Antología. Juana Inés de la Cruz

sábado, 6 de diciembre de 2014

La Guerra de Invierno, en la revista Paraíso



 

G. GARCÍA, ARIADNA

LA GUERRA DE INVIERNO (2013)

MADRID: HIPERIÓN. PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL HERNÁNDEZ - COMUNIDAD VALENCIANA.

JUAN GABRIEL LAMA


El viaje en La Guerra de Invierno de Ariadna G. García (Madrid, 1977), libro con el que la autora obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana y publicado por Hiperión, es el elemento fundamental que vertebra la edición. Un viaje en tres etapas bien delimitadas que corresponden a los tres viajes (interiores, en la nieve y el hielo, en la historia sangrienta del siglo XX en Europa) que la autora realiza, como si fuera el Dante en su descenso a los infiernos acompañado por Virgilio, de la mano del amor.

Es el inicio del libro la antesala de lo que vamos a vivir a continuación. Los elementos de una Finlandia en la que los tópicos (sauna, madera, pájaros, idioma) se encuentran articulados de manera novedosa, huyendo de la mera descripción de paisajes para acercarnos al viaje interior de dos cuerpos («Te tumbas a mi lado / estamos solas», p. 16) que van a recorrer con sus dedos aeropuertos y catedrales. Pocas veces son los lugares descritos a través de una piel, de la sensación del frío o el calor, como en este libro. Pero un poema dedicado a las fortalezas que en pleno siglo XIX los soldados suecos y finlandeses levantaron para detener el avance de las tropas de la Rusia imperial nos avanza, como un destello brillante y heroico, el tema de la segunda parte, central y capital en el libro.

Es con «La guerra de invierno», el intenso poema en prosa eje del libro, con el que Ariadna G. García nos introduce en la épica de la guerra que se desarrolló entre la Unión Soviética, ya ávida de terror, estalinismo y gulag, y la joven república finlandesa que se había independizado sólo veinte años antes. Esa guerra, preludio de la que ya estaba en marcha en el frente occidental con la invasión de Polonia y de Francia por parte de la Alemania nazi, está retratada por la autora con el mismo uso que, en libros como Europa o Las trincheras, Julio Martínez Mesanza ha hecho de la Historia como metáfora de la agonía del ser humano en uno de los siglos más crueles como fue el siglo XX. Así, el retrato del patinador olímpico Birger Wasenius, verdadero héroe griego de esta tragedia, patinando veloz hacia su muerte («Ya no escucho las voces de las gradas. Sólo el sonido de mi respiración. Todavía me buscan. No distingo la meta en este bosque», p. 41) es la huida, heroica pero huida al fin y al cabo, de todos los totalitarismos que han formado esa historia de crueldad y mezquindad, pero también de épica y nobleza y fe en el ser humano, que fue la Segunda Guerra Mundial. Es esa épica la que nos muestra a los marineros soviéticos del submarino S-2 orgullosos de su tumba de hielo en el Báltico, personajes del mejor Eisenstein en el film Alexander Nevsky, otra gran parábola de la heroicidad humana. El choque de una mina con un sumergible se canta como si de un pasaje de la Ilíada se tratase («Pensarán, con orgullo patrio, que se les ha otorgado un gran honor: el descanso perpetuo en una tumba helada», p. 43). Las últimas sorpresas que el horror de la guerra hace reflotar, una primavera, una floración de muerte que aparece con el deshielo, pasadas ya todas las batallas, son los cadáveres que suben a la superficie («Cantarán de plano al mundo. Y estos bultos de aquí, que la corriente mece bajo la niebla helada, son los restos de miles de ilusiones que duermen boca abajo», p. 44).
 

Tras esta parte central en prosa vuelve Ariadna G. García al verso en la tercera y última parte del libro, que se va despojando, poema a poema, de la gravedad de la parte central. La cotidianeidad, en la línea ya habitual en determinada poesía española, nos acerca a escenas, a la manera de la pintura flamenca del XV, de una intimidad tan querida para los países norteños, allí donde no existen las cortinas en las ventanas, donde la lucha con el frío es un rito diario («Llegué al vehículo. / Despejé a patadas la nieve que lo estaba sepultando. / Retiré con los guantes el enchufe / que lo mantenía unido a la corriente / para evitar que el motor se congelara», p. 51). Retrato de una sociedad solidaria, austera en sus planteamientos, eficaz en su simplicidad tan alejada del barroquismo excesivo e improductivo de las sociedades mediterráneas («Cuando un coche se empotra contra un arcén nevado, / tú te bajas del tuyo y lo socorres / con una cuerda gruesa. / Sabes que un día, / él será quien se pare», p. 61). Esta austeridad trasciende finalmente a la forma en que se cierra el libro. Una serie de haikus, y algún día deberíamos plantearnos a qué se debe el florecimiento de este género en los últimos años en la poesía española ¿sencillez o simple desgana?, cierran el libro. No es este caso, la desgana, el de La Guerra de Invierno. Ariadna G. García ha demostrado su rigor y su osadía en el retrato de las atrocidades y los desastres de la guerra para poder permitirse, al final, el soplo de aire fresco que es la lluvia, una liebre, el hielo, el viento y la ceniza.



En definitiva, es este un poemario que con eficacia combina dos mundos extremos, la guerra y la vida, a través de la mirada íntima de una viajera. Viajera en el espacio de Finlandia, donde se suceden las referencias a Laponia o al Círculo Polar, viajera en el tiempo con el espejo que nos muestra episodios desconocidos, al menos en la crónica más transitada de la XX Guerra Mundial. Y todo ello desde un punto de vista humanista e íntimo muy destacable que no olvida la variedad de registros y formas que hacen de La Guerra de Invierno un libro ambicioso para una escritora tan joven como Ariadna G. García.

IMPORTANTE: La Guerra de Invierno es finalista del Premio de la Crítica de Madrid. Una noticia que me alegra y anima a seguir trabajando. Os dejo aquí el enlace con el resto de obras que optan al premio en las modalidades de Poesía y Novela.

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