Antología. Juana Inés de la Cruz

viernes, 28 de septiembre de 2018

La ola de frío polar

La ola de frío polar, Marina Yuszczuk. Ediciones Liliputienses. Cáceres. 2017. 77 páginas. 10 euros.



“La tristeza no quiere
ser invisible,
ni quedarse muda”

Esta cita recoge a la perfección la atmósfera del libro de poemas La ola de frío polar, de la autora argentina Marina Yuszczuk (1978). Ante la duda sobre la conveniencia o no de hablar de ciertas cosas, la escritora retira el precinto de lo secreto, rompe el sello de un viejo pergamino heredado, y repasa con dedos firmes esa piel cuarteada donde la tinta airea nuestras imperfecciones, que son muchas. Para empezar, en la primera parte de la obra (Fuego mínimo) se describe un contexto amargo, una realidad gelatinosa, tambaleante, de escasa consistencia para el sujeto que enuncia: “nada de lo que pasa/tiene sentido”. La protagonista de los poemas se mueve en un espacio sin futuro: sobrevive gracias al empeño de enseres y al remiendo de ropas. Pareciera que el mundo no le atañe (“no quiero hacer nada”, “todos van a algún lado, menos yo”). La carcoma devora los muebles de sus ilusiones, destroza su esperanza, acaba con las vigas de sus enhelos. Si acaso, la violencia se apodera en ocasiones de sus impulsos (“es imposible romper una persona/pero las ganas/ a veces están”), aunque lo cierto es que ni siquiera la injusticia mueve un átomo de su musculatura:

“Otra vez se rompió la zapatilla
la suela se abrió por un borde […]
duran re poco las converse, y eso
medio que es motivo para la denuncia
de un mundo preparado
para que todo
todo
se rompa”

Al ambiente de escasez y al clima de violencia sumemos el desencanto sentimental de quien reniega del matrimonio o de las relaciones estables, de quien no soporta la idea de que las personas “se vuelvan algodón” y “pongan todo su valor/cada una en la otra”.

La segunda sección del libro (Laboratorio) abre la profundidad de campo. Del espacio urbano, local, se pasa a una esceonografía legendaria. Sobresale un poema espectacular, Almejas en un frasco. La autora rinde tributo a las gentes humildes de su tierra, canta la épica de una estirpe de mujeres que extraía el alimento con sus manos, escarbando en la playas. Realiza un himno a las abuelas que se hacían cargo de la alimentación familiar, doblando el espinazo bajo el sol. El poema funciona como homenaje no menos que como dura crítica: “asistimos a la extinción de una pequeña especie/que era una rara costumbre doméstica/ ¿y las abuelas? se extinguieron también”. El diario La Nación publicó hace unos meses un artículo que vincula la “extinción masiva” de almejas a la “depredación humana”, a la codicia de los hombres de negocios que, con tal de celebrar la aparición de un nuevo dígito en su cuenta del banco, ordenan la extracción de arena para levantar balnearios y hoteles en las playas (06/02/2018). En otro gran poema del libro, Oda a San Francisco, Marina nos recuerda que vivimos sobre una falla a punto de tragarnos. Hasta aquí, La ola de frío polar congela la alegría que pudiéramos haber sentido antes de atravesar sus páginas. Oscurece el confeti. Silencia el silbido de las cafeteras. Pero el libro da un volantazo en la tercera parte.

Temporada de petardos se centra en el asunto de la maternidad. La protagonista se sacude el tedio cuando se sabe a punto de ser madre. Desmonta el decorado de sus dudas y de su estancamiento:

“no hay nada que una chica
no pueda hacer
pienso, en este invierno donde me preparo
como un soldado
para defenderte siempre” (Canción)

Sin paños calientes, la poeta argentina describe los inconvenientes del embarazo, del alumbramiento y de la vida familiar:

“todo bebé se extiende por kilómetros

primero, destructores
del mundo que vienen a ocupar y lo primero que hacen
es hacerlo estallar
todo bebé viene con dinamita” (Cómo se apaga, si se apaga, tanto fuego)

Pero al tiempo, Yuszczuk reivindica nuestra condición animal y nuestra interdependencia con el medio:

“pensar que fui
ese animal que salió de otro cuerpo
ese mamífero

no tenemos memoria de haber sido un animal
y por eso decimos como tontos
es un milagro, un bebé es un milagro
tan alejados estamos de la vida” (del memorable Cuando nos hicimos padres)

Marina Yuszczuk, además, flagela al patriarcado en versos maravillosos como los siguientes:

“todos creen que saben
algo de algo
especialmente los varones
que dicen soy papá
y piensan en juguetes y equipos de fútbol
no en cuidado […]

¿por qué cuidar parece ser un arte
que solamente aprendieron las mujeres
que los cuidan también
a ellos? (ídem)

El libro acaba con un tornado que nos zarandea, con el realismo implacable que supone nuestra transitoriedad. No obstante, pese a su fuerza centrífuga hay una gravedad que nos sujeta al suelo, un cargamento de luz que destierra el temor al paso por el último umbral: el hijo, “él es la garantía plena de que alguna vez estuve/poderosamente viva”.

La ola de frío polar parte de anécdotas trascendidas de las que la autora extrae conclusiones generales con las que nos identificamos. Los temas que aborda están en la mesa de novedades: la crítica de la obsolescencia programada, la reivindicación ecológica de nuestro estatus animal, la lucha feminista por el reparto igualitario de tareas, o la necesidad del cuidado y del repeto mutuo. En conclusión, se trata de un excelente libro de poemas, de bella cubierta a cargo de Liliputienses. Una lectura más que recomendable para plantarle cara a la paleta oscura del otoño que empieza.

Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit. Enlace, AQUÍ.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario