Antología. Juana Inés de la Cruz

sábado, 1 de julio de 2023

18 ciervas

 

18 ciervas, Rosana Acquaroni. Barteby. 2023. 127 págs.

 

 

Si en el cine no es frecuente que se aborde el tema del amor en la edad madura, en la poesía lo es desde que la esperanza de vida aumentó, ya en el siglo pasado. Pienso en el Vicente Aleixandre que escribió: “Maduro el mundo, no te aguardaba”. Pero, sobre todo, en el Luis Cernuda de Poemas para un cuerpo. 49 años tenía el bate sevillano cuando conoció a Salvador Alighieri, un joven culturista casado y padre de un hijo. De 1950 a 1956 le escribió una colección de intensos poemas amorosos, publicados en el 57. Cernuda tenía por entonces 55 años. Pareja no fueron, pero sí inseparables. Cernuda se negó a la consumación de un deseo que su amigo, pese a ser heterosexual, sí anhelaba. El roce hace el cariño, y Salvador –finalmente– lo acabó amando. Cernuda escribió a propósito de este enamoramiento al final de su vida: “Fuerzas las puertas del tiempo/ amor que tan tarde llamas”. Y se arengaba a sí mismo: “…no pienses/ en que es tarde”. Esa luz iluminó su existencia y la llenó de sentido: “Miro y busco por la tierra./ Nada hay en ella que valga/ lo que tu sola presencia”. Cernuda afirmó en Historial de un libro que no se entregó sexualmente a esa pasión porque se sentía “ridículo”, por la diferencia de edad. Ahora bien, la experimentó por dentro “sin reservas”. Salvador revolucionó su espíritu: “Jamás en mi juventud me sentí tan joven como aquellos días en México”.

 

La novelista Anna Arnaux, sin embargo, publicó hace un tiempo Pura pasión, donde la protagonista, una mujer con hijos universitarios, se entrega sin complejos a un hombre casado mucho más joven. Relación que, sin embargo, la mantiene en un desasosiego constante, en una “carencia sin fin”.

 

Cernuda se reprime, pero vive una amistad estrecha e íntima con su objeto de deseo. La protagonista de la nouvelle, en cambio, se deja llevar por una pasión meramente sexual. En ambos casos, sienten el impulso amoroso pasados los cincuenta. El sujeto que enuncia en 18 ciervas tiene una edad análoga. También el interlocutor pasivo al que dirige sus textos. Los dos vivieron relaciones largas y tuvieron descendientes ("incluso le pusimos Miguel a uno de ellos"). Sólo que en esta obra literaria, la relación afectiva sí prospera. Y lo hace tras transitar un páramo de dudas. Así, leemos en el libro que el amor que experimenta la voz que habla “nace caduco”, que se trata de un “licor que llega tarde”. Por si fuera poco, ella es consciente de que no cumple con las expectativas de su destinatario: “No soy la que buscabas./ Tampoco eres el hombre/ que alguna vez soñé”. Y pese a todo, su anhelo triunfa. Ya lo decía Virgilio en sus Bucólicas: Omnia vincit Amor (el amor todo lo vence).

 

18 ciervas es un poemario de amor, pero no sólo. Es un monumento a las segundas oportunidades. Es una invitación al cierre de un libro para que se lea otro, a que todo acabe para que todo vuelva a empezar.

 

El libro se mueve como un diapasón entre dos tiempos: presente y pasado. Las historias que contienen enfrentan dos tipos de relaciones afectivas, y por tanto, contraponen dos maneras diferentes de estar en el mundo. Si el nuevo amor representa el goce erótico, el viejo lleva asociado un rosario de decepciones. Cada poema es una cuenta en que se cifra un motivo de frustración, tanto personal como familiar.

 

La estética del libro también es dual. En algunas ocasiones, Rosana se decanta por el realismo. El estilo, entonces, es de línea clara. En otras, por el simbolismo. Estos otros pasajes alcanzan un mayor vuelo lírico, más potencia evocadora. Como hacía Federico García Lorca en sus tragedias, la poeta reviste de sacralidad los “trances de la vida” (Álvarez de Miranda). Así, leemos rituales arcaicos asociados a la muerte. Es el caso del poema “Para raspar la piedra”. El afilado de la punta de lanza se puede corresponder con la defunción de una esperanza, la muerte del amor. También hay poemas que nos hablan de ceremonias prehistóricas, relacionas con la vida y con el surgimiento del deseo. Me refiero al texto “A veces el amor entra en una caverna”. La cueva pertenece al mundo real (la de Covalanas, en Cantabria), pero en el poema adquiere dimensiones telúricas. 

 

El lenguaje simbólico viene motivado por la presencia del “sueño”. La autora dialoga con la tradición mística para elevar a la “cierva” a trasunto de la amada, debido a su pureza. No olvidemos que en los bestiarios medievales tiene un segundo significado simbólico: la renovación (Cirlot). ¿Y es que, acaso, no se renueva la voz que enuncia a lo largo del libro?

 

18 ciervas confirma a Rosana Acquaroni como una voz interesante y original dentro del panorama poético patrio.

 

Desde aquí les doy la enhorabuena a ella y a su muso, protagonistas de una de las historias de amor “más bellas que conozco” (Amalia Bautista). Para celebrarla, saldrá a la venta en estos días la segunda edición del poemario.

 

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