Parece complicado, por no decir que imposible, que un escritor supere la calidad literaria de su primera novela. Y sin embargo, a veces se produce ese milagro. Buena prueba de ello nos da el libro El mapa del cielo, segundo volumen de la célebre trilogía steam punk de Félix J. Palma. Con este nuevo título obtuvo el premio “Ignotus” a la mejor novela en 2013, galardón que otorga anualmente la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror. Y no es para menos. Palma se atreve con un desafío “más difícil todavía” que el anterior. Gusta de las piruetas y los saltos mortales, cosa que agradecemos los lectores.
Ya comenté hace unos días las bondades de El mapa del tiempo (2008), esa obra de precisión matemática que, no obstante, pese a su ingeniería y alarde imaginativo, adolece de un pequeño defecto: no nos enamoran sus personajes. O no todos. De tras tres historias hiladas en el libro, sólo los protagonistas de la segunda nos conmueven, ya sea porque evolucionanna ante nuestros ojos (Tom) o porque nos desnudan su alma a través de epístolas (Claire).
Pero Palma enmienda esa carencia en El mapa del cielo, construyendo personajes redondos, impredecibles, llenos de recovecos, de humanidad, que nos creemos y que nos seducen.
La novela se ofrece como un nuevo homenaje a H. G. Wells, es un monumento dedicado a su figura y a La guerra de los mundos. Dicho esto, cabe apuntar que en el generoso cofre que constituyen sus 700 páginas encontramos monedas de orígenes diversos: Terror, de Dan Simmons; La frontera invisible, de Gisbert; o Harry Potter y el prisionero de Azcabán, de J. K. Rowling. Este botín —completado, entre otras, con alusiones a Shelly, Stoker, Verne y Poe— suponen una fiesta para los amantes de la literatura fantástica, esa que nos hace soñar con mundos imposibles.
Porque ese es el intento de Palma. El narrador autorial nos explicita en la propia novela. Los autores, de ambos sexos, son héroes que salvan vidas con su imaginación:
“¿O acaso no fue eso lo que hicieron al lograr que a una gran parte de la humanidad le resultara un poco más hermoso el siempre triste ejercicio del vivir?” (p. 677)
Al seguir la pista del escritor del británico, Félix J. Palma actualiza el principal motivo de preocupación de los libros de Wells: el destino de la raza humana; que él pinta amenazado por una futura sublevación de autómatas (El mapa del tiempo), así como por la pertinente invasión alienígena (El mapa del cielo). Tema al que añade otros de su propia cosecha: el Fatum y las dudas sobre nuestra libertad de elección, la existencia de mundos paralelos y la necesidad que los humanos tenemos de la magia.
El mapa del cielo puede leerse de manera independiente al primer volumen de la saga. No obstante, recupera a los personajes de este y hace alusiones constantes a sus pericias, por lo que recomiendo que los interesados en la trilogía sigan el orden cronológico de su publicación.
El libro arranca tras la publicación de La guerra de los mundos. Wells acepta la invitación de un novelista a tomar algo para charlar de literatura y de extraterrestres, velada que termina con los dos en el Museo de Historia Natural ante descubrimientos fascinantes, entre otros, de un ovni y de un marciano. A continuación, el narrador realiza un flashback para relatarnos una pesadilla: el asesinato de todos los tripulantes de un buque científico en la Antárdida, a manos (zarpas y colmillos) de un ser de las estrellas. Dicha analepsis constituye un relato de terror en el hielo, de 177 páginas.
A esta primera trama, de ciencia-ficción, le sigue una segunda, de tipo amoroso.
