Antología. Juana Inés de la Cruz

jueves, 31 de diciembre de 2020

Novelas leídas en 2020 (desde el 14 de marzo)


Lecturas para sobrevivir a una pandemia. Marzo-Diciembre 2020.

 

Novela

Terror, fantasía y distopía anglosajones

 

  • El bosque mitago, del escritor británico Robert Holdstock. Gigamesh. 2011.
  • “Leyendas de los Otori”, de la escritora británica Lian Hearn. Trilogía formada por El suelo del ruiseñor, Con la hierba de almohada y El brillo de la luna. Alfaguara. 2005-2008.
  • El encuadernador, de la novelista británica Bridget Collins. Random House Mondadori. 2020.
  • La máquina del tiempo, del escritor británico Herbert George Wells. Anaya. 1982.
  • En las montañas de la locura, del escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft. Alianza. 2019.
  • Las torres del olvido, del escritor australiano George Turner. B de Books. 2017.
  • Más allá del invierno, de la novelista británica Kiran Millwood Hargrave. Ático de los libros. 2019.

 

 


Terror, fantasía, ciencia-ficción, thriller, realismo y realismo mágico españoles

 

  • La canción secreta del mundo, José Antonio Cotrina. Hidra. 2011.
  • Yo soy Alexander Cuervo, Patricia García-Rojo. SM. 2020.
  • La deriva, José Antonio Cotrina. SM. 2018.
  • Las hijas de Tara, Laura Gallego. SM. 2005.
  • La versión de Eric, Nando López. SM. 2020.
  • Los diamantes de Oberón, Fernando Lalana. SM. 2019.
  • La puerta de Agartha, César Mallorquí. Edebé. 2014.
  • El círculo escarlata, César Mallorquí. Edebé. 2020.
  • Manual de instrucciones para el fin del mundo, César mallorquí. SM. 2019.
  • La hora zulú, César Mallorquí. SM. 2019.
  • El cazador, Jordi Serra i Fabra. SM. 1982.
  • Magnet. La sociedad de la rosa secreta. Daniel P. Espinosa. Amazon. 2019.
  • Antisolar, Emilio Bueso. Gigamesh. 2018.
  • Canto yo y la montaña baila, Irene Solà. Anagrama. 2019.
  • El mapa de los afectos, Blanca Andreu. Destino. 2020.
  • Caminaré entre las ratas, David Pérez Vega. Carpe Noctem. 2020. Reseña AQUÍ.
  • Café Jazz El destripador, Luis Artigue. Pez de plata. 2020.
  • Baba Yagá, María Zaragoza. Aristas Martínez. 2020.

 

 

 

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Canto yo y la montaña baila

Canto yo y la montaña baila, Irene Solà. Traducción de Concha Cardeñoso. Barcelona, Anagrama, 2019. 190 pp.

 

Una de las primeras cosas que hice en cuanto pasamos a la fase 2 de la desescalada fue comprarme en una de mis librerías de confianza en Madrid, La Sombra, un ejemplar de la novela Canto yo y la montaña baila, cuya cuarta edición se comercializaba entonces. Estábamos en junio. Habíamos estado tres meses recluidos en casa, desde la declaración del Estado de Alarma el 14 de marzo. Supongo que la mayoría de los habitantes de la gran ciudad soñamos en ese tiempo con poseer una casita de campo o un chalet en medio de la sierra. Ansiábamos expandir la mirada contemplando los Siete Picos desde la terraza o el ático. Cuando cerrábamos los ojos nos recordábamos en otros parajes, más allá de los muros y de la ropa tendida de los vecinos con los que intimamos —a voces— de balcón a balcón. El libro de Irene Solà (Malla, 1990) supone una experiencia única, envolvente, de inmersión en la naturaleza. A la vez que critica el hacinamiento urbano, nos hace percibir toda la fuerza de la vida en la alta montaña. Lo mismo que hicieran en el siglo XVI fray Luis de León o Antonio de Guevara, la joven novelista enaltece la aldea (Camprodon y otras áreas pirenaicas). Elogia la belleza del paisaje, pero también los ritos asociados a la existencia agreste, por muy cruentos que puedan parecernos. Así, describe partos y muertes, de animales y humanos por igual. Y he aquí el gran atractivo de la obra: Solà da voz a todos los seres que comparten un mismo ecosistema: nubes, setas, corzos, osos, perros, montañas, mujeres y hombres. Se trata de una novela coral compuesta por intensos monólogos salpicados de rasgos orales (oraciones muy breves, paralelismos, repeticiones, onomatopeyas…) y de un hondo lirismo. Los diferentes relatos se relacionan entre sí como un prisma, formando un sugestivo caleidoscopio. Cada ser vive expuesto al medio. Ninguno es perdurable. Todo cambia. Y cada especie de La Tierra es semejante al resto. Sostenía el filósofo renacentista Étienne de La Boétie: “todos somos compañeros , y no puede caber en el entendimiento de nadie que la naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en compañía”. Solà también critica las ansias de dominación humanas, bien que sobre el conjunto del planeta. Lo hace por boca del oso: “Nosotros estábamos aquí. Antes que nadie. Mucho antes que los hombres y las mujeres […] Éramos los dueños. Y después vinisteis. Hombres repugnantes que matan lo que no se comen. Hombres que lo quieren todo, que se adueñan de todo” (p. 145). Canto yo y la montaña baila recrea los mitos animistas, recoge leyendas locales y ofrece un poderoso mosaico de existencias auténticas, violentas y apasionadas. En resumen: constituye un originalísimo canto de amor a la vida, ese bien escaso que nos está conduciendo al colapso civilizatorio. Irene Solà defiende valores como el cuidado de la biodiversidad o el respeto a los reinos de la naturaleza, antídotos, nos dice Jorge Riechmann, contra la catástrofe ecosocial que, como estamos comprobando, el homo sapiens ha puesto ya en marcha.

 

martes, 29 de diciembre de 2020

Ensayos leídos en 2020

 


Lecturas para sobrevivir a una pandemia. Marzo-Diciembre 2020.

 

Ensayo

 

  • El ángel de la creación: Diálogos y entrevistas, José Ángel Valente. Galaxia-Gutenberg. 2018.
  • Meditaciones, Marco Aurelio. Prólogo de Carlos García Gual. Traducción de Ramón Bach Pellicer. Gredos. 2019.
  • Otro fin del mundo es posible, Jorge Riechmann. MRA. 2019.
  • Cuaderno de Beirut, Rodolfo Häsler. Polibea. 2020.

 

viernes, 25 de diciembre de 2020

"Sublevación" entre los mejores poemarios del 2020 para El Cultural


 

Acaban de publicarse las listas elaboradas por los críticos de El Cultural con los mejores libros de poesía del 2020. Tengo el honor de que Túa Blesa haya seleccionado en la suya mi último poemario, Sublevación (Pre-Textos). Un lujo aparecer junto a cuatro gigantes: Olvido García Valdés, Eloy Sánchez Rosillo, Antonio Colinas y Aurora Luque.


