La ola de frío polar, Marina Yuszczuk. Ediciones Liliputienses. Cáceres.
2017. 77 páginas. 10 euros.
“La tristeza no quiere
ser invisible,
ni quedarse muda”
Esta cita recoge a la perfección
la atmósfera del libro de poemas La ola de frío polar, de la autora argentina Marina Yuszczuk (1978). Ante
la duda sobre la conveniencia o no de hablar de ciertas cosas, la escritora
retira el precinto de lo secreto, rompe el sello de un viejo pergamino
heredado, y repasa con dedos firmes esa piel cuarteada donde la tinta airea
nuestras imperfecciones, que son muchas. Para empezar, en la primera parte de
la obra (Fuego mínimo) se
describe un contexto amargo, una realidad gelatinosa, tambaleante, de escasa
consistencia para el sujeto que enuncia: “nada de lo que pasa/tiene sentido”.
La protagonista de los poemas se mueve en un espacio sin futuro: sobrevive
gracias al empeño de enseres y al remiendo de ropas. Pareciera que el mundo no
le atañe (“no quiero hacer nada”, “todos van a algún lado, menos yo”). La
carcoma devora los muebles de sus ilusiones, destroza su esperanza, acaba con
las vigas de sus enhelos. Si acaso, la violencia se apodera en ocasiones de sus
impulsos (“es imposible romper una persona/pero las ganas/ a veces están”),
aunque lo cierto es que ni siquiera la injusticia mueve un átomo de su
musculatura:
“Otra vez se rompió la zapatilla
la suela se abrió por un borde
[…]
duran re poco las converse, y eso
medio que es motivo para la
denuncia
de un mundo preparado
para que todo
todo
se rompa”
Al ambiente de escasez y al clima
de violencia sumemos el desencanto sentimental de quien reniega del matrimonio
o de las relaciones estables, de quien no soporta la idea de que las personas
“se vuelvan algodón” y “pongan todo su valor/cada una en la otra”.
La segunda sección del libro (Laboratorio)
abre la profundidad de campo. Del espacio
urbano, local, se pasa a una esceonografía legendaria. Sobresale un poema
espectacular, Almejas en un frasco. La
autora rinde tributo a las gentes humildes de su tierra, canta la épica de una
estirpe de mujeres que extraía el alimento con sus manos, escarbando en la
playas. Realiza un himno a las abuelas que se hacían cargo de la alimentación familiar, doblando el espinazo
bajo el sol. El poema funciona como homenaje no menos que como dura crítica:
“asistimos a la extinción de una pequeña especie/que era una rara costumbre
doméstica/ ¿y las abuelas? se extinguieron también”. El diario La
Nación publicó hace unos meses un artículo
que vincula la “extinción masiva” de almejas a la “depredación humana”, a la
codicia de los hombres de negocios que, con tal de celebrar la aparición de un
nuevo dígito en su cuenta del banco, ordenan la extracción de arena para
levantar balnearios y hoteles en las playas (06/02/2018). En otro gran poema del
libro, Oda a San Francisco, Marina
nos recuerda que vivimos sobre una falla a punto de tragarnos. Hasta aquí, La
ola de frío polar congela la alegría que
pudiéramos haber sentido antes de atravesar sus páginas. Oscurece el confeti.
Silencia el silbido de las cafeteras. Pero el libro da un volantazo en la
tercera parte.
Temporada de petardos se centra en el asunto de la maternidad. La
protagonista se sacude el tedio cuando se sabe a punto de ser madre. Desmonta
el decorado de sus dudas y de su estancamiento:
“no hay nada que una chica
no pueda hacer
pienso, en este invierno donde me
preparo
como un soldado
para defenderte siempre” (Canción)
Sin paños calientes, la poeta
argentina describe los inconvenientes del embarazo, del alumbramiento y de la
vida familiar:
“todo bebé se extiende por
kilómetros
primero, destructores
del mundo que vienen a ocupar y
lo primero que hacen
es hacerlo estallar
todo bebé viene con dinamita” (Cómo
se apaga, si se apaga, tanto fuego)
Pero al tiempo, Yuszczuk
reivindica nuestra condición animal y nuestra interdependencia con el medio:
“pensar que fui
ese animal que salió de otro
cuerpo
ese mamífero
no tenemos memoria de haber sido
un animal
y por eso decimos como tontos
es un milagro, un bebé es un
milagro
tan alejados estamos de la vida”
(del memorable Cuando nos hicimos padres)
Marina Yuszczuk, además, flagela
al patriarcado en versos maravillosos como los siguientes:
“todos creen que saben
algo de algo
especialmente los varones
que dicen soy papá
y piensan en juguetes y equipos
de fútbol
no en cuidado […]
¿por qué cuidar parece ser un
arte
que solamente aprendieron las
mujeres
que los cuidan también
a ellos? (ídem)
El libro acaba con un tornado que
nos zarandea, con el realismo implacable que supone nuestra transitoriedad. No
obstante, pese a su fuerza centrífuga hay una gravedad que nos sujeta al suelo,
un cargamento de luz que destierra el temor al paso por el último umbral: el
hijo, “él es la garantía plena de que alguna vez estuve/poderosamente viva”.
La ola de frío polar parte de anécdotas trascendidas de las que la autora
extrae conclusiones generales con las que nos identificamos. Los temas que
aborda están en la mesa de novedades: la crítica de la obsolescencia
programada, la reivindicación ecológica de nuestro estatus animal, la lucha
feminista por el reparto igualitario de tareas, o la necesidad del cuidado y
del repeto mutuo. En conclusión, se trata de un excelente libro de poemas, de
bella cubierta a cargo de Liliputienses. Una lectura más que recomendable para
plantarle cara a la paleta oscura del otoño que empieza.
Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit. Enlace, AQUÍ.
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