Antología. Juana Inés de la Cruz

lunes, 31 de octubre de 2022

Soy lo que me persigue

 

Soy lo que me persigue, Ismael M. Biurrun y Carlos Pitillas. Dilatando mentes. 2021.

 

 

Este estupendo ensayo a cuatro manos defiende la tesis de que la ficción de horror “opera como una exploración simbólica de los traumático”.

 

El libro se estructura en dos partes. En la primera, de corte científico, se describen los aspectos del trauma y se analizan sus diferentes modos de manifestarse: por “reemergencia”, “disrupción”, “fragmentación”, sueños, inversión de roles... Con un estilo ágil, los autores nos explican de modo impecable cómo el cerebro, tras una experiencia violenta que hiere a quien la padece, se ve desbordado por su impacto, por lo que es incapaz de procesarla. El hecho se registra en el sótano de la mente, en el inconsciente, conservando toda su potencia original. De modo que, cuando reemerge, se vive con toda su crudeza. No es que se recuerde lo acontecido, es que su vivencia se produce de nuevo, rompiendo las costuras de la realidad.

 

El trauma, nos dicen, trae como consecuencias la pérdida de la fe en el orden de las cosas. Produce una fractura en nuestra percepción del mundo. A partir de entonces, nos sentimos vulnerables ante los demás. Desconfiamos, incluso, de nosotros. Quien se asoma al abismo de su yo interior corre el riesgo de encontrarse con su versión más oscura. Por otra parte, los asideros simbólicos de nuestro espacio vital (la familia, la ciencia y la autoridad) se desmoronan. Nadie puede ayudarte. No deja de ser curioso que narradores y cineastas del género terrorífico compartan con nosotros, los poetas, la búsqueda de las emociones reprimidas, indagando en las sombras. Un análisis comparativo de las imágenes de Colinas o Valente, por citar dos ejemplos, encontraría muchas similitudes con las que encontramos en la fantasía oscura de Cañadas o Cotrina.

 

Lo interesante del ensayo que nos ocupa es la conclusión de que el monstruo que vemos en las películas o leemos en los libros no es ajeno al sujeto que vivió la experiencia traumática. El monstruo es, precisamente, un símbolo de la misma. Una parte de nosotros. La amenaza es interna.

 

La segunda parte del ensayo parece un decálogo para escritores del género. Y es realmente útil para comprender los tropos de la literatura y del cine de terror, también para saber utilizarlos. Los autores estudian dichos recursos aportando ejemplos de obras concretas. Además, analizan los diferentes modelos que ha habido desde el siglo XIX para crear esa ficción de horror. No voy a describir ni unos ni otros, para que tengáis la oportunidad de descubrirlos por vosotros mismos. Merece la pena.


 

 

Sólo tengo una pega. Se supone que cuando te enfrentas al monstruo (al trauma) lo asimilas, lo integras, admites esa parte de sombra que forma parte de ti. Y esto neutraliza el peligro. Es perturbador ser consciente de la existencia de esa zona oscura, pero al menos, al procesarla, deja de ser peligrosa. Vale. Pero no siempre. Quien vio Smile lo sabe. 

 

domingo, 30 de octubre de 2022

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

 

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Tatiana Tibuleac. Traducción de Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta. 2019. 10ª ed. 2021. 247 págs.

 

Escribe Luis García Montero en su hermoso y último poemario (dedicado a su mujer, Almudena Grandes –fallecida a los 63 años–, a consecuencia de un cáncer):

 

 

Comprendí el argumento de esta historia

en la noche estrellada,

una historia de amor,

este año y tres meses,

estos días finales que ya son,

ahora, recordados,

los días más felices de mi vida.

 

 

Esta cita resume a la perfección la experiencia por la que pasa el joven protagonista de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, primera novela de la escritora rumana Tatiana Tibuleac.

 

La historia está narrada en primera persona por Aleksy, un célebre pintor lisiado tras un accidente de carretera. Los acontecimientos de los que habla tuvieron lugar doce años antes, cuando era apenas un adolescente. Su texto (corrosivo, desgarrador y lleno de ternura) le sirve de terapia, le ayuda a explicarse, le aferra a una vida que se está despeñando sin remedio. Sólo allí, en la memoria, encuentra la felicidad que en la vida le falta. 