Túa Blesa
1. Confía en la gracia, Olvido García Valdés. Tusquets
2. Los árboles que nos quedan, Ramón Andrés. Hiperión
3. La rama verde, Eloy Sánchez Rosillo.Tusquets
4. Gavieras, Aurora Luque.Visor
5. Da dolor, Pilar Adón.La Bella Varsovia
6. Grandes galeones bajo la luz lunar, Luis Antonio de Villena. Visor
7. Los prados sembrados de ojos, Antonio Colinas. Siruela
8. Para el tiempo que reste, César Antonio Molina. Fundación José Manuel Lara
9. Sublevación, Ariadna G. García. Pre-textos
10. Los desnudos, Antonio Lucas. Visor

 

De igual modo, el analista Joaquín Pérez Azaústre coloca mi poemario entre los diez primeros:

Joaquín Pérez Azaústre
1. Los desnudos, Antonio Lucas. Visor
2. En los prados sembrados de ojos, Antonio Colinas. Siruela
3. Roma, Manuel Vilas. Visor
4. Grandes galeones bajo la luz lunar, Luis Antonio de Villena. Visor
5. Para el tiempo que reste, César Antonio Molina. Fundación José Manuel Lara
6. Aunque los mapas, Raquel Vázquez. Visor
7. Hijos de la bonanza, Rocío Acebal. Hiperión
8. Los poemas menguantes, Alfonso Larrea. Grupo Tierra Trivium
9. Sublevación, Ariadna G. García. Pre-Textos
10. El hambre, María González. Maclein y Parker

 

Vaya manera de acabar el año.

Os dejo aquí el enlace a El Cultural: https://elcultural.com/las-votaciones-de-nuestros-criticos-poesia-2020

 ¡Feliz Navidad!

 

 

sábado, 19 de diciembre de 2020

Café Jazz El Destripador

 


Café Jazz El Destripador, Luis Artigue. Oviedo, Pez de plata. 2020. 294 páginas.

 

 

Tras la lectura de la brillante Donde siempre es medianoche, pensé que Luis Artigue tendría bastante difícil igualar los megavatios de aquella premiada novela (recibió el Celsius en la categoría de ciencia ficción y fantasía españolas). Pero si de algo va sobrado el narrador leonés es de potencia lumínica: tiene una obra verdaderamente deslumbrante. Café Jazz El Destripador guarda similitudes compositivas con su libro anterior. De nuevo el protagonista recurre (mal que le pese) a la mediación de un experto en psicología para orientarse en este valle de lágrimas. Sólo que ahora este personaje viene encarnado por un “pastor santero” que emplea sus habilidades psicoanalíticas para someter a terapia a un obstinado espíritu doliente que ha poseído el cuerpo de Miles Davis, el célebre trompetista. Así empieza un apasionado, lírico e imaginativo viaje regresivo por la mente del músico hechizado hasta el París finisecular: gótico, arrabalero, galante y libertino, de salones imperiales y muchachas con sífilis. Y es que Miles, en una vida previa había sido el poeta maldito Charles Baudelaire. A partir de este punto, se simultearán dos tramas igual de exuberantes, creativas e intensas. Una transcurrirá en París (1840-1868); la otra entre St. Louis City, Nueva York, Los Ángeles, París y Newport (1940-1958). La primera estará protagonizada por la hija bastarda de Baudelaire, cuyo espíritu martiriza la mente de Miles David, hasta medio destruirlo; la segunda, por este joven músico y por el mítico Charlie Parker, el genio de Harlem: un hombre lúcido, audaz, innovador, delincuente, egoísta y enfermo, siempre al límite de su capacidad de resistencia. Luis Artigue dedica las páginas más lúcidas de su libro a la reflexión meta-artística. Contrapone dos modos de ser y estar en el mundo, a los que asocia dos concepciones distintas de la música. Por un lado, Charlie Parker simboliza al artista total, obsesionado y ebrio de su obra. Sus ansias de libertad, su insatisfacción perpetua, su rebeldía, su deseo constante de emociones lo llevan a la invención de nuevos (y arrebatados) ritmos. De modo que su drama personal queda plasmado en sus composiciones. En el otro platillo de la balanza se encuentra el joven Davis: un muchacho tierno, generoso, de estilo equilibrado, imaginativo, sereno y sensual. Dos polos. Dos actitudes. Dos estéticas. Y en medio, Artigue que nos lanza un puñado de preguntas: ¿cuál es la función del arte: exaltarnos, consolarnos, mejorarnos (elevarnos al amor, a la bondad)? ¿Qué precio hay que pagar por el éxito? ¿Se puede crear una obra perdurable “desde la normalidad” o es requisito indispensable tener un espíritu turbio? ¿Emana la belleza del dolor o de la alegría? ¿Qué persigue el artista: crear una música pegadiza, “con emociones de contrachapado”, de consumo rápido que le reporte fama y dinero; o componer temas hondos, emanados de dentro, con un estética exigente y un estilo culto que, no obstante, comunique un mensaje de corazón a corazón? Este Artigue, está claro, no solo habla de melodías y salas de conciertos, realiza una reflexión general sobre cualquier disciplina creativa (¡Ay, la lírica!) y toda forma de interacción humana (la superficial & la verdadera). 

Con frenéticos cambios espacio-temporales, una prosa magnética y un refinado sentido del humor, Luis Artigue nos regala un viaje sorprendente, lleno de contrastres (la gloria, la decadencia de un músico; el París integrador frente a la Nueva York racista; los artistas, los gánsters…). Café Jazz El Destripador es una novela inteligente, alocada y entretenida en donde se revela el mundo propio de su autor. La edición, simplemente, maravillosa. Las bellas ilustraciones de la cubierta, el interior y la postal que acompaña al libro las firma Ángel de la Calle. Para tenerla en casa. Ya saben qué pedir a Santa Claus.

 

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Cingla

Cingla, Constantino Molina. “Premio de Poesía Hermanos Argensola”. Visor, 2020. 62 páginas.

 

 

Parece claro que en Albacete hay un grupo de poetas a los que une la amistad y que de un tiempo a esta parte han alcanzado visibilidad gracias al espaldarazo de premios de prestigio. Me refiero a Andrés García Cerdán (Fuenteálamo, 1972), Rubén Martín (Albacete, 1980) y Constantino Molina (Pozo-Lorente, Albacete, 1985). Integrantes todos de una misma generación, comparten cierto aire de familia en la medida en que parecen dialogar con dos de los grandes autores de la tierra: Dionisia García (Fuenteálamo, 1929) y Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948). Recordemos que Murcia y Albacete pertenecieron a la misma división territorial hasta 1978. Unidos por su coincidencia en ediciones Rialp (Martín y Molina han ganado el “Adonáis”; Cerdán, el “Alegría”) y por haberse alzado con el “Argensola” (Martín en 2012, Cerdán en 2018 y Molina en 2020), comparten un tono celebratorio de la vida y un arraigo en la naturaleza. Las diferencias entre los tres, no obstante, son evidentes. Cerdán, autor de una amplísima trayectoria, posee un verbo electrizante, vigoroso, que pone al servicio no sólo de los temas existenciales, sino de la crítica feroz del estado del mundo. Martín, por su parte, es dueño de una mirada contemplativa que nos llena de luz al posarse en el entorno agreste. Molina, el más joven de todos, canta lo pequeño, lo doméstico, con voz grave o desenfadada, para contrarrestar con la alegría de lo minúsculo la nada que lo cerca. 

Constantino Molina se dio a conocer en 2014 con Las ramas del azar (“Adonáis” y “Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández”), libro al que siguió Silbando un eco extraño (Hiperión, 2016. Premio “Alfons el Magnànim”). Con su su último trabajo, Cingla, ha ganado el “Argensola”. Este último tiene 700 versos, y está formado por 45 poemas que se suceden sin divisiones. Dicho esto, los textos más luminosos se concentran al principio, y aunque los temas del vacío y de la nada se esparcen por todo el libro, los poemas que con más plasticidad nos hablan de la muerte, se encuentran al final. Molina echa mano de una simbología de corte tradicional para connotar el vitalismo, pese a la contingencia (rosales, agua, pájaros…). Sobresalen, dentro del conjunto, los poemas trascendentales, en donde Molina acoge una mirada renacentista (o neoclásica, “La vendimia”), barroca (“Una convivencia”, “Mi cuerpo”) y estoica (“Atardecer desde un patio interior”):

 

… Aquí abajo pronuncio unas palabras: 

es la quietud la tarde,

y riego los rosales.

