Antología. Juana Inés de la Cruz

domingo, 25 de enero de 2015

Candentes cenizas



 
Erwin Schrödinger, Candentes cenizas. Salto de Página. Traducción de Clara Janés y Félix Schmelzer. 99 páginas. 2014.


De todos es conocido que Leonardo Da Vinci, además de un célebre pintor fue un gran ingeniero civil del Renacimiento. De espíritu curioso, simultaneaba el uso de pinceles con el esbozo de inventos mecánicos. Ya en época barroca, Galileo Galilei, hijo de un conocido compositor florentino, tocaba el laúd. Quizás como para el famoso detective novelesco Sherlock Holmes, la música fuese un complemento a su vocación científica, un destensador de estrés, un afinador de la sensibilidad, un catalizador de sus emociones. Por lo visto, además de un buen intérprete de instrumentos de cuerda, el padre de la física moderna también coqueteó con el género lírico; suya es una sátira contra los bajos salarios con que la universidad de Pisa remuneraba su actividad docente. En resumen, los grandes científicos áureos -de formación humanista- incorporaron a sus conocimientos astrónomos, físicos y matemáticos unas aptitudes innatas para la creación artística, ya fuese pintora, literaria o musical. Ciencia y Arte era indisolubles, necesarias, como el esqueleto y la musculatura. Pues bien, el físico austriaco Erwin Schrödinger (1887-1961) también compaginó sus estudios cuánticos (que le valieron el Nobel en 1933) con su querencia por la composición artística, y en concreto, por la poesía de cuño lírico, que hoy recoge en un bello volumen la editorial madrileña Salto de Página.

Schrödinger publicó sus Gedichte (Poesías) en 1949. Él mismo cuenta que le hubiese gustado dedicarse a la literatura. En un poema, incluso, confiesa la poca simpatía que su entorno sintió por sus escritos; es más, el texto descubre la incomprensión de su círculo más cercano hacia su hedonismo, ya se manifestase en poemas eróticos o de abandono al goce despreocupado de una tarde de sol (precioso texto, titulado “Zurich”).

Candentes cenizas clasifica los poemas en tres bloques, según la lengua en que fueron escritos (alemán e inglés –Schrödinger se exilió de Graz en 1938 y se instaló en Irlanda hasta 1956–) y un tercer apartado que sus preparadores no acaban de justificar (“Otros poemas”). Los textos escritos en su lengua materna son los más representados en el volumen. En ellos reconocemos una huella romántica que afecta tanto al imaginario (neblinas, lunas, sombras, crespúsculos y penumbras) como a la filosofía amorosa: el poeta busca en la amada la plenitud existencial, encarnada en el sexo (así lo expresa Hölderlin en su Hiperión). La mujer representa un anhelo de totalidad que el conocimiento no permite. Ella, en sí, es el Todo: “Gracias a ti el mundo entero es bello”, “a través de ti respiro/ el aliento del mundo”. De modo que la amada justifica la existencia del sujeto que enuncia (“Si no existieras tú, quién querría afrontar/ la necia luz del día”). 

 Sobresale en esta colección un bellísimo poema de traducción excelente: “Octubre en Merano”; el texto es una invitación a la sensualidad antes de la llegada del fin, una suerte de carpe diem originalísimo, cifrado en una racimo de uvas. La sensibilidad de Schrödinger para describirnos la escena campestre y apercibirnos, con ella, del tempus fugit tentándonos con la última cosecha del año, es portentosa. Texto barroco, lleno de contrastes y violentos hipérbatos, por él solo merece la pena la edición del libro.

Si el es sexo es contrapunto de la muerte, el científico austriaco se debate entre ambos polos a lo largo del libro. Destaca, con respecto al primer asunto, un poema de su etapa en Irlanda: “Oración”, cuyo cierre se incardina en la filosofía hindú: “Mas si esto no puede darse en una corta vida/ sea en la próxima, o sea en la siguiente, pero en una una./ Renazca yo ciervo, y tú su amada cierva,/ sea yo águila y tú su hembra querida,/ o cualquier cosa que complazca al desconocido”. Con respecto al segundo de los temas, me quedo con uno que habla del deterioro y el desgaste del cuerpo: “No sé” (“No sé si echarás de menos/ la opresora fuerza de mi amor,/ que ya no sentirás/ cuando esté marchita”).

Es de aplaudir que Salto de Página haya publicado Candentes cenizas un año antes de la entrada en vigor de la LOMCE, reivindicando con ello la formación multidisciplinar de los seres humanos. Schrödinger concilia en su persona dos mundos complementarios: la razón y la sensibilidad, la ciencia y el arte, los átomos y las metáforas. Es de esta forma como ha avanzado el conocimiento: sumando perspectivas y pasiones. Parece mentira que quinientos años después del Renacimiento, tengamos un ministro de Educación que no se haya enterado de nada. En su afán por destruir el sistema educativo público ha suprimido los Bachilleratos de Música, Danza y Artes escénicas, y ha recortado horas a las asignaturas de Plástica y Tecnología, despreciando la educación integral de nuestros estudiantes. Como si Leonardo Da Vinci no hubiese sido, además de ingeniero, un grandísimo pintor; o como si Albert Einstein, además del científico más importante del siglo pasado, no se hubiese erigido como el virtuoso violinista que fue. 


La inclusión en Candentes cenizas de un fragmento de un texto de Galileo, de fotografías de Adriana Veyrat, de un prólogo literario a cargo de Félix Schmelzer, de un epílogo científico de Clara Janés y de una cronología de la vida del autor, sirven muy bien para contextualizar la obra de Erwin Schrödinger. Ya saben que las ediciones de Salto de Página son un lujo para quienes aman no ya sólo la poesía, sino la vida, en general.



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