Le Havre
Kaurismäki, a su vez, ha rodado un drama delirante, muy en la línea de otro de los grandes artistas finlandeses, el novelista Arto Paasilinna. No es de extrañar que el cineasta nórdico se implique en el tema de la emigración, pues él, desde hace veinte años, reside en Portugal. Es decir, conoce el deseo de cambio, la desorientación y el extrañamiento de quien llega al final de su viaje y no se reconoce en nada de cuanto le rodea. Con esta sensibilidad previa, el genial director nacido en Orimatilla (1957) se ha adentra en la historia de un niño subsahariano que trata de reunirse en Gran Bretaña con su madre, quien trabaja en una lavandería china de Londres. Desde el comienzo de la cinta, Kaurismäki nos sitúa frente a un marco de ensueño. Gracias a una fotografía portentosa –de colores contrastados, y de luz tamizada–, los espectadores saben que asisten a un mundo paralelo a este en que estamos, y que no se le va a contar un relato creíble o realista, sino una entrañable fantahistoria. El protagonista de esta obra colosal es colectivo, aunque destaca Marcel Marx, un limpiabotas felizmente casado con una emigrante finlandesa que padece un cáncer. El ingreso de su esposa en el hospital coincide con el hallazgo de un grupo de emigrantes clandestinos dentro de un contenedor del puerto, con la posterior huida de Idrissa (de apenas 12 ó 13 años) y con la búsqueda que emprende el comisario local para ponerlo a disposición del juez. En ese tiempo, el viejo Marx, compinchado con todos sus amigos (un matrimonio frutero, una panadera, la dueña de un bar, una cantante rock y limpiabotas vietnamita –con pasaporte chino–, oculta al chico hasta conseguir el dinero necesario para que una embarcación pesquera, de modo fraudulento, lo lleve al Reino Unido.
Le Havre es un canto al compromiso social de un pueblo consciente de su propio mosaico de razas, y por ello, de lo que cuesta vivir en libertad. El humor, la ternura y el afecto cohesionan a la ciudadanía, que se protege sola, que sobrevive sola, que sueña sola, y que se erige como la única depositaria de la justicia.
Acompañada de una desgarradora banda sonora (cuyo tema principal –“Matelot”. The Renegades. 1965– sobrecoge) y provista de un alto sentido de la estética, la película de Aki Kaurismäki propone un compromiso al margen de las leyes, un camino privado sin eco en la administración: la solidaridad. Cada una de nuestras decisiones personales es una manifestación política. Un folio se desgarra fácilmente, pero noventa no.
Ariadna me encanta tu blog. Saludo,JM.
ResponderEliminarMuchas gracias, Javier. Bienvenido. Salud.
ResponderEliminarUna delicia de blog que he conocido gracias a Paco Cenamor. Ariadna, tu hilo es de sal solidaria. Un abrazo global.
ResponderEliminarPere
Gracias Pere, por tan amables palabras. Otro abrazo.
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