Antología. Juana Inés de la Cruz

martes, 3 de marzo de 2020

Ernesto Cardenal y el amor

En el mundo actual, que reduce nuestras existencias a la satisfacción de los deseos, al consumo de bienes de lujo, al hedonismo o al individualismo caprichoso, es urgente recuperar un valor limado, otrora peligroso por lo transgresor de su mensaje, me refiero al Amor. Ernesto Cardenal, en un libro señero, Canto cósmico (1989), ya nos recordaba su importancia para transformar el mundo: “Sólo el amor es revolucionario”. Jesucristo fue asesinado por defender su causa. Nuestros escritores ascético-místicos del Renacimiento vieron cómo sus obras caían en los Índices de Libros Prohibidos por enarbolar su bandera. “El que ama cumple la ley”, sentenciaba Juan de Valdés en su Diálogo de doctrina cristiana, y al poco tuvo que exiliarse a Nápoles. Y es que su cristianismo evangélico chocaba con el meramente ritual, fariseo y litúrgico de entonces, es decir: se plegaba a la Reforma. Ernesto Cardenal (abanderado de la teología de la liberación), como Osuna o Estella, pasando por fray Luis de León, era contrario al cesarismo gubernamental y abogaba por un Estado libre de violencia. Todos ellos, por tanto, compartían un misticismo de signo polítco. “Sólo el amor es revolucinario” escribía hace más de treinta años, y ese lema es nuestra única oportunidad para salvar el mundo de la avaricia humana. Lo avala Jorge Riechmann cuando dice: “creo que la única esperanza no engañosa es la esperanza en que seamos capaces de construir comunidades justas de seres compasivos” (¿Vivir como buenos huérfanos?, 2017). Pero para alcanzar esa empatía o solidaridad debemos desvestirnos del hombre viejo, terreno y vestirnos del hombre nuevo, celeste. Ya lo anunciaba San Pablo en su Carta a los corintios. Y no a otra cosa dedicaban sus esfuerzos los místicos del siglo XVI. 
A día de hoy, necesitamos como el aire un Humanismo ecológico al que sólo llegaremos por una revolución espiritual (de consecuencias políticas) que nos ligue a la naturaleza. Ernesto Cardenal, en Canto cósmico, hablaba de “una unión primordial” con el Todo. Quizás cuando entendamos que “el universo es amor” y aceptemos nuestro destino de seres amantes, protectores y cuidadosos los unos de los otros (y de las demás especies) logremos alcanzarlo. 


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