Regresamos a los 80. En aquellos años, la clase obrera constituía el corazón económico de España. En las fábricas y en los campos de cultivo, las mujeres y los hombres soñaban con paisajes diferentes, lejos del humo y de los dolores de costado. Se veían en lugares tranquilos, realizando trabajos más intelectuales, mejor remunerados y en unas condiciones ventajosas. Allí también pensaban encontrarse con sus hijos. Imaginaban que éstos serían profesores, sanitarios, periodistas, ingenieros, informáticos. Y se tumbaban, felices, sobre el césped de sus sueños con esa convicción. En las siguientes décadas, aquellas fantasías se materializaron. Tanto ellos como nosotros, sus descendientes, hemos gozado -después de muchos sacrificios- de un estado del bienestar. El aroma de la equidad y de la justicia nos embriagaba a todos. Quedaban todavía asignaturas pendientes, deudas que saldar con el pasado... pero la democracia, pese a sus carencias, nos había liberado de la servidumbre y de la enajenación. Hasta ahora. Con la nueva reforma laboral se eclipsa nuestro mundo. Volvemos al miedo y a la incertidumbre. Dejamos de caminar unidos para nadar a oscuras. Por eso debemos secundar la huelga, paralizar la calle. Además, con la reforma, pretenden desterrarnos a la mayoría. Pero no del país. No es un exilio físico el que se nos impone, sino social. Este gobierno quiere restituir un orden alienante, hacer de los trabajadores piezas de precisión de un engranaje. Si no lo paramos, será el fin de las conquistas de la clase media. Volveremos a una ciénaga sin flores, donde nuestra sangre se pierda alimentando ranas.
Antología. Juana Inés de la Cruz
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Enorme razón amiga,enorme.
ResponderEliminarPues tomemos las calles ;)
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