colocarse al otro lado del libro, para encarnar la piel de un
escritor (o una escritora) que todavía crea que la inventiva humana nos puede
hacer mejores, que mezcle en la probeta de su texto cucharadas de esperanza y
de crítica, sabiendo que un mínimo error en la administración de una dosis
puede destruir un trabajo de años. En eso, precisamente, consiste la
literatura: en asumir riesgos. Por suerte, de unos años a esta parte se ha dado
a conocer una generación de escritores que agrupa imaginación, osadía y
talento. Una de estas nuevas voces pertenece a Roberto de Paz. Ya en El
hombre que gritó “la tierra es plana” (451 editores, 2011), Roberto dio muestras de poseer un
mundo narrativo propio, así como un estilo pulcro, detallista y lírico. Su
nueva novela, Los valientes, parte de esa sólida base para ofrecer a los lectores un
libro mucho más cohesionado, donde las diferentes historias (se trata de una
novela coral) se ensamblan a la perfección en el desenlace del libro. Si bien
en los primeros compases de la novela se escuchan notas y melodías que
recuerdan a la anterior (personajes que trabajan en servicios sociales, que han
perdido a su padre, el gusto por la descripción meticulosa de las herramientas
y utensilios de una ferretería), enseguida la obra se bifurca en cinco perspectivas
focales que suponen una novedad con respecto al monólogo interior que
leíamos en El hombre que gritó
“La tierra es plana”. En la obra se conjuran el gusto por la ciencia-ficción, la narrativa
de anticipación, el recuerdo de la Guerra Civil, el alpinismo y la crítica
social para que se manifieste ante nosotros un producto estético e ideológico
de gran calidad. El libro narra las vidas entrecruzadas de cinco personajes.
Tirso y David son hermanos. Cada uno asumió a su manera la muerte prematura de su
progenitor, astronauta del Challenger. Roberto de Paz describe con maestría la
psicología de ambos, su duelo, sus heridas, su entereza para sobreponerse
colaborando en la construcción de un –trémulo– tejido social. Julia, la madre,
abandona su brillante carrera científica tras el accidente, la mantiene con
vida su fe en la permanencia del amado en una dimensión paralela, desde donde
la aguarda. El personaje de Helena nos muestra el reverso de la moneda que
representa Tirso. Éste trabaja en los servicios sociales, a través de sus ojos
vemos una galería de dramas: ancianos sin plaza de residencia, ludópatas,
escolares absentistas que malviven en una –deprimente y abandonada– residencia
familiar. Los recortes de la administración incrementan la sensación de fracaso
colectivo. Helena es la víctima, la niña que a la hora del recreo confiesa a su
profesora de gimnasia la pesadilla que la tiene sin dormir cada noche. Ambos
personajes respiran, tienen poros, nos identificamos con ellos. Y esto es así
porque están perfectamente contruídos. Roberto de Paz sabe de lo que habla. Es
trabajador social. Se ha curtido en los pueblos de la sierra oeste. En él se
combina la experiencia real con una aguda capacidad perceptiva, tiene
sensibilidad e inteligencia para trasladar al papel los mundos que sospechamos,
pero que nuestra sociedad –pensada para el consumo y la satisfacción de los
deseos– nos impide ver. No obstante, para eso escribe su obra, para hacernos
mirar en dirección opuesta a los anuncios, la telebasura y el dircurso político
de autocomplacencia. El personaje de Rudo, un adinerado anciano de 92 años, y
de su esposa –así como de los integrantes de El Club de los Oficios Inútiles–, nos concilia con la especie
humana. Su ideario utópico, libertario, supone una liberación en medio de la
pobredumbre espiritual reinante. Sus ganas de vivir son contagiosas. De su voz
recorremos el planeta en busca de modelos existenciales alternativos al
capitalismo, autogestionados. Si la prosa de Roberto de Paz es admirable, lo
mismo que la estructura de la novela, la carga ideológica del libro es
explosiva. Sus páginas apelan a nuestra responsabilidad individual –a nuestra
valentía– para virar el barco que nos transporta y alejarlo de las tempestades
en que nos afanamos en meterlo, como si fuéramos una tripulación sádica que se
regodea cada vez que una ola barre de cubierta a nuestros compañeros, pensando
–erróneamente– que no necesitamos de esos brazos para mantener la nave sobre la
línea de flotación.
Una gran reseña. Deseando encontrar tiempo para leer esta novela. Gracias.
ResponderEliminarGracias, Patry ;) Te encantará
ResponderEliminar