Antología. Juana Inés de la Cruz

lunes, 25 de junio de 2012

Nuevas medidas del Gobierno


El autobús que fletó el Gobierno para recogerlos a todos era el más caro de toda Europa. Triple chasis, dos pisos, aire acondicionado, cocina, mini-bar, ochenta plazas, cuarenta pantallas de plasma, un DVD, un retrete químico y varios armarios roperos. Los pasajeros iban entrando en el autocar con el gesto abatido. Y eso que el grupo tenía el honor de estrenar la nueva función que el Estado ponía al servicio de la ciudadanía. El niño de los huesos de cristal se sentó delante. Quería que sus ojos atraparan lo que sus débiles manos apenas intuían. Sus iris, tenazas diminutas, recogían praderas y caballos. El hombre negro apoyó su cabeza en la ventana. Miraba la pradera, pero lo que veía era la playa de su país de origen, Senegal. Se contempló a sí mismo pescando en el mar, con su caña y su cesta, las percas más sabrosas de su vida. La anciana quiso sentarse en la planta superior. Todavía le quedaban fuerzas para resistirse. Subió los escalones uno a uno. Despacio. Tenía todo el tiempo que aún le daban. Cada segundo, cada temblor de piernas en ascenso, era un acto de clara rebelión. La chica de la cabeza rapada se acariciaba un seno mientras se preguntaba qué sería del otro. Debajo de la piel y de la prótesis, latía un corazón desmesurado. El matrimonio joven se acurrucó en la parte trasera del vehículo. Lo habían perdido todo, menos la dignidad. Aquellos besos a 140 kilómetros por hora no fueron los más apasionados que se dieron, pero sin duda fueron los más dulces. Compartían el fin. Se acompañaban. Sus bocas, que sabían pronunciar palabras prohibidas (injusticia, despidos, dictadura, rescate, corrupción...), encerraban un fuego inextinguible. El autocar se detuvo, tras varias horas de trayecto silencioso, frente a un acantilado de Galicia. El mar rugía abajo. Un agente del gobierno se dirigió a los ochenta civiles y les recordó la necesidad del Estado de recortar presupuesto. Aquel sacrificío redundaría en el bien común de España. Un segundo después, el conductor giraba la llave de contacto.

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