 

No es la suya una existencia fácil. El libro empieza in medias res y aunque sigue un orden cronológico, se enreda en continuas analepsis y prolepsis. Viajamos por la mente de un hombre torturado. De un artista. De un genio. Asistimos al caos de sus recuerdos con la misma fuerza con que él los vivió.

 

Y es que el libro aborda muchos temas, entre ellos, qué motiva a un muchacho a darse a los pinceles, a volcar lo que siente sobre un lienzo.

 

El otro gran asunto que trata es el de las complejas relaciones familiares.

 

Una familia debe constituir un entorno seguro para sus integrantes. Debe prodigar protección y cariño a cada miembro. Pero lo cierto es que a veces la práctica desmiente la teoría. Aleksy, al contarnos retazos de su vida anteriores al último verano que pasó con su madre, muestra una familia rota por la pérdida de una hija, por las desavenencias matrimoniales, por el sentimiento de culpa, por el rencor e incluso por la rabia. Él es un muchacho indómito, crecido a la sombra de Mika, su hermana muerta. Ella es una madre desgarrada por el dolor, incapaz de asumir el trauma y de amar a su hijo. Un viaje a Francia les dará la oportunidad de convivir un tiempo en otra parte, alejados de sus roles, de sus recuerdos y del espacio que marcaba las fronteras que separaba a ambos.

 

¿Por qué Aleksy se convirtió en pintor?  

 

 “A veces, cuando pienso en la muerte y me pregunto qué pasa con las personas después, a continuación, al final… Los recuerdos son mi respuesta. El paraíso –al menos para mí–, significaría vivir una y otra vez aquellos pocos días como si fuera la primera vez.”

 


 

No deja de ser paradógico que la presencia de la muerte nos impulse a la vida. Y ese afán por anclarse a ella, ese enamoramiento del vivir que experimenta la madre de Aleksy, es el que desarma al joven y lo libera de su odio. Decía el emperador Marco Aurelio que hay que realizar cada acción como si fuese la última, y pasar cada día como si ya no hubiese alguno más. A ese empeño se dedicará la mujer, enferma de cáncer; contagiando a su hijo su gozo y su vitalidad. Toda una elección, aunque la aprende tarde. Cualquier instante debe ser vivido intensamente, no vaya a ser interrumpido por el desenlace fatal. Cada minuto cuenta. Cada segundo tiene el valor de lo irrecuperable. Un valor infinito.

 

Detrás de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes late el pensamiento estoico y el epicúreo. Ambas filosofías utilizan el memento mori para tomar conciencia de la importancia del momento presente. Esta maravillosa novela representa un alegato a favor del carpe diem (Horacio): toma el hoy, sin pensar en el día de mañana (porque igual no llegas).

 

Un libro para tener en casa y para regalarlo.

 

sábado, 29 de octubre de 2022

Traduciendo a Ausonio

 


Dentro de un mes daré una conferencia sobre la evolución de los tópicos literarios en nuestra poesía clásica y actual. A propósito del carpe diem hablaré de Ausonio (S. IV). Al no encontrar ninguna traducción que me gustase de su célebre De rosis nascentibus, he decidido trabajar el texto yo. No todo, claro, sólo los versos finales. Mantengo el espíritu original, pero no me someto a la reproducción exacta. Buscando que la traducción tenga fuerza, empleo un léxico moderno, y ante todo, primo el sentido del ritmo, su contundencia.

El resultado es este:    

 

El nacimiento de las rosas

 

 

Con razón nos quejamos, oh Natura,

de la belleza breve de las flores:

los dones que nos muestras, al momento, arrebatas.

Tan sólo un día dura la vida de las rosas;

sienten la plenitud y ya son viejas.

Por la mañana estrella supernova;

a la noche una enferma enana blanca. […]

 

Coge, las rosas, niña; mientras la flor y tú

sois lozanas y jóvenes. Recuerda

que tu vida también huye y escapa.

 

 

Aquí, el original de Ausonio:

 

 

Conquerimur, Natura, brevis quod gratia florum:

ostentata oculis ilico dona rapis.

quam longa una dies, aetas tam longa rosarum,

quas pubescentes iuncta senecta premit.

quam modo nascentem rutilus conspexit Eoos,

hanc rediens sero vespere vidit anum. [...]

 

Collige, virgo, rosas dum flos novus et nova pubes,

et memor esto aevum sic properare tuum.

 

 

lunes, 24 de octubre de 2022

Actos noviembre 2022

 


* 29 de noviembre. 

