El desierto de los tártaros, Dino Buzzati. Alianza editorial. 1ª ed. 1976. 8ª reimpresión, 2022. 267 págs.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Estos versos de “Nunca volveré a ser joven”, perteneciente al libro Poemas póstumos, de Jaime Gil de Biedma (1968), resumen a la perfección el anhelo vital de Drogo, el protagonista de la excelente novela El desierto de los tártaros.
Teniente de profesión, Drogo se siente a los 24 años en la víspera de una maravillosa carrera militar trufada de éxitos, en el amanecer de una vida llena de aventuras bélicas y sentimentales. Con un espíritu abierto a la novedad, deja la casa materna y cabalga hacia su destino: la Fortaleza Bastiani, situada en la frontera con el reino del Norte. Sin embargo, pronto le decepciona el estado de abandono del bastión. Su enclave, en un desfiladero rocoso y solitario frente a un desolado desierto, tampoco le presagia el cumplimiento de su sueño de gloria. Y pese a ello, decide quedarse un tiempo. Poco. No es cuestión de consumir sus mejores años vigilando una frontera que no le importa a nadie. Pero, por otro lado, teme renunciar al puesto justo en el instante en el que se declare la guerra que tanto le ilusiona. Al fin y al cabo, ¿qué hay de malo en esperar unos meses? ¿Por qué precipitarse? ¿Qué prisa tiene? ¿Y si su suerte cambia en el futuro?
…la primera juventud, un camino que de niño parece infinito, por el que los años discurren lentos, de modo que nadie nota su marcha. Se camina plácidamente, mirando con curiosidad alrededor, no hay ninguna necesidad de apresurarse…
El gran tema del libro es el tiempo. O para ser más precisos: el tempus fugit. Cada uno de nosotros dispone de un número limitado de días sobre la tierra. Tenemos un plazo para sacar partido a nuestra estancia. En nuestra mano está perseguir nuestras metas o esperarlas. Ser activos o pasivos, ambiciosos o acomodados, luchadores o resignados. De nuestras decisiones depende que acabemos el día como nos aconsejan los filósofos epicúreos, saboreando el vino de nuestros deseos satisfechos (Horacio). O justo lo contrario, lamentando las oportunidades de felicidad perdidas y de plenitud existencial desaprovechadas.
El libro nos interpela. Nos coge de las solapas y nos zarandea para que despertemos a la realidad.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma…
Drogo es un modelo por reacción. Un personaje que encarna la actitud a evitar. Un hombre que no vive en el presente, que malgasta su tiempo pensando en el futuro, cuando este, en realidad, no existe, es una ensoñación, un paisaje de niebla. Lo mismo que el pasado. Los epicúreos nos exhortan a vivir el instante. Sólo en el hoy podemos ser felices.
A los 54 años, Drogo sigue estancado en la Fortaleza. Ahora es comandante. Su vida no es un sueño, sino una pesadilla. Pues no hay nada más terrorífico que el tedio y el aburrimiento, que carecer de ilusiones y de esperanzas, que comprender que la espera ha sido en vano y que los últimos granos de arena ya descienden a prisa por el reloj, sin posibilidad alguna de retorno.
… envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
El desierto de los tártaros nos escribe la existencia estoica de cientos de soldados sin energía para vencer la inercia, la monotonía que los imanta a Bastiani, y ser, así, los dueños de su propio destino. Pero el ideario que impulsó a Buzzati la escritura de su novela es epicúreo. Late en sus páginas un corazón oculto que nos llama a romper las cadenas que aprisionan nuestro albedrío.
No es necesario tener siete vidas, como los gatos, para salir de nuestra zona de confort y aventuarnos por un terreno inhóspito, para ser osados, para arriesgarnos.
Con una bien vivida, basta.
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