Mis articulaciones obedecen

a cada impulso eléctrico

que mi cerebri dicta

y soy el centro y dueño de un instante.

 

Por encima de todo

una expansión vibrante

y el canto del vacío ante la nada.

  

También destaco el ramillete de composiciones que el autor dedicada a su difunto padre (en especial, el sutil y estremecedor “Golondrina”). Por el contrario, me gustan menos algunos de los poemas de tono ligero que abundan en el libro: “Mosquito mío”, “M” o “El arte del bostezo”.

“Cingla”, nos dice el autor, es la roca madre sobre la que se asienta la vida. Ese suelo firme, metafóricamente hablando, son las tres prestigiosas editoriales que lo han editado. Poco a poco, el poeta albaceteño va afirmando su pulso sobre el suelo. De momento, tres libros. Seguiremos pendientes de los frutos que nazcan de esa tierra.

 

martes, 15 de diciembre de 2020

Carlos Alcorta reseña "Panoramas para leer"


 

El poeta y crítico literario Carlos Alcorta publica en El diario montañés una reseña del libro de crítica literaria Panoramas para leer, preparado por Juan Carlos Abril (Bartleby, 2020).

Dejo aquí un extracto de su artículo:

"Pero vayamos a Panorama para leer, porque es mucho más que una mera acumulación de reseñas sobre algunos de los libros publicados durante esos años. Aquí encontramos títulos como Autorretrato a lo lejos, Canino, Ciudad sumergida, Clima mediterráneo, Conciencia de clase, Desaparecer, Épica de raíles, Fiebre y composición de los metales, Los allanadores, O futuro,  No estábamos allí, Para una teoría de las distancias, Sangre seca o Ser sin sitio, por citar solo algunos, de autores como Lorenzo Plana, Andrés Navarro, Ariadna G. García, Luis Bagué Quílez, David Mayor, Juan Manuel Romero, Verónica Aranda, María Ángeles Pérez López Pérez, Carlos Pardo, Abraham Gragera, Jordi Doce, Lorenzo Oliván, Josep M. Rodríguez o Álvaro García, respectivamente, pero lo verdaderamente sustancioso es el estudio previo, un intento de establecer las nuevas coordenadas por las que maniobra la mejor poesía actual".   

 

jueves, 10 de diciembre de 2020

Las hogueras azules


 

Las hogueras azules, Juan F. Rivero. Candaya. 112 páginas.

 

 

 

 

Hace un año publiqué la reseña de Escaramujos, un bello libro de haikus a cargo de Jesús Munárriz que había editado la editorial Pre-Textos. En aquel artículo (que podéis leer AQUÍ) hacía un repaso de la influencia de la lírica nipona en nuestras tradición, remontándome a los poetas del 98. El nuevo libro de Juan F. Rivero (Sevilla, 1991), Las hogueras azules, dialoga, pues, con una doble corpus de lecturas: las fuentes orientales (chinas y japonesas: Basho o Santoka, entre otros) y las españolas. Leído el libro, me atrevo a especular con la idea de que su joven autor haya sentido arder dentro de sí la llama de una de las formas de espiritualidad más antiguas del mundo, la china, vertida sobre la cultura japonesa, donde florecerá con sello propio. Visto el año que llevamos, con la pandemia y la crisis económica de fondo (que no dejan de ser síntomas de esa enfermedad llamada capitalismo –parafraseo a Jorge Riechmann), estamos necesitados de una desacelarción de nuestros ritmos laborales y existenciales, de un apego sincero a la naturaleza, de un ejercicio de instrospección que nos permita conocernos y dejarnos sorprender por el mundo. A este propósito contribuye la lectura de Las hogueras azules. Esta pequeña colección de haikus, tankas y prosas nos recuerda que tenemos al alcance de la mano una vida más plena, quizás porque (también) nos hace ser conscientes de la fragilidad que soportamos. Así, abunda en estos textos delicados y minimalistas una simbología aérea (cielo, luz, pájaros, polillas, libélulas, amanecer) que connota exaltación. “La alegría/ consiste en no creer:/ la vida basta” escribe Juan F. Rivero. Sostiene Mexence Fermine en Nieve, un hermoso cuento que rinde culto al haiku y a la belleza, que las artes y el amor persiguen un mismo fin: “vivir cada momento de la vida a la altura del sueño”. Puede que por esa razón Las hogueras azules incluyan poemas amorosos de cuño celebrativo (“el olor de otro cuerpo/puede ser un paisaje”), donde no falta el temor a la pérdida, a la frustación del ideal: “sentimos miedos nuevos/ cada vez que diluvia/ y  asignamos un nombre/ a las cosas que amamos”. No quiero acabar la reseña sin mencionar el tema de la Luz. Rivero, como el Juan Ramón del Diario de un poeta recién casado, dedica un hermoso texto (“Haibun 1”) a la luminosidad. Ambos buscan los matices cromáticos ahondando en la luz interior, esa que alumbra los colores de fuera. Detenerse, contemplar, conocerse. Tres versos imprescindibles para el siglo en que estamos.

 

martes, 8 de diciembre de 2020

Caminaré entre las ratas

 

Caminaré entre las ratas, David Pérez Vega. Carpe Noctem. 2020. 343 páginas. 

 

 