Navalcarnero: conferencia en el IES "Carmen Martín Gaite" sobre la influencia de los poetas grecolatinos en nuestros autores renacentistas y en los actuales. Dentro del programa del MEC "Por qué leer a los clásicos".



martes, 18 de octubre de 2022

Texto de mi presentación del libro de Javier Lostalé


El libro que nos ocupa hoy, Javier Lostalé en su hondo resplandor, reune a noventa y dos escritores, noventa y dos voces diferentes expresando un mensaje común: el cariñoso agradecimiento que sentimos todos hacia un periodista generoso y un amigo leal, autor de una de las obras líricas más intensas de nuestra poesía contemporánea. Viendo la nómina de poetas y narradores que firmamos los textos del volumen, podemos decir -sin riesgo a equivocarnos- que Javier es el mar que convoca a los “ríos grandes, medianos y a los chicos”. No en vano, encontramos homejanes escritos por miembros de su generación (Jesús Munárriz, Luis Alberto de Cuenca, Clara Janés…), de la de los años 80-90 (Juan Antonio González Iglesias, Jordi Doce…) y de la quinta que nos dimos a conocer con el cambio de milenio (Verónica Aranda, Francisco José Martínez Morán, Mario Obrero…).

 

Por seguir con el ideario manriqueño, diré que Javier es un hombre que exprime con pasión su vida terrenal. Pocas personas poseen su capacidad de amar, es decir: de entrega, sin esperar nada a cambio. Y es por ello que en las últimas décadas se ha granjeado la amistad de todos nosotros, porque como decía Diego de Estella en 1578: “Ninguna cosa mueve más al amor que ser amado”.  “El amor es vida” sostiene el fraile franciscano en sus Meditaciones, y no me cabe duda de que esa es la razón por la que Javier goza de unos esplendorosos ochenta abriles.

 

Ese amor sin fisuras hacia su profesión, hacia la poesía y hacia los poetas es el responsable de esta magnífica recopilación de homenajes que presentamos hoy. Y es aquí, al calor de nuestra compañía, donde comienza a materializarse una vida “muy mejor” que la primera: la vida de la fama. Estoy convencida de que Javier Lostalé pervivirá en el recuerdo de cuantos le queremos, de cuantos le escuchamos en Radio Nacional de España y de cuantos leemos su libros de poemas.

 

Su obra literaria está traspasada por el amor. No puede ser de otra manera en un hombre que hace suyas las palabras de San Agustín: “El amor es mi peso”. Para demostrarlo, hagamos un breve recorrido por sus últimas obras.

 

Tormenta transparente (Calambur) es un libro sombrío. La voz que enuncia nos confiesa un crimen: alguien, por debilidad, por falta de energía para amar en contra de las expectativas ajenas, ahoga la esperanza de un mundo compartido con su amante. Muerta la esperanza, el espacio-tiempo carece de significado, se vuelve monótono y vacío, hasta el punto de que los sentidos de narrador dejan de percibir la realidad, aislándolo. Quien nos habla y se habla vive encerrado en sí, alejado de todo, menos de la resignación y de la pérdida. No existe el tú ni el yo. La pareja no tiene biografía, carece de historia y de perspectiva de futuro. Por esta razón, no vemos a las personas que habitan estas páginas, aunque sí tenemos una idea de lo que simbolizan. Javier no colorea a sus personajes, tampoco los dibuja; se limita a nombrar el rol que representan. Esta desmaterialización de las figuras viene reforzada por el uso de sustantivos abstractos. La irrealidad de la existencia de ambos llena el libro de alusiones a imágenes, fantasmas y sueños cuya piel se ha podido acariciar, pero no retener, porque no es perdurable.

 

 

El pulso de las nubes (Pre-Textos) respira un aire diferente. Suena a balance, a ajuste de cuentas con las decisiones tomadas en la vida, a cierto arrepentimiento, a repaso de lo que se perdió o se malogró, a recuento de instantes en que se rechazaron otros caminos, a lamento por la soledad elegida. Así, el sujeto lírico que habla acumula metáforas que lo describen como “un hondo ser sin nadie”, un “corazón enterrado/ en su propio fervor”, o un hombre “sin orillas” y “sin firmamento”. Como un Leriano del siglo XXI, ese sujeto habita una “cárcel de luz”, condenado al exilio de la persona amada, pese a que sueña aún con ese “reino que ya no existe”. Libro emocionante, El pulso de las nubes combina la melancolía que produce la ausencia con la pesadumbre que dejan en el pecho las equivocaciones cometidas. Y no obstante, en la vejez sigue habiendo esperanza (“alguien aún avanza/ y conquista nuestra vida”).

