Juan Carlos Abril firma una nueva reseña de Adamar. La publica, hoy, el suplemento Abril, del diario Prensa Ibérica. Quedo muy agradecida. El final es inolvidable.
La reproduzco completa:
Un silencio azulado «Amar con pasión y vehemencia». Eso es lo que significa Adamar, título del nuevo poemario de Ariadna G. García JUAN CARLOS ABRIL Adamar Ariadna G. García Pre-Textos 88 páginas. 16 euros
Ariadna G. García (Madrid, 1977) ha desarrollado una trayectoria de marcada coherencia en la que destacan poemarios como Ciudad sumergida (2018) y Sublevación (2020). Su última obra, Adamar, recoge desde su título un verbo que se encuentra en desuso en nuestra lengua española y que significa amar con pasión y vehemencia. Adamar se divide en siete secciones, que van marcando a su vez una evolución narrativa: I. El invierno interior, II. Naturaleza urbana, III. Lecciones de las ruinas, IV. Álbum familiar, V. En el reverso. El odio, VI. Plenitud y VII. Zen. Desde el título se indica una energía positiva, una pasión que emana de un amor profundo, no desesperado y trágico, sino un sentimiento utópico y universal, una motivación que nace de lo más interior del ser humano. Además, en este caso, usado así como verbo en infinitivo y como título del poemario, se refuerza esa idea de querer incidir en el amor. Amor absoluto actualizando el arcaísmo. Desde el inicio, en Premonición (15), la voz autorial se halla ante la nada y el vacío, ante una situación poco halagüeña. El sujeto contemporáneo se encuentra escindido, roto por las incumplidas promesas de felicidad pública y por la precariedad de lo cotidiano. El sueño de la ciudad produce monstruos. La vida urbana es miserable. El invierno representa una estación arisca y dura, pero al mismo tiempo posibilita la meditación y la mirada reflexiva. «Mira el cielo en la noche / de temblores helados, cuando pienses / que nada importa mucho, que es un fraude / la vida, que tenemos / muy poco tiempo / y demasiada angustia / para estrujarlo» (16). Sin embargo, el ser humano debe aferrarse a algo, aunque sea a lo efímero de la existencia. ¿Y a qué nos asimos como un clavo ardiendo? Al amor, del que existen diversas clasificaciones a lo largo de la historia, dividiéndose en el amor erótico o pasional, el amor familiar, el amor fraterno, etcétera. He ahí donde este Adamar comienza a desplegarse, desde su propio concepto, a manera de universo expandido en el que subyace el amor al planeta y a los seres que nos rodean como principio base, desde la tolerancia de la diversidad que nos define tanto en el reino vegetal, en el reino mineral y en el reino animal. La poesía de Ariadna G. García entronca de este modo de lleno en una lectura ecocrítica de la realidad, muy urgente ante el cambio climático. Fruto de esa búsqueda es la sección segunda. El poema Huerto urbano (23-24) plantea una realidad cada vez más habitual, rodeados de verduras transgénicas y carne hormonada. El saludo a la renovación de la naturaleza y el nuevo ciclo vegetal es más que una constatación, pues se plantea como un símbolo del poder natural a pesar del desastre humano: «Decidme quién detiene en primavera, / tras los duros rigores invernales, / la lasciva explosión de los almendros» (25). Y con esa eclosión también va madurando el poemario. A pesar de las ruinas, los viajes y el cariño darán paso a los hijos, nuestra extensión individual en el tiempo y en la historia colectiva: «Ascienden por el aire / las risas de mis hijos / como fulgor que une lo disperso, / lo que olvidé, los huecos, las ausencias. / Regresa a mí la paz» (45). El poema Bahía de Arcachon ratifica ejemplarmente nuestro lugar en el mundo y nuestra misión, si es que hay alguna, como habitantes de pleno derecho y residentes desde nuestra brevedad. «Tras recorrer la senda polvorienta, / subimos los peldaños de la duna / con los niños cargados a la espalda. / Luce un sol de cristales. Ascendemos / a un silencio azulado / donde respira todo lo que importa / con la humildad del barro sin cocer.» (46). Brevedad definida por ese mandato ético de nuestras acciones, que vienen determinadas por una suerte de código deontológico no escrito, pero que plantea necesidades vitales como no matarás. Asimismo contra la barbarie: «Los disparos de tanque han demolido / los gigantescos budas / tallados con amor en la montaña» (58). Poco más podemos añadir excepto que la poesía de Ariadna G. García es tan necesaria como el pan de cada día. Como el aire que exigimos 13 veces por minuto.