Antología. Juana Inés de la Cruz

miércoles, 6 de febrero de 2013

Orgullo y prejuicio


 
Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa. Todo británico reconoce en estas palabras el comienzo de Orgullo y prejuicio, célebre novela de la escritora Jane Austen (1775). Desde su primera edición el 28 de enero de 1813, hace doscientos años, el libro ha conquistado a millones de lectores en todo el mundo, convirtiéndose por méritos propios en un clásico, en un long seller, aunque tuvo que enfrentarse primero a muchas resistencias. Su primera redacción tuvo lugar entre los años 1795 y 1799, periodo en que una fecunda Jane Austen escribió, además, los manuscritos de Sentido y sensibilidad y La abadía de Northanger. A finales de siglo, George Austen (padre de la autora) intentó que la novela viese la luz, pero no tuvo suerte. La joven Jane respondió a este rechazo editorial guardando todos sus originales en un cajón y empezando otra obra, que dejaría a medias (Los Watson, 1803). En 1809 se instaló con su hermana en Chawton. Feliz de estar de vuelta en el condado de su niñez, retomó aquellas obras aparcadas y empezó a corregirlas. Los frutos no tardaron en llegar. Consecutivamente publicó Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, si bien es cierto que no firmó ninguna por recato, ya que en las dos vertía una crítica aguda a las costumbres sociales de la época. El éxito inmediato de ambas, no obstante, desenmascaró a su legítima autora, que acabó saliendo del anonimato.

¿Y por qué Orgullo y prejuicio permanece en el tiempo, resiste entre las obras más vendidas, planta cara al aluvión de novedades que anega las librerías todos los meses? Por su prosa elegante, por su pormenorizado análisis de la naturaleza humana (de los comportamientos miserables y hermosos de que somos capaces), por su suave ironía, por el entrecruzamiento de tramas amorosas, por su romanticismo…

El matrimonio Bennet atraviesa una situación complicada: debido a la falta de un heredero varón, sus posesiones en la campiña inglesa acabarán en manos de un pariente, de modo que sus hijas, para garantizarse la supervivencia, se marcan el objetivo de encontrar un esposo. Mientras las hermanas pequeñas (Catherine y Lydia, caprichosas, imprudentes) persiguen oficiales y avergüenzan a su familia con su falta de decoro; las hermanas mayores (Elizabeth y Jane) acuden a lujosos bailes, donde deslumbran a los presentes por su delicadeza y buen porte. Dos jóvenes ricos se enamorarán de ellas (Bingley y Darcy), abriendo así dos frentes de combate: uno interno, contra sus prejuicios de clase; y otro externo, contra las expectativas de sus más allegados. Buena parte de la tensión que subyace en el libro obedece a la duda sobre si prosperarán, o no, los amores de ambos.

Pero Jane Austen no se limita a entretener a sus lectores con intrigas y enredos. Si Orgullo y prejuicio es una obra maestra de la literatura se debe, en gran medida, a la creación de dos personajes extraordinarios: Elizabeth y Darcy. Ella es una mujer audaz, independiente, prejuiciosa, sincera y aguerrida, tanto, que rechaza ventajosas proposiciones matrimoniales e incluso contraviene los designios de la temible y poderosa Catherine de Bourgh. Siempre antepone sus sentimientos tanto a las convenciones ajenas como a los intereses materiales. Darcy, por su parte, es un hombre complejo; reservado, engreído y vanidoso en presencia de desconocidos, exhibe su generosidad y dulzura cuando se encuentra en su entorno doméstico. Ambos personajes evolucionan a lo largo del libro gracias al amor, fuerza volcánica que reordena sus visiones del mundo.

Los personajes secundarios son fundamentales; los hay que encarnan modelos de conducta que Jane Austen critica: el cazador de dotes, el padre indulgente con la educación de sus hijas, la madre inculta obsesionada con el casamiento provechoso de sus vástagos, la joven práctica que contrae matrimonio sin amar ni siendo amada, o la autoridad represiva que pretende tullir los corazones de los amantes. En otras ocasiones, sin embargo, son ejemplos de cordura y de sentido común.

Orgullo y prejuicio desenmascara la hipocresía de la nobleza británica del siglo XIX, denuncia la ley que impide a las mujeres el cobro de una herencia, defiende la libertad electiva en materia amorosa, y contrapone a las uniones económicas, las apasionadas, sustentadas sobre el hueso macizo del amor.



Con motivo del 200º aniversario, Alianza y Alba editorial han lanzado al mercado dos nuevas ediciones de Orgullo y prejuicio. Así pues, quien no se haya atrevido aún, dispone de dos razones fantásticas para devorar esta obra exquisita. Buen provecho.

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