El núcleo de la obra se centra en el presente. Aquí asistimos al relato de una novelita sentimental protagonizada por una joven de alta cuna (Emma Harlow) que rechaza tanto la vulgaridad de su tiempo como a todos los amantes que la cortejan siguiendo el protocolo social. Sólo dará su mano a quien reproduzca la invasión que vaticinó H. G. Wells, demostrando con ello una imaginación fuera de lo común. El caballero que recoge el guante es un antiguo conocido de El mapa del tiempo cuya identidad conservaré en el anonimato. Me limito a recoger el nombre con que se hace llamar: Montgomery Gilmor. Ni que decir tiene que la trama incluye un manojo de flashbacks, tan del gusto de este simpático narrador decimonónico: uno sobre la historia familiar de los Harlow, en cuyo corazón aparece por primera vez un “mapa del cielo”, fantasioso y onírico; el otro, sobre el adinerado y egocéntrico Montgomery; y un tercero, sobre el asedio de este al alma de la joven, cuya risa “no existe” más que para sí misma. Por si esto fuera poco, en esta segunda parte no sólo se nos presentan nuevos personajes, sino que asistimos al nudo de la invasión marciana (el planteamiento, es decir, el aterrizaje, fue descrito en esa protohistoria a la que aludía con anterioridad). ¿Qué ensambla las dos tramas? La aparición en la campiña inglesa de un cohete espacial, que tan pronto puede ser esa fiel reproducción de la astronave inventada por Wells que Gilmor se empeñó en fabricar para ganarse el cariño de la señorita Harlow como puede ser… una invasión marciana en toda regla. ¿Por qué opción se decantan? Pues han dado en el clavo. La novelia de amor (78 pp.) deviene en novelón de aventuras (214 pp.) donde los protagonistas huyen de las máquinas que pretenden matarlos. Y sí, aparece Wells (acompañado de su flashback, obstinado como una sombra), pues el cuerpo especializado de Scotland Yard en casos inconcebibles (aquellos que se resisten a una explicación racional) requiere de su ayuda. A partir de este instante, se sucede la acción sin conceder un solo respiro ni a los personajes ni a los lectores (persecuciones, asesinatos, ocultamientos, rescates, búsqueda de familiares, revelaciones de secretos, encuentros inesperados y “continuos imprevistos que quiebran la línea del destino”). Ahí es nada. Como telón de fondo, Londres se desintegra bajo fuego alienígena, como recojerán más tarde José Antonio Cotrina y Víctor Conde en la sobrecogedora Las puertas del infinito. Por supuesto, también disfruta de sus minutos de gloria el antagonista de la novela: el Enviado, el extraterrestre al que, sin quererlo, Wells otorga una segunda vida en el Museo de Ciencias Naturales. En paralelo a la trama de ciencia-ficción se sigue desarrollando la amorosa. No diré nada sobre la misma, salvo que Emma tiene “la risa más bonita que Wells había oído nunca”.
La tercera parte de El mapa del cielo es suerte de distopía. Transcurre dos años después, y coincide con el largo desenlace. La humanidad ha sido derrotada y malvive en campos de trabajo. Hay multitud de guiños a El mapa del tiempo, buena parte del futuro vislumbrado por Murray se ha hecho realidad (hombres y mujeres esclavizados, procreación en cautividad, la resistencia oculta en el alcantarillado), y un homenaje a Matrix. En este punto, será un personaje del volumen primero, Charles Winslow, quien nos ponga al día a los lectores sobre el infierno que padecen los humanos que han sobrevivido a la invasión. ¿Cómo se convierte en paranarrador? Mediante la escritura de un diario. El otro narrador, el autorial, asume el relato de las aventuras que corre la heroica resistencia, ese grupo liderado por un personaje carismático “de cuyo nombre no quiero acordarme”.
El mapa del cielo es un canto al amor, a la amistad y a la fantasía. Pero no sólo. Mi cita de Cervantes no ha sido caprichosa. Se trata de un libro de libros, lo mismo que El Quijote. Félix J. Palma ha insertado en la obra los géneros novelísticos más celebrados hoy: terror, sentimental, aventura y ciencia-ficción. Y ha tenido la precaución de urdir esta tipología con la trama, de modo coherente (ya saben que a don Miguel le criticaron el uso arbitrario de las novelas intercaladas).
Ignoro lo que me deparará El mapa del caos. Sólo sé que ya estoy deseando comprobar si se supera a sí mismo el autor gaditano.
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