Sostenían los críticos coétaneos de los autores del 98 que Unamuno, Azorín o Ganivet no escribían novelas. Desde luego, no las redactaban según los parámetros de la narrativa realista. En sus obras tenían mucho más peso las ideas que la trama. Cristina Morales ganó el premio Herralde en 2018 con un libro, Lectura fácil, cargado de ideología política y carente de argumento, polifónico, donde los personajes se expresan por medio de diálogos, monólogos y debates asamblearios. Se trata de un libro alejado de la poética tradicional del género, y de las propuestas narrativas que se ofrecen en la actualidad. Digo esto para trazar la genealogía la última novela de David Pérez Vega, Caminaré entre las ratas. Escrita en primea persona (y en un presente atemporal) por un narrrador protagonista, la obra avanza hilando escenas costumbristas, sin un aparente propósito hasta casi la mitad del libro. No estamos ante una novela de trama, ni de resolución de conflictos entre personajes. El magro de la acción, de hecho, es realmente escaso (al menos, hasta la página 144). Benveniste clasificaba en dos los tipos de enunciaciones: de la historia y del discurso, que sirvieron de inspiración a Werlich para su dicotomía entre el mundo narrado y el mundo comentado. Por lo que respecta al primero, noto que David se demora a menudo en la descripción de escenas intrascendentes y que recurre sin descanso al flashback. En cuanto al segundo, la voz narradora expone a los lectores sus diferentes puntos de vista sobre diversos temas de interés y expresa su opinión sobre los mismos. Esta elección domina buena parte de la novela. En este sentido, la actitud de David es análoga a la de Ganivet, Azorín o Morales. O incluso a la de nuestros escritores de diálogos renacentistas, sobre todo Juan y Alfonso de Valdés. Caminaré entre las ratas es (al menos, en su segunda parte), una estupenda novela reflexiva de cuño crítico que recoge el ideario de su autor. Así, posee inteligentes disertaciones sobre motivos que están en la agenda informativa: la implantación de nuevas tecnologías en el aula, los recortes en educación y sanidad, el uso de las redes sociales, la corrupción, la inmigración o la lucha de clases. David pisa sobre seguro, profesor de Economía y narrador de amplia trayectoria (en la última década ha publicado tres novelas y un maravilloso libro de relatos, que reseñé AQUÍ), transfiere sus conocimientos al protagonista del libro (aspirante a docente y licenciado en Administración y Dirección de Empresas). Con Caminaré entre las ratas, Pérez Vega recorre una zona distinta del mapa donde también se situan algunos de los relatos de Koundara. Es decir, tiene un mundo propio en el que ahonda. Dicho esto, esos constantes (y a veces reiterativos) flashbacks que comentaba más arriba tienen un efecto colateral: pausan el ritmo del relato y llegan a resultar tediosos. Será a partir de la segunda mitad de la novela cuando el tempo se acelere, debido a un conflicto que dará coherencia a la historia. Vayamos al argumento: Domingo, un teleoperador de 39 años con estudios de ingeniería, ambiciones literarias y licenciado en ADE, lleva una vida monótona y alejada de sus expectativas. Sus días transcurren entre el Facebook, su blog y su prácticas del máster de formación del profesorado. A esa vida relajada (no exenta de infortunios, como la muerte de un amigo) le sucede un contratiempo: un viaje erótico a Canarias, cuyas consecuencias le sumirán en una depresión y aumentarán sus niveles de violencia. A partir de ese instante, se produce un descenso a los infiernos que se traducirá en el incremento del vuelo retórico, la confrontación dialéctica y el uso del sarcasmo, esto es: en una deslumbrante tensión lingüística que hace mucho más atractiva la lectura de los comentarios y recuerdos del protagonista, cargados (ahora) de mordacidad y de lucidez. Caminaré entre las ratas, por tanto, gana –y mucho– en su segunda parte. El libro no deja de ser un aviso para navegantes (para internautas, más bien), así como esboza un retrato generacional de los nacidos en las localidades de la periferia (como Móstoles) en los 70-80, a quienes la crisis del 2008 zarandeó durante un lustro. Sólo por eso, ya merece la pena su lectura. 

 

 

lunes, 7 de diciembre de 2020

Notas y apuntes poéticos (III)


Sublevación recoge símbolos de diferentes culturas: celta, ibera, griega, romana, cristiana, china, hindú… pero en ocasiones, más allá del uso de símbolos aún vivos en nuestra concepción del mundo, milenarios –como el propio lenguaje que los nombra–, echo mano de citas de autores místicos que me han precedido en la búsqueda de la espiritualidad: san Juan de la Cruz, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Carlos Bousoño, José María Valverde, Blas de Otero, Francisco de Osuna, Diego de Estella o Erasmo. El uso de los eslónages publicitarios y las referencias al mundo del cine, los videojuegos, las series y las redes sociales sirven como denuncia de las distracciones con que nuestra sociedad impide que desarrollemos nuestro mundo interior, ofreciendo a menudo sucedáneos verbales de esa energía celeste que nos perfecciona, y que transforma la convivencia. La unión de la alta y baja cultura obedece al sincretismo estético tan característico de la poesía española desde el siglo XIV (y aun antes, desde las moaxajas).

 

Han sido también fundamentales en esta indagación personal, que lo es, además, en la propia tradición literaria, las obras de santa Teresa de Jesús, Clara Janés y María Zambrano.

 

Igualmente, me han acompañado Milton, T.S. Eliot, Rumi, Jayyam, Hesíodo, Píndaro u Ovidio.



viernes, 4 de diciembre de 2020

Presentamos Sublevación en la Residencia de Estudiantes


 

Mi nuevo libro de poemas, Sublevación (Pre-Textos, 2020), ya tiene fecha para su puesta de largo. Será el 19 de enero, a las 19:00, en la Residencia de Estudiantes. Me acompañarán Manuel Borrás, editor de Pre-Textos; y Javier Lostalé, poeta y crítico literario de RNE. Debido a la Covid-19, será un acto sin público en la sala. No obstante, y como viene siendo habitual desde la declaración de la pandemia, será retransmitado on line, en directo. Podréis seguirlo a través de la web de la Residencia de Estudiantes: www.edaddeplata.org 

¡No os lo perdáis!

Reservad vuestras agendas. Os esperamos.



sábado, 21 de noviembre de 2020

Notas y apuntes poéticos (II)

 


Nos falta tiempo para escucharnos. José Ángel Valente solía citar una sentencia de Novalis con la que me identifico: “El escritor no habla, se deja hablar”. Los místicos alumbrados o dejados ya postulaban la necesidad de la quietud y del aniquilamiento para desintegrarse en Dios y fundirse con él. Del mismo modo, durante la creación de Sublevación me vacié de mí para dejar que las palabras, portadoras de símbolos, emergieran.

 

La poesía mística es un travesía por los límites, una marcha a contrapelo de las experiencias que propone el lenguaje dominante (funcional). Por ello, para dar cuenta de ese viaje interior en busca de mi realidad última he modificado mi estética, tratando de evocar esa inefable aventura del descubrimiento.

 

José Jiménez Lozano, en un interesante artículo sobre mística hispánica (“Una estética del desdén”, publicado en el volumen La espiritualidad española del siglo XVI, Ediciones de la Universidad de Salamanca,1990) esgrime que nuestros visionarios renacentistas se enfrentaban a la dificultad no sólo de la expresión literaria de sus obsesiones, sino de la construcción de su propia identidad. De ahí que desecharan “toda expresión retórica del buen decir y buen escribir o artificio literario”. Ellos pretendían evocar la verdad de sí mismos, y lo hacían “con perfecta conciencia y voluntad de desconstrucción gramatical, de subversión lingüística”. Tal ha sido mi intento.

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

Notas y apuntes poéticos (I)

 


En la sociedad de hoy las mujeres y los hombres no disponemos libremente de nuestro tiempo. Somos esclavos de la prisa, de la vorágine laboral, de los trámites y de la burocracia. Inmersos en esa centrifugadora, en la que damos vueltas sin descanso (atronados, además, por el ruido), hemos perdido contacto con nuestro yo más íntimo y recóndito, con nuestra misma esencia espiritual. Como resultado, nos hemos escindido de la especie, hemos dado la espalda a la Naturaleza y hemos dejado de sentirnos parte de un Todo. Sublevación, extenso poema de 400 versos, es una experiencia extrema de búsqueda de la interioridad, de conquista de nuestro propio centro, y de apertura revolucionaria al encuentro con el otro.

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

Juan Carlos Sierra reseña Panorama para leer. Un diagnóstico de la poesía española

Hace unos días comentaba que Juan Carlos Abril, profesor universitario y poeta, ha publicado en Bartleby una colección de reseñas literarias. Tengo el honor de que en dicho volumen se incluya un artículo sobre mi poemario Ciudad sumergida (Hiperión, 2018). Juan Carlos Sierra, crítico literario y profesor de instituto, reseña al reseñista en en su reciente ensayo "El poema bien hecho o la nada", editado en la revista Estado crítico. Os dejo más abajo el anlace a la texto completo, no sin antes transcribir un párrafo. Y es que no todos los días dicen de una escritora palabras tan emocionantes como estas:

"Seguro que falta algún título importante de los publicados en el periodo entre 2014 y 2018, que es la horquilla temporal que abarca el libro que comentamos, porque, como reconoce su autor, no es posible leerlo todo, pero está claro que aparecen algunos de los nombres fundamentales de la poesía última española: Carlos Pardo, Erika Martínez, Pilar Adón, Ariadna G. García, Luis Bagué Quílez, Luis Muñoz, Juan Manuel Romero, Miriam Reyes, Abraham Gragera, Rafael Espejo, Juan Antonio Bernier, Ana Gorría, Andrés Navarro, Fruela Fernández, Josep M. Rodríguez, Álvaro García,…"

Mi agradacimiento a ambos.

