Antología. Juana Inés de la Cruz

martes, 8 de marzo de 2022

El mapa del tiempo

El mapa del tiempo, Félix J. Palma. Sevilla, Algaida. “XL Premio de Novela Ateneo de Sevilla”. 2008.

 

Félix J. Palma obtuvo el prestigioso premio “Ateneo de Sevilla” por el primer volumen de la saga. El título da una pista sobre su contenido. Ya en la historia inicial (de las tres de que consta) vemos que la brújula que marca el rumbo del libro es una obrita célebre de Wells: La máquina del tiempo.  

 

Es más, la novela es una suerte de biografía del escritor británico. Pero Palma no se amolda al relato cronológico de sus vivencias. Recordemos que procede del cuento. La suya es una obra donde encajan las piezas como si fuese un puzle. Y créanme, su precisión sonroja a los relojes suizos. El propio autor nos explica al final de tomo porqué ha repartido las información sobre su personaje entre los tres relatos a los que aludía:

 

“a causa de su escasa madera de héroe, tendría que ser una novela en la que él fuese un personaje secundario, alguien al que en algún momento recurrían los otros, los verdaderos protagonistas de la historia” (p. 621).

 

¿Y quiénes son estos? A saber: Dos jóvenes que pertenecen a distintas clases sociales (estrategia de la que se vale Palma para mostrar con todos sus matices el mundo victoriano). El primero es Andrew, “una criatura mustia, sombría” e incapacitada para el disfrute de la existencia. El segundo es Tom, un “pelagatos” de pasado turbio; un personaje mucho más rico y complejo que despierta, pese a sus andanzas, nuestra simpatía. Cada uno de ellos protagoniza su propia novela, de extensión nada desdeñable: 246 y 210 páginas, respectivamente. Wells será el héroe de la tercera (165 pp.), ese broche encargado de amarrar los cabos sueltos de las anteriores, de unirlas en un nudo y de otorgar sentido a las 600 páginas leídas hasta entonces.

 

Ni qué decir tiene que para que la trama diseñada por Palma funcione, necesita la ayuda de un compinche. Esta responsabilidad recae sobre el narrador, un narrador autorial típico de las novelas decimonónicas, tan socarrón como el encargado de ralatar la vida de Isadora en La desheredada, de Galdós. Y tremendamente manipulador.

 

El nexo común a las historias que se dan citan en el libro es H.G. Wells. A él acude Andrew para que le ayude a viajar en el tiempo hasta 1888, con la intención de evitar la muerte de amada a manos de Jack el Destripador. Posteriormente lo hará Tom, quien necesita de su competencia literaria para escribir siete cartas de amor a Claire, una jovencita romántica —hastiada de su época, y de la rígida moral victoriana— que se enamora de él. (Más o menos. Me temo que, como el narrador de la novela, para que la reseña cumpla su cometido, debo callarme cosas y embaucaros.)

 

En realidad, hay un tercer personaje que requiere su colaboración. Se trata de Gilliam, el empresario al frente de la celebérrima agencia de Viajes Temporales Murray, capaz de transportar al futuro a los ciudadanos que puedan abonar el precio de un billete en el Cronotilus, ese tranvía diseñado para atravesar los peligros de la cuarta dimensión con destino al 2000. ¿Con qué propósito? Con el de mostrar a la clase adinerada los peligros de la ciencia y del uso indebido de la tecnología. No en vano, será entonces cuando el capitán Shackleton, líder de la mermada resistencia humana, ponga fin a la guerra de los hombres contra los autómatas.

 

Estas son las piezas que componen el argumento de El mapa del tiempo, pero el narrador las presenta desordenadamente. Eso sí, siguiendo una lógica interna. Por ello, abundan los flashbacks y las anticipaciones. Pero Palma no se conforma con estas roturas en la línea del tiempo. Es un escritor imaginativo que se atreve con las más arriesgadas piruetas, así que riza el rizo, haciendo verdaderas acrobacias temporales por medio del intercambio de epístolas. Con las cartas, el autor gaditano ejecuta la cabriola de la que habla Vicente Gaos en su poemario Profecía del recuerdo. Por supuesto, son múltiples las paradojas temporales que asaltan al libro, de las que Palma sale airoso recurriendo a toda una autoridad en la materia: Doc.

 

Como ven, para forjar su obra Félix J. Palma recurrió a metales diversos: 20.000 leguas de viaje submarino, La máquina del tiempo, Terminator I, Regreso al futuro I, Tintín en el lago de los tiburones (con ese guiño al sofá mecanizado que satisface todos los caprichos de Rastapopoulos), 1984 (la Biblioteca de la Verdad cumple el fin contrario del Ministerio de la Verdad, pues se encarga de preservar el tiempo sin manipulaciones) o el Tenorio (por esa alusión a la capacidad transformativa del amor).

 

El mapa del tiempo es una obra inteligente e imaginativa, escrita con humor, y con personajes bien dibujados. Los lectores verán frustradas continuamente sus expectativas, sorprendidos por los giros y tirabuzones del argumento.

 

A este libro se le puede aplicar perfectamente la reflexión que hacía mi bisabuelo, Esteban Planellas Jarque, sobre el Nobel de 1922: “La vida es como un párrafo de Benavente: cuando te ha convencido de una cosa, te demuestra que es verdad todo lo contrario”.   

 

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