 

Cielo (Vandalia) supone un paso más en el abismarse de la voz. Con su estilo habitual, sugiere la presencia de la persona amada en el pecho del amante. Dicho amor, pese al paso del tiempo, respira dentro de él; llama que no se extingue. Conmueve que la voz lírica de los textos anuncie que es la hora de atardecerse, de oscurecerse, de apagarse, y que, sin embargo, dicha presencia habite la memoria, negándose a dejarla.

 

En Ascensión, su último trabajo (Pre-Textos), Javier retoma motivos recurrentes en su obra. No obstante, pese a la soledad del príncipe que “arde sin nadie” alejado del reino, afirma: “siempre habrá alguien en tu vida/ que no te deje anochecer”. Hay en este libro una serenidad inédita. El sujeto que enuncia se congracia consigo y con el sentimiento amoroso que lo habita por dentro: “En lo más oscuro/ late el tacto de una luz/ que en deslumbre te sostiene”. Su afectividad se hermana en una coreografía con la de Louis Glück, cuando la célebre poeta escribe: “¿Por qué amar lo que vas a perder?/ No hay nada más que amar” (El triunfo de Aquiles, Visor. 1985).

 

En conclusión, el sentimiento amoroso representa la piedra angular de la poesía de Javier, que a buen seguro suscribe estas palabras que Diego Estella dejó escritas en sus Meditaciones, a propósito del amor: “Con tu dulce memoria se sustenta mi vida”.

 

Bien. Sigamos.

 

Hemos hablado de la Vida terrenal, de la vida de la fama… Jorge Manrique hablaba en sus célebres Coplas a la muerte de su padre de una definitiva forma de trascendencia, la vida espiritual; y teniendo en cuenta que Javier ha bautizado Ascensión a su libro más reciente, y que el inmediatamente anterior se titula Cielo… Pues yo creo que Javier ya mora entre los ángeles…

 

Bromas aparte, diré que la mirada de Javier no sólo es bondadosa, sino pura. Mirar sus pupilas es adentrarse en un mar transparante que revela las formas más altas de la ternura, las claridades más hondas de la inocencia.

 

En estos veintinco años que llevo de carrera literaria la poesía me ha otorgado muchos dones: viajes, experiencias, amigos…; y uno de los grandes regalos que atesoro es la amistad de Javier Lostalé. Llevamos acompañándonos veintiún años. Lo conocí en la pecera de La estación azul en junio de 2001 y desde entonces hemos compartido proyectos y complicidades. Siempre que acabo un libro es su primer lector. En estos dos últimos me ha presentado Sublevación en la Residencia de Estudiantes y Cornucopia (que, por cierto, prologa él) en el Café Comercial, juntos hablamos el año pasado en el Ojo crítico sobre Francisco Brines, juntos cenamos en el homenaje en su honor y ahora tengo la gozosa oportunidad de presentar este maravilloso volumen que entre todos hemos creado convocados por el cariño que le tenemos.

 

¿Y cómo podría ser de otra manera si Javier lleva el destino de nuestro afecto en su propio nombre? Javier, Javi, guarda una relación de paranomasia con habib, que en árabe (como muy bien sabemos) significa “amado”. Añadamos a esto que Xavier, en vasco, significa casa nueva. Y es ahora la etimología de su nombre la que nos imanta a él. ¿Cómo no quererlo cuando nos protege, cuando su calidez nos reconforta como un hogar, cuando constituye una casa que nos cojiba a todos?

 

 

Muchas gracias.

 

domingo, 2 de octubre de 2022

Presento el libro Javier Lostalé en su hondo resplandor

 


El próximo martes 18 de octubre presento, junto a José Infante, el libro Javier Lostalé en su hondo resplandor. Será en el Centro Cultural Galileo, a las 19:00. Conducirá el acto Miguel Losada, y contaremos con la presencia del editor de Polibea (Juan José Martín Ramos), además de la del propio homenajeado: Javier Lostalé, quien recientemente ha cumplido veinte años por cuarta vez.

 

Os esperamos.