 Artículo de Sierra, AQUÍ.

 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Novelas juveniles actuales

 

En diciembre del año pasado publicaba un post sobre novelas juveniles que nunca me han fallado en los años que llevo de profesora de secundaria. Y he de añadir que algunos de esos libros me apasionan, y no solo como docente. La isla de Bowen, por ejemplo. Maravilloso relato de aventuras de César Mallorquí que nada tiene que envidiar a la narrativa de Verne o Conan Doyle. 

A esa lista de entonces añado varios títulos más:

* Yo soy Alexander Cuervo, de Patricia García-Rojo. SM. Una obra sobre la magia ambientada a finales del siglo XIX, durante el Modernismo. Divertida, trepidante e imaginativa. 

* La deriva, de José Antonio Cotrina. SM. Esta nueva novela de Cotrina tiene una primera parte próxima al Romanticismo, protagonizada por un fantasma abúlico y nostálgico. Por un niño que perdió la vida en el segundo exacto en que la Humanidad firmó su sentencia de muerte. La segunda parte, en cambio, me recuerda más al Emilio Bueso de Cenital. Los pocos humanos que sobrevivieron al fin del mundo se organizan de dos modos excluyentes: colaboran en aldeas protegidas para beneficio de todos o las saquean sin dejar testigos. ¿Y qué harán los fantasmas? ¿Se cruzarán de brazos? ¿Se implicarán en la lucha por uno u otro bando? La novela me encantó. Eso, sí, es apta para todos los públicos. Estamos lejos de la violencia despiadada (y perfectamente justificada) de La canción secreta del mundo. 

*La canción secreta del mundo, J.A. Cotrina. Hidra. Sin lugar a dudas, su mejor obra. Libro inteligente como pocos. Con un dominio prodigioso del espacio-tiempo. Y con una protagonista, Ariadna, simplemente espectacular, compleja, contradictoria y fascinante. La voz narradora es inmisericorde y posee un hipnótico estilo poético. La generosa extensión de la novela (666 páginas, no es broma) permite tanto la perfecta descripción del portentoso mundo levantado por Cotrina ("universo entre líneas" lo denomina él) como del carácter de la adolescente protagonista: un personaje con el que empatizamos, al que tememos y por el que sentimos una profunda lástima, una criatura -en fin- a la que cuesta renunciar cuando acabamos el libro. Y digo "criatura" porque no está ni viva ni muerta, sino todo lo contrario. Cuando cierras las cubiertas aún resuena en ti la perfecta estructura de la obra, los dos demoledores desenlaces, y llegas a la conclusión de que Cotrina disfrutó de lo lindo escribiendo la historia. 

* La versión de Eric, de Nando López. SM. Tenía que ser Nando el autor que derribase los prejuicios de las editoriales a publicar novelas juveniles protagonizadas por un personaje LGTBI. Escritor comprometido y valiente, ganó el Gran Angular con la que puede ser su novela más lírica, sin que renuncie por ello a la violencia (marca de la casa). Nando coloca distintos puntos de fuga sobre Eric para ofrecernos una imagen poliédrica del personaje, alejada de los esterotipos que la sociedad construye sobre las personas transexuales. Sus puntos fuertes: los recuerdos de infancia, verdaderamente emotivos y lúcidos. Sus puntos débiles: parte de la la trama y el desenlace, que recuerdan demasiado a La edad de la ira (el mayor éxito, hasta la fecha, de su autor).      


Por lo que respecta a los libros que se publican al otro lado de nuestras fronteras, recomiendo aquí algunos títulos:

* Las leyendas de los Otori, de Lian Hearn. Alfaguara. Tenéis mi reseña AQUÍ

* El encuadernador, de Bridget Collins. Penguin Random House. Tenéis mi reseña AQUÍ.


NOTA: Esta entrada, perfectamente dividida en párrafos, nunca hubiese sido posible sin la generosa ayuda de César Mallorquí, a quien mando un abrazo desde este buque rompehielos.

Ya está a la venta Sublevación

Mi nuevo libro de poemas (el noveno de mi carrera literaria), Sublevación (Pre-Textos, 2020) ya está a la venta desde el pasado 28 de octubre. Lo podéis encontrar en la FNAC, en la Casa del Libro, en El Corte Inglés y en otras 178 librerías reunidas en el portal Todostuslibros.com. Os dejo aquí su enlace: https://www.todostuslibros.com/libros/sublevacion_978-84-18178-23-8 ¡No os quedéis sin vuestro ejemplar! Saludos.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Poema de mi nuevo libro: Sublevación

En la página web de la editorial Pre-Textos podéis encontrar uno de las 42 piezas que componen Sublevación, un extenso poema de búsqueda y conquista interior. https://www.pre-textos.com/escaparate/product_info.php?products_id=2022

viernes, 30 de octubre de 2020

Mudanza del isonauta

De la mano de TusQuets nos llega la nueva entrega poética del infatigable Jorge Riechmann: Mudanza del isonauta. Fiel al estilo que lleva cultivando desde la última década, Riechmann recurre al poema breve y al aforismo para, siguiendo el ejemplo de san Pablo, hacernos despertar. Pero los corintios modernos vivimos sumidos en un letargo demasiado profundo. De ahí la insistencia del autor, libro a libro, en echarnos bidones de agua fría para sacudirnos el sueño y tomar los mandos de esta civilización que se autoinmola. "No añadas/emoción a los poemas" se impone como condición formal. Poco importa. Los textos tienen ya de por sí tanta carga ideológica, que nos implosionan por dentro. "Nos falta/ lenguaje/ para decir lo que viene", nos advierte. Quizás sea esa la razón de la abundancia de neologismos con lo que trata de denunciar la huella humana en el mundo: "arboricidio", "desfaunación". ¿Nos falta voluntad para obrar un cambio en nuestro estilo de vida? ¿Qué diría "Azorín" si nos viese? Riechmann señala con el dedo la causa de la futura catástrofe que acabará con nuestra especie: "La tragedia del mundo/es en el fondo la pereza" (p. 56). 115 años, y seguimos igual que denunciaban los escritores del 98. Estáticos y ciegos, consumiéndonos en nuestra "ardiente oscuridad". Buero Vallejo, otro que se llevaría las manos a la cabeza si contemplase cómo seguimos levantando fundaciones, ahora digitales, que ocultan a la vista la amarga realidad. "No te quedes mirando", nos apela Riechmann. El problema, me temo, es que la ciudadanía mira sin ver. Más "humor", "piedad" y "amor" reclama el poeta a sus conciudadanos. Y yo auguro que en pocos meses tendremos libro nuevo de este poeta capital de la lírica española, porque, como él mismo sostiene: "aunque los niños no entiendan/.../no por eso hay que dejar de hablarles".

