Hay escritores silenciosos, cuya
existencia y obra acaricia como un susurro; autores que, despacio, afianzando
sus pisadas por terrenos resbaladizos, a menudo en pendientes poco o nada
transitadas, van creando una obra consistente, de calidad; poetas que
investigan nuevas rutas, caminos alejados de la planicie por donde deambulan el
resto, que gustan de asumir algunos riesgos, de encontrarse a sí mismos en las
cumbres de escarpadas montañas. Escritores, en definitiva, que pasan de las
modas y que siguen la senda de su propio instinto creador. Este es el caso de Verónica
Aranda (1982).
Hasta la fecha, ha publicado ocho poemarios: Poeta en India (Melibea, 2005. “Premio Joaquín
Benito de Lucas”); Tatuaje (Hiperión. 2005. “Premio Antonio Carvajal”); Alfama (Fundación José Hierro. 2009.
“Premio Margarita Hierro”); Postal de olvido (El Gaviero. 2010. “Premio Arte
joven de la Comunidad de Madrid”); Cortes de luz (Rialp. 2010. Accésit del
“Premio Adonáis”); Senda de sauces (Amargord. 2011); y Café Hafa (Tres Fronteras. 2012. “Premio
Antonio Oliver Belmás”). Cada libro establece un diálogo con una tradición
literaria y una cultura diferentes. El último, Café Hafa, rinde homenaje al norte de
Marruecos, geografía que la autora conoce de primera mano, pues ha vivido allí.
Aranda nos
sumerge con sus versos en medinas, cafés, cines y puertos bulliciosos, repletos
de vida. Su lírica, altamente sensorial, describe de manera seductora los
espacios y tipos sociales (tejedores, prostitutas, curanderos, taxistas,
mercaderes…) de Tánger, Tetuán, Xauen, Rabat o Marrakech, ciudades todas en las
que el tiempo duerme, se anquilosa, se para y nos descubre el enigma de cómo
fue el pasado medieval. Verónica Aranda muestra en sus textos una gran capacidad sugestiva
para trasladarnos a donde desea. Durante la lectura de su libro, habitamos las
calles de Marruecos: oímos las llamadas a oración, olemos las especias de los
puestos, degustamos la menta del té verde… Pero ante todo, descubrimos el
placer de la ociosidad, de la contemplación: “Ninguna aspiración más que la luz cobriza” (pág. 23), a
la que se dedican con esmero los tangerinos sentados en la necrópolis con
vistas al Estrecho, en los espaciosos cafés o en la céntrica Plaza del 9 de
abril. Verónica Aranda combina las escenas costumbristas del libro con las alusiones
culturales al matrimonio Bowles, Tennessee Williams, Juanita Narboni o Ava Gardner, ilustres habitantes de la vieja
“ciudad internacional”, que amplifican el carácter legendario de Tánger. No
falta en el libro la denuncia de la ola islamista que, entre otras voces, critica la traductora Houda Louassini (El País, 24/03/2013), quien habla “del
declive acelerado de una ciudad emblemática”. La emotiva “Elegía desde el Café
Hafa”, lamenta el atentado que se cobró la vida de Hassan Ziani (amigo de la
escritora), en 2011, cuyo asesino fui indultado un tiempo antes por un “rey/
que da la libertad a terroristas” (página 22). Quizás el poemario sea la excusa
perfecta para adentrarse en un mundo colorido y variopinto, al menos, por
ahora. Quien abra sus páginas sentirá en su pecho estas palabras de Rudyard
Kipling: “Entre
los dones de la tierra hay pocos placeres comparables a la alegría de entrar en
contacto con un nuevo país”.
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