Bella durmiente, Miriam
Reyes. “Finalista del XIX Premio de Poesía Hiperión”. 72 páginas. 2004.
Con Bella durmiente, Miriam Reyes se proclamó finalista del Premio Hiperión en 2004.
Tras el subversivo Espejo negro (DVD, 2001), la
joven poeta nos sorprende ahora con un emocionante poemario que relata el
itinerario de un sujeto en busca de sí mismo.
El primer poema constituye una
declaración de intenciones: la cubierta del libro se ofrece al lector como una
provocativa muñeca bonita de goma homologada, un atractivo envoltorio que esconde un caramelo envenenado, una concha sinuosa donde suena el estruendo de la vida: “Pasa y verás lo que
hay/ tras el esmalte de dientes”. En cuanto traspasamos el dintel, quedamos
atrapados en un espacio hermético y onírico, levantado a partir de las
desasosegantes estímulos que ofrece el mundo exterior.
La primera parte del libro se centra
en el recuerdo de la infancia transcurrida en un lugar concreto, Caracas. No
faltan descripciones realistas de escenas cotidianas: “Mamá y yo/ en la
madrugada del 29 de diciembre de 1974/ nos acercamos a la muerte./ Mis hombros
eran demasiados anchos y el médico/ se vio forzado a empujar mi cabeza de
vuelta al útero”. Pronto, sin embargo, aumenta la temperatura irracional de la
obra y se suceden toda suerte de imágenes de ámbito doméstico que van a
connotar un espectro de emociones psíquicas angustiadas: “Me cazas/ en frascos
vacíos de mermelada/ y dejas que me asfixie oliendo a melocotón”, “de quedarme
a tu lado/ mamá/ me chuparías la cabeza como a una gamba”.
En otras ocasiones, la escena
descrita tiene un doble carácter realista y simbólico: “Dentro de casa/ me
escondía con Boby/ bajo la oscuridad roja de la mesa camilla/ para besuquear la
goma de sus labios y apretar/ su cuerpo mullido de muñeco”. Poco importa que la
anécdota sea biográfica o ficticia, lo crucial es que el juguete representa la
idealización de la pareja: es el único hombre
con quien la protagonista del poemario ha compartido cierta felicidad, y es,
por tanto, al único que recuerda “frente a los cuerpos borrosos/ de los hombres
que vinieron después/ sin anillas”.
Miriam Reyes hace gala en el poemario
de un gran dominio técnico para suscitar las emociones de su protagonista en la
comunidad lectora. Así, la segunda parte del poemario nos sorprende con un
viraje temático y estético. Del itinerario verosímil, pasamos al estrictamente
imaginario. El verso se acorta. Las escenas se desarrollan en el tiempo
presente, simultáneo al acto de lectura. Miriam nos descubre en este instante
la verdadera naturaleza de su criatura de papel: un ser desencantado, sumido en
la parálisis, lo que expresa o bien por medio de símbolos (“Luz y sangre
viajan/ a pesar de mí/ y me sobreviven”) o de dudas constantes: “No sé dónde
estoy”, “Todavía no sé poner un orden:/ pasado-presente-¿futuro?”, “Empiezo a
olvidar dónde y con quién he vivido cada recuerdo”. En definitiva, un ser
vacío, desinflado, apático, sin nada positivo en su interior (una meta, un
proyecto) a lo que aferrarse y por lo que luchar en la vida:
“El cielo azul enmarcado por el hueco
que abrieron las bombas
las hierbas cubriendo los arcos
derruidos
el sendero de escombros y piedras….
Por dentro yo
soy como estas ruinas”.
Teniendo en cuenta que nos
encontramos dentro de un orbe psíquico, la realidad exterior, percibida
sensitivamente, queda transformada por un antojo creativo que desobedece las
leyes de la física y de la lógica. Lo que da lugar a preciosas imágenes
surrealistas que dan cuenta de la gran coherencia entre el fondo y la forma que
tiene el libro: “Los chopos/ pelados esqueletos de peces plantados en la
tierra”.
La tercera parte del poemario se
centra en las relaciones de pareja. Desvalijada,
destruida como una muñeca Nancy, la protagonista
busca en el amor una forma de arraigo, por lo que se cuelga “del cuello del
primero que pase”. No obstante, debido a las continuas frustraciones amorosas
termina optando por una vida no estandarizada:
“No necesitas casa y semental
suéltalo y echa a andar de una vez.
Aquel amante tuyo tenía razón
para ti, las personas son accidentes:
de pronto te suceden”.
Sin duda, en esta última sección se
oscure el tono del libro. Abundan las metáforas esperpénticas (el sujeto que
enuncia se convierte en una patética criatura de piel viscosa y carne de molusco, una amaestrada y obediente perra abandonada o un pastel en el que anidan moscas),
así como las anécdotas macabras (“Todas las noches lleno mis bolsillos de
piedras/ me encierro en el garaje/ y meto la cabeza en el horno./ Entonces me
quedo dormida”).
En el desenlace, Miriam Reyes no da
tregua a su protagonista. No la salva de la fatalidad, ni la dota de fuerza
para sobreponerse a su destino. Por el contrario, haciéndola “mandar/ los
fantasmas a dormir” delega sus expectativas existenciales en agentes externos
(los amigos, los amores...), que habrán de ser –a la postre– quienes la rescate
de sí misma.
Bella durmiente, es, en definitiva, un poemario atrevido, de corte nihilista, en
donde resuenan los ecos de Quevedo, Rosario Castellanos, Virgina Woolf o Silvia Plath. No cabe duda de que
su autora está llamada a ser una de las grandes voces de este inicio de siglo,
en que una nueva generación de autores viene pisando fuerte con las ideas muy
claras.
Esta reseña forma parte de mi artículo "La generación de la democracia", publicado en el libro Poesía Última. Fundación Rafael Alberti. Actas 2008. Páginas 173-179. Sial Ediciones. 2008.
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