jueves, 29 de octubre de 2020

Mi novela "Inercia", en la revista Quimera

En su último número, la revista Quimera publica el artículo "La literatura proyectiva española desde las crisis: Una visión de conjunto", firmado por los críticos Rubén Sánchez Trigos, Isabel Clúa y Fernando Ángel Moreno. En sus páginas se nombra mi primera novela, Inercia, publicada por Baile del Sol en 2014. Dejo aquí la cita: "En este sentido, cualquiera que eche un vistazo a la ciencia ficción española de los últimos veinte años, y especialmente de la última década, se encontrará con una narrativa comprometida y crítica, quizás incluso desquiciantemente pesimista. Incluso las tramas de personajes individualistas y cínicos pivotan en torno a cuestiones socio-políticas polémicas y ásperas como el cambio climático, la corrupción política, las ambigüedades de los movimientos ideológicos sistematizados o la relación con los países menos desarrollados. Esto ha llevado a interesantes incursiones en la distopía, como Inercia (2014), de Ariadna G. García, o a reflexiones sobre nuestra sociedad desde un punto de vista más ciberpunk como Flores de metal (2007), de Lola Robles". Un lujo aparecer junto a Jorge Carrión, Guillem López, Féliz J. Palma, Emilio Bueso, Ismael Martínez Biurrun o Sofía Rhei. Artículo completo, AQUÍ.

sábado, 24 de octubre de 2020

Nuevo poemario: Sublevación

Es para mí un placer comunicar que Pre-Textos acaba de publicar mi nuevo libro de poemas, Sublevación. Hoy comparto con vosotros la cubierta. En breve, algún poema. Las 42 piezas que lo componen las escribí entre febrero y abril del año 2018. Ya os contaré más cosas. La obra se pone a la venta el próximo miércoles 28 de octubre. ¡Reservadlo! Luego le dan el Nobel a una y os quedáis sin ejemplares... ;D

jueves, 22 de octubre de 2020

En el nuevo libro crítico de Juan Carlos Abril

El profesor y poeta Juan Carlos Abril incluye en su nuevo libro, Panorama para leer. Un diagnóstico de la poesía española (Bartleby, 2020), un artículo sobre mi poemario Ciudad sumergida (Hiperión, 2018). Os dejo aquí la contracubierta de la obra: Panorama para leer. Un diagnóstico de la poesía española completa una cartografía de los libros de poesía más importantes aparecidos en España entre finales de 2014 y finales de 2018. El volumen recoge una selección crítica de los poemarios que Juan Carlos Abril ha reseñado en revistas y medios especializados e incluye desde poetas nacidos a mediados de los años 60, hasta aquellos que lo hicieron a principios de los años 80, sirviendo una amalgama de estilos, corrientes, tendencias y singularidades que viene a sumarse al debate sobre las diferentes estéticas activas y se propone ante todo como una invitación a la lectura de poesía.

lunes, 19 de octubre de 2020

El iris salvaje

Escribía Antonio Machado que todo verdadero poeta es un metafísico frustrado. Y lo cierto es que las mejores voces que ha legado la poesía lírica española abordan el asunto de la divinidad, del anhelo o consumación de la unión mística o del deseo de integración de la conciencia en un Todo. San Juan de la Cruz, fray Luis de León, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Blas de Otero o José Ángel Valente son quizás los autores más representativos de dichas inquietudes. Sus palabras recuperan el espíritu sacro del lenguaje. Sirven al ritual de comunicación con una energía cósmica que envuelve al universo. Tal vez por ese vínculo con nuestra tradición me guste tanto el buque-insignia de la poeta norteamericana Louis Glück: El iris salvaje, galardonado con el premio Pulitzer en 1993, y editado en España por Pre-Textos (2006). La concesión del Nobel a la escritora neoyorkina supone una excusa maravillosa para dedicar unas líneas a un libro excelente. Lo primero que llama la atención de la obra es la confluencia de voces. Glück, como todo poeta que se precie, ha asumido una serie de riesgos en la elaboración del poemario. De modo sorpresivo, cede la enunciación de los poemas a un amplio elenco de flores (violetas, valerianas, amapolas, flores silvestres, tréboles…), a un ente superior y a un sujeto femenino de naturaleza humana (digamos, su alter ego). Ya San Juan de la Cruz permitía que el “prado de verduras/ de flores esmaltado” dialogase con la amada en su célebre Cántico espiritual. Mary Oliver, otra soberbia poeta americana, también dotaba de logos a las rosas en Felicity (Valparaíso, 2017). Lo que sorprende en los textos de Glück no es tanto la humanización de la flora como su desparpajo. Así, las flores silvestres no tienen reparo en afear a su interlocutura, representante de la humanidad, que desprecie la vida terrena, caduca (“la amplitud del campo”), por la espiritual o eterna. Su crítica es despiadada: …tu pobre ideal del cielo: ausencia de cambio. ¿Mejor que la tierra? ¿Y cómo podrías saberlo si no estás ni aquí ni allá? (p.71) En otras ocasiones, sus preguntas incisivas son extremadamente dolorosas. Es el caso del diálogo entre la rosa blanca y su anónima interlocutora humana (“¿Lograrás sobrevivir donde yo no he de durar/más allá del primer verano?, p.109), en el que Glück da la vuelta al tópico romano del Collige, virgo, rosas. La visión del mundo que encierra la mirada de la divinidad no resulta menos cruda. Su blanco siguen siendo las mujeres y los hombres. Tan pronto se centra en su imperfección espiritual (“vuestras almas deberían ser inmensas/…/ os concedí todos los dones,/el azul matinal de primavera,/tiempo que no supisteis usar”, p. 43), como denuncia su constantes desavenencias y enfrentamientos: ¿Cómo puedo ayudaros si cada uno quiere algo distinto?... Escuchaos a vosotros mismos rivalizar unos con otros. Y os preguntáis porqué desespero… (p.83) A este cruce de reproches se suma los que lanza a dios el sujeto humano. En su albarán no faltan las quejas por su “ausencia”, por su “silencio”, por su inaccesibilidad, por su nula empatía hacia el “terror” que produce la idea de la muerte o hasta por su sadismo (“¿te estimula la desesperación?”). A menudo esta voz recurre a la ironía para manifestar su rencor: Una vez creí en ti: planté una higuera. Aquí, en Vermont, donde nunca hay verano. Fue una prueba: si lograba vivir, demostrarías tu existencia. Y según esa lógica no existes. O existes solo en climas cálidos… (p.87) Así y todo, El iris salvaje rezuma optimismo por medio de su simbología: las azucenas nacen pese a lo efímero de sus existencias. Tienen la osadía de ser, aunque apenas disfruten de un instante en el mundo. La rosa silvestre “florece contra la oscuridad”, se reivindica a sí misma por medio del color, símbolo de su resistencia a las adversidades. La campanilla de invierno se arriesga a la alegría aun cuando sabe de su caducidad. Por otro lado, la flora del poemario impone su belleza a un mundo donde estamos de paso. Nos recuerda que el sentido de la vida es vivirla. Detrás resuenan los ecos de Margaret Atwood, pero sobre todo, de mi poeta norteamericana preferida: la sin par Amy Lowell. Louise Glück ha cumplido el ideal que exigía Höderlin a los poetas. Ha vivido su escritura peligrosamente, ha saltado sin red. Se ha arriesgado. No ha querido girarse hacia el sol, como miles de autores esclavos de una fórmula. Ella gusta de poseer un estilo independiente: “Algunos creamos nuestra propia luz”. Libro de gran hermosura, tenso, irónico, profundamente espiritual, revelador e intuitivo, El iris salvaje colmará la sed de poesía de los buenos lectores, esos que rechazan el “pequeño vaso de agua de pozo” (Lorca dixit) que los grandes grupos editoriales ofrecen sin el menor escrúpulo. Por cierto, enhorabuena a Pre-Textos por su fidelidad y por su sensibilidad literaria, que han obtenido un merecidísimo reconocimiento con la concesión del Nobel a su autora.

martes, 22 de septiembre de 2020

Inventar el hueso

Inventar el hueso. Olalla Castro. Pre-Textos, Valencia, 2019. 82 páginas. Con apenas unos meses de diferencia, Olalla Castro se alzó con los premios “Antonio Machado en Baeza” y “Unicaja de Poesía”, gracias a los cuales publicó dos libros consecutivos: Bajo la luz, el cepo (Hiperión, 2018) e Inventar el hueso (Pre-Textos, 2019). Entre ambos media un abismo. El primero relata cuatro historias con predominio del verso endecasílabo. Comienza con narraciones épicas localizadas en el Ártico y en el lejano Oeste. Las restantes se sitúan en espacios cerrados (un hospital, una leprosería) que simbolizan las fuerzas de opresión hacia los débiles. El libro denuncia, siguiendo un orden cronológico (de 1845 a 1869), la violencia hacia las mujeres y su rechazo social, la ambición humana, la discriminación de los leprosos o los mecanismos patriarcales para quitar de la vista aquello que no gusta. Inventar el hueso nos ofrece otra cosa. La voz de Olalla ha cambiado de estilo. Ha abandonado la narratividad por la reflexión, la Historia por la psique, y la mímesis del mundo por la creación de nuevos referentes generadores de una realidad que antes del poema no existía (Prado Biezma). Por ello, su obra es más compleja. Lo que no quiere decir que sea hermética. Ha ganado en niveles de lectura. El libro se divide en seis partes, que giran en torno al tema de la identidad, el logos y la muerte. La poeta granadina se cuestiona problemas semánticos en cuanto a la deixis de persona. Los pronombres yo y son deícticos transparentes, que seleccionan a los participantes de un evento comunicativo (Luis Eguren). En teoría, ambos establecen un vínculo referencial con el entorno extralingüístico. Pero aquí chocamos con algunos obstáculos. Por lo que respecta al pronombre de primera persona, señala dos: la solidaridad refencial entre el yo de papel (sujeto discursivo que enuncia el texto) y el yo empírico (la autora), y la polifonía. En medio de la farragosa situación de la lírica española actual, propensa a la exhibición sentimentaloide, Olalla abre una brecha. Que nadie caiga en la tentación de pensar que sus textos son “ventanas” que la muestren. Ya nos advierte ella que ha levantado “cercos” que la oculten. Por otro lado, Olalla se cuestiona el carácter monologal de la conciencia: …decir yo es tratar de nombrar una hilera de ojos, un collar hecho de huesos y de piedras. Levantar la piel. Rastrear las pisadas de las otras /…/ Dirimir cuántas voces se han pegado a tu voz. (P.13) Lo advertía Batjin, todo discurso es dialógico, nuestra propia conciencia se construye con discursos previos. Nuestra identidad, por tanto es polifónica. Resuenan en nosotros otras voces. Reconocer esta deuda es un acto de generosidad, a la vez que supone una incertidumbre. ¿Dónde acaba la frontera entre mi pensamiento y el de los demás? ¿Dónde me acabo yo y empieza el resto? Añadamos otra controversia que nos lanza Inventar el hueso. ¿Cuántos yoes nos conforman? Este era un asunto que le interesaba mucho a Juan Ramón Jiménez, para quien el hombre y la mujer son seres en sucesión (hacia la perfección): “¡Qué tesoro infinito de yos vivos!” Olalla también nos recuerda que estamos destinados a la transformación, al devenir, a “amasar a diario lo distinto”: Esta fragilidad es lo que somos, Heráclito lo dijo. Pero seguimos empeñados en invocar al sueño con un sinfín de ovejas que repiten cada vez un idéntico salto. (P.17) Entonces, en resumidas cuentas, ¿quiénes somos? Nos interpela Olalla. Para nuestra congoja, el referente del pronombre decíctido de segunda persona tampoco está muy claro: ¿se trata de un destinatario externo? (“Es necesario un tú/ donde salvar la vida”), o ¿de un yo desdoblado por medio de un monólogo dramático? (“Vives aquí,/ respiras en mis huesos”). Su función es igual de ambigua (“baliza” que señala los peligros, “mano” que nos aplasta). Como en la lírica de Juan Ramón y Miguel de Unamuno, el sujeto que enuncia en este libro establece un intenso —y emocionante— diálogo con su conciencia. Ahonda en sus conflictos, los comparte, nos traslada las dudas: Y dices cada vez que nada de esto es mío, que lo mío no existe. Que siempre he sido el eco y nunca la montaña /…/ Que ni en este dolor puedo estar sola. (P. 28)
Inventar el hueso está salpicado de potentes imágenes (tierra, huecos, tumbas, huesos, zanjas, pendientes…) que nos remiten a un mundo subterráneo. Quizás puedan interpretarse como un descenso a la interioridad, como una experiencia extrema de indagación de los límites a través del lenguaje, o puede que sean símbolos de la muerte de todas las certezas. En las secciones dedicadas a los deícticos opacos (nosotras, ellos), de imposible atribución de refentes externos, encontramos algún poema narrativo. Unos son de cuño costumbrista y están cargados de crítica (“Esperando escuchar”, “Estos dedos que bailan”, “Susurrando”). En ellos vislumbramos temas característicos de Olalla: la opresión a la mujer, su invisibilidad histórica, o la necesaria solidaridad femenina para resistir. El anonimato permite un homenaje general a todas las mujeres que nos han precedido. Los segundos, en cambio, relatan una amenaza futura, con tintes épicos (“Ellos vendrán”, “Podremos defendernos”). Aquí, la opacidad de la deixis se vuelve angustiosa, puesto que ignoramos quiénes son nuestros enemigos. Tan solo conocemos algunos de sus rasgos, gracias a los símbolos que portan (pipas, plumas de nacár, tazas de porcelana), los cuales nos sugieren su alta posición social. Ahora bien, que dichos adversarios carezcan de un referente no significa que no posean un sentido (la amenaza, la muerte) ni para la emisora de los textos ni para las lectoras. Cada cual, de hecho, se hará su propia representación mental de los mismos según sea su íntima experiencia o su imaginación (Frege). Como ven, no existen verdades absolutas en Inventar el hueso. Toda la realidad es una incógnita. Quizás lo único cierto sea el dolor ante la incertidumbre. De ahí las imágenes desoladoras que mencionaba más arriba. Las dos secciones finales nos hablan, respectivamente: de la urgencia de descondicionar el lenguaje, de llevarlo al punto cero (José Ángel Valente dixit) para evitar que siga siendo un “fósil” de prejuicios heredados, o un “cadáver” semántico; y de la necesidad del dolor para avivar la conciencia y sentirnos vivas. Olalla Castro se ha arriesgado por un nuevo camino estético en su último libro de poemas, y para conseguirlo ha entrado en la materia oscura de su alma. El resultado es un intenso y desgarrado canto de frontera donde la voz que enuncia entabla un combate con sus monstruos. Y nosotras, que se lo agradecemos. Esta reseña ha sido publicada por Turia. Número 135. Páginas 518-520. 2020.

jueves, 17 de septiembre de 2020

Publico un artículo en El Cultural

No perderán el curso Algunos piensan que si el alumnado no recibe clases presenciales desaparecerá por el interior de un agujero negro. Deben ser los mismos que no se han dado cuenta de que nuestra antigua realidad ha sido enrollada y guardada dentro de un armario. Un virus nos ha puesto del revés. Engrosan sus filas aquellos que niegan que los docentes hayamos trabajado a destajo durante el confinamiento. Cuando lo cierto es que somos la columna invisible que ha sostenido en pie a nuestros estudiantes, que les ha alentado y animado cuando renunciaban a nadar en un océano de incertidumbre. Porque nos importan, porque amamos nuestra profesión y queremos proteger la llama que titila en sus pechos. Ningún profesor disfruta con la teledocencia. Nos gusta el cara a cara, la complicidad, el vínculo mágico que nos une al grupo. Pero de recurrir a ella, ni supondría una catástrofe académica ni el fin de la civilización. Seamos serios. Maestros y profesores seguiríamos la programación de aula para dar el currículum, pero por otras rutas pedagógicas. ¿Cuántos alumnos que ya daban el curso por perdido se engancharon a la metodología on line, más creativa y orientada a la investigación? ¿Cuántos se centraron alejados de las tensiones del grupo? El decorado del mundo se ha venido abajo. Quizás sea ahora menos relevante estudiar el predicativo, que saber lo que sienten los alumnos: su pánico al virus, el desconsuelo por la pérdida de un ser querido, la angustia por el paro de sus padres. Esta pandemia lo está arrasando todo. Muchos adolescentes han caído en un pozo emocional. Y eso sí debería preocuparnos. ¿Alguien ha pensado en el modo de ayudarlos cuando los colegios e institutos vuelvan a abrir sus puertas? Van a llegar con sombras. ¿Quién los nutrirá de luz? ¿Y sabemos, acaso, si desean regresar a las aulas con el aumento de brotes? Gracias a la enseñanza presencial, los jóvenes evitarán un terremoto en sus relaciones sociales. Necesitan reforzar la individualidad fuera de la familia, tener otros adultos de modelo, liberar volcánicos torrentes de adrenalina y vivir experiencias memorables; todo eso lo garantiza un centro educativo. Pero para regresar a las aulas (y los docentes queremos), hay que adoptar medidas que garanticen la seguridad de todos. Y estas pasan por invertir generosamente en Educación: bajada de ratios, contratación de docentes, habilitación de espacios, establecimiento de turnos y, en último extremo, alternancia de la enseñanza física con la telemática (dotando de tecnología a los alumnos menos favorecidos, para cerrar así la brecha digital que amenaza con sacarlos del sistema). De lo contrario, comenzarán los contagios, regresará el confinamiento como una terca pesadilla, y con él los sentimientos de miedo, pérdida, dolor, impotencia y desesperanza de miles de alumnos. Los políticos pueden evitarlo. Deben enterrar su visión adultocentrista del mundo e interesarse por el porvenir de los niños y jóvenes. Lamentablemente, son cortoplacistas y delegan sus responsabilidades en quienes les sucedan. ¿Cambiarán? Sea lo que fuere, los claustros de la Pública nunca vamos a dejar atrás a ningún estudiante. Confíen en nosotros, y en sus hijos. Este artículo fue publicado por El Cultural el pasado viernes 11 de septiembre de 2020. Podéis leer la edición digital pinchando AQUÍ.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Me siguen traduciando al chino. Esta vez, en formato postal. La encargada de la versión al idioma asiático es la poeta Yin Xiaoyuan. Dicha postal ha quedado así de estupenda.

sábado, 1 de agosto de 2020

Leyendas de los Otori

 
Leyendas de los Otori, Lian Hearn. Alfaguara.


Como amante de la literatura, carezco de prejuicios a la hora de seleccionar una novela. Me gustan casi todos los géneros (en realidad, sólo descarto el erótico) y eso significa que no miro a ninguno con desdén. Eso sí, me encargo de buscar buenos libros entre la vasta propuesta editorial, porque no me contento con cualquier cosa. Tengo un gusto exigente. Así pues, leo con gusto novelas a las que el mercado denomina de tipo juvenil, etiqueta que a mí no me convence. Serán novelas de aventuras, de misterio o de fantasía, pero el género no tendría que determinar el público que debería leerlas. De ser así, ¿qué hacemos con Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Edgard Allan Poe, Jack London o George Wells? Hablamos de autores que encandilan a miles de lectores de cualquier edad, y a los que no podemos adscribir la etiqueta de juveniles porque sería quedarnos bastante cortos. Y si les ponemos dicho calificativo por el protagonista de las obras, ¿qué hacemos con novelas como Sukkwan Island, de David Vann? Roy apenas tiene 13 años, pero antes que recomendar su historia a un púber me quedo más tranquila si lo mando de viaje a las minas de Mordor.
En conclusión, no nos acerquemos a los escritores de LIJ con prejuicios, porque sus obras –las buenas, claro, porque hay de todo– están dirigidas a cualquier lector, con independencia de su año de nacimiento. Pasa con ellas como con las películas de Indiana Jones, que están calificadas para todos los públicos.
Mi profesión (profesora de Lengua y Lteratura) me hace estar pendiente de las novedades editoriales con el fin de renovar las recomendaciones anuales que hacer al alumnado. Debemos compensar la lectura de los clásicos (Lazarillo, Marianela…) con otras más afines a los intereses y sensibilidades de los adolescentes de hoy. De lo contrario, los podemos perder como lectores.
Y aquí entro de lleno en el asunto de este post: la recomendación de una saga que he ido descubriendo en los últimos meses y que gustará no sólo a los niños y adolescentes, sino a quienes posean un espíritu joven o atemporal.


La leyenda de los Otori (2002-2008)

Consta de una trilogía (El suelo del ruiseñor, La hierba en la almohada, El brillo de la luna), así como de una precuela (La red del cielo es amplia) y de una secuela (El lamento de la garza). Su autora es una amante de la cultura japonesa: Lian Hearn, pseudódimo de Gillian Margaret Hanson (1942).
Yo sólo he devorado la trilogía, y debo decir que es excepcional. Se localiza en el Japón del siglo XVI. Combina los géneros épico y fantástico. Relata el despertar a la magia de un adolescente cuya aldea ha sido ejecutada por uno de los clanes del Imperio. Rescatado de una muerte segura por un noble, Tomasu adoptará el nombre de Takeo y aprenderá a convivir con sus contradicciones internas: el cristianismo heredado de su madre (perteneciente a los Ocultos) y los poderes extraordinarios que recibió del padre (un Kikuta, familia integrada en la Tribu), la compasión y la crueldad, la añoranza por la infancia perdida y el deseo de venganza, su doble fidelidad hacia su nuevo padre, Shigeru Otori, y hacia la organización clandestina que lo reclama para adiestrarlo en el espionaje y en el asesinato, la oscuridad de sus orígenes y la luminosidad que le inspira el amor de la bella y desgraciada Kaede.
La prosa de la autora es una maravilla. La violencia encuentra su contrapunto en la espiritual de una naturaleza sublimada. La muerte se compensa con la vida donde quiere esté: un árbol milenario, un pétalo mojado por la lluvia, un canto de cigarra… Cada volumen se centra, de hecho, en una estación distinta del año: verano, invierno, primavera.
Los personajes, un amplísimo elenco de hombres y mujeres de distinta edad y condición, son maravillosos. Ellas son fuertes y han sido educadas en igualdad de condiciones con respecto a los varones para desarrollar sus destrezas y heredar sus dominios. Entre ellos, por otro lado, destaca Makoto, un joven monje guerrero en busca de iluminación mística que tras enamorarse de Takeo será leal a su causa toda la vida, luchando a su lado en cinco batallas.
Los constantes giros de guión, el despliegue de tramas, el áura legendaria de la obra, su lirismo, su propuesta feminista, su tolerancia religiosa o la puesta en valor de la naturaleza hacen de esta saga una delicia para todos los públicos.
Desde aquí lanzo un ruego a Alfaguara-Loqueleo: reediten los libros. Están descatalogados y sus precios en Amazon son inasumibles.
Yo tengo la suerte de que me los ha prestado un amigo, ¿pero qué haréis vosotros? Acudid a vuestras bibliotecas, insensatos.