En la presentación del poemario Los ritos familiares (Lastura, 2022), de Ángela Álvarez Sáez, entablé un diálogo con la autora sobre algunos temas. Dejó aquí mis preguntas y sus respuestas.
1. Tu libro es barroco no solo por la acumulación de materiales que incorporas al texto, sino también por el contraste entre el desbordamiento de noticias y el ansia de imposición de un orden al caos. Según Carlos Bousoño y Dámaso Alonso, los poetas del siglo XVII ordenaban la abundancia por medio de paralelismos, anáforas y correlaciones. ¿Te consideras en deuda con los poetas barrocos? ¿Tienes otras influencias, hispanoamericanas, quizás? No en vano, el uso del poema-río lo encontramos en Octavio Paz.
Sí, puede que mis libros tengan elementos para considerarse barrocos, sí que hay un desbordamiento de noticias y un intento de ordenar el caos, y sí ahondo en distintos temas, y puede que lo más característico de mis libros sea la forma en la que están escritos. Sí, en ese sentido sí me considero en deuda con los poetas barrocos.
Aunque también creo que mi influencia mayor es de la literatura hispanoamericana. Leo a muchos autores hispanoamericanos, y no sólo poesía, si no también novela o libros de género híbrido. Me gusta mucho su literatura, me parece exuberante, me deslumbra igual que su naturaleza y sus costumbres. La primera vez que viajé a ese continente, fui a Méjico, con veinte años, y me impactó su belleza, su colorido, todo. Luego Brasil, Argentina, Chile, me sorprendieron igualmente.
Cuando tenía unos dieciocho años leí a Alejandra Pizarnik y para mí fue un descubrimiento que me abrió hacia la poesía. Antes de ella, sólo otro poeta me había causado la misma impresión, Valente. Esos dos autores han sido fundamentales en mis comienzos.
Gabriel García Márquez fue otro de los autores que me impactaron en la adolescencia. Esa literatura tan rica y despampanante, siempre recordaré la primera vez que leí Cien años de soledad, un verano en el desván de la casa de mis abuelos.
Libros y autores que me hayan impactado, en prosa, actuales, Siberia, un año después, de Daniela Alcívar Bellolio, Esta herida llena de peces, de Lorena Salazar Masso. Me siento muy identificada con la poesía de María Auxiliadora Álvarez o Hanni Ossott.
2. En tu obra se distinguen dos tendencias: una hermética y otra de línea clara. En la primera sondeas en la noche, te adentras en los enigmas del mundo. En libros como De conjuros y ofrendas tu poesía comunica una experiencia de autodescubrimiento que nos atañe a todos (con ecos de Valente). En la segunda asomas la cabeza por la realidad exterior y el mundo cotidiano. Es mucho más referencial. Caso del libro que nos ocupa hoy. ¿Tú vas quemando etapas, como Federico García Lorca; o las simultaneas, como Gerardo Diego?
Creo que en mi poesía ha habido una evolución. Es cierto que De conjuros y ofrendas bebe de Valente, es un libro que tantea la noche, que indaga en el interior sin un asidero claro en la realidad. En la misma línea son mis libros La columna rota, un libro sobre los cuadros de Frida Kahlo; La tierra más frágil, mi libro con menos florituras, que va más al hueso; Libro de la nieve que indaga en la memoria, su pérdida y el lenguaje; o Palabra vegetal, un libro que comencé a escribir con poemas en prosa y terminó siendo un poema río.
Antes también había escrito otros libros más referenciales, sobre el mundo que nos rodea, La torre de las tortugas, y La estación de las moras.
3. ¿Qué aporta Los ritos familiares al conjunto de tu obra?
Aporta mi mirada sobre la evolución de las relaciones familiares, lo que han cambiado desde la época de nuestros abuelos a la actual. Hablo de cómo subimos fotos de nuestros recién nacidos a Facebook, de cómo nos han apartado de nuestros hijos, de los niños hiperactivos en guarderías multicolor. Pero también hablo de las generaciones anteriores y de lo que hemos construido sobre sus cimientos. También hablo de la culpa, del sentimiento de culpa en el que nos hemos educado y que no sé si va despareciendo en las nuevas generaciones. Los ritos familiares es un libro que desde mi experiencia abarca también la experiencia social de toda una generación.
4. Un motivo recurrente en tu obra es la maternidad. ¿Cómo afecta el hecho de ser madre a la selección de los temas que abordas en tus libros? ¿Y al proceso de escritura?
La maternidad irrumpió en mí con una fuerza descomunal. Me abrió de tal manera que sólo fui capaz de coserme con palabras. A raíz de ser madre por primera vez, escribí La estación de las moras. Posteriormente, en El hijo culebra, escribí sobre la maternidad subrogada, porque al ser madre quise investigar sobre el dolor de las mujeres que no podían tener hijos y sobre aquellas otras que aceptaban llevar en sus entrañas a un bebé que iban a entregar una vez naciera.
En cuanto al proceso de escritura, las ideas me vienen normalmente paseando o al levantarme. Luego las escribo y las voy amasando y cortando y dando forma. Además, últimamente me ayuda bastante el móvil, porque si se me ocurre algo en el parque, esperando a las niñas del colegio, cojo el móvil y lo escribo. Empecé a escribir con el móvil por la lactancia de las niñas. Daba el pecho muy a menudo y esas horas dando el pecho las aprovechaba para escribir.
5. En De conjuros y ofrendas nos hablas de un rito individual. En tu último poemario, nos hablas de los ritos familiares (colectivos). ¿Qué pasos rituales crees que son indispensables para los individuos y para la sociedad de hoy?
Creo que la sociedad actual tiene que repensarse. Tiene que adoptar nuevos ritos que nos alejen del individualismo y egoismo. Algo que nos empuje a construir juntos. Últimamente escucho cada vez a más personas que tienen el sueño de volver al campo, al pueblo, a los orígenes. De volver a trabajar en algo que no sea etéreo, como lo es internet. De volver a trabajar el objeto. No comparto la visión idealizada del campo, pero sí, tal vez, la necesidad de encontrar asideros, algo que nos vuelva a enraizar en la tierra. Estoy de acuerdo con que esta es una sociedad de consumo, una sociedad líquida. Se venden experiencias, de un masaje, un restaurante, una casa compartida y alquilada, un coche compartido. Estamos construyendo una sociedad nómada, viniendo de una sociedad de agricultores. En la época de nuestros padres y abuelos los trabajos eran para toda la vida, las cosas se compraban casas para toda la vida, con relaciones para toda la vida. Ahora todo es momentáneo, todo es cambio. Y está bien, hay que evolucionar, pero tanto estado líquido está creando muchas personas insatisfechas, quieren siempre más, nunca están contentas ni con el trabajo ni la casa ni la pareja que tienen, no encuentran sentido a sus vidas entre tanta experiencia infértil. No sé hacia dónde irá la sociedad, pero lo que tengo claro es que en algún momento se volverá a construir sobre unos valores que nos sirvan a todos y nos anclen a la tierra.
6. Acabas de sacar tu primer texto narrativo. ¿Te costó mucho cambiar de un género a otro?
No me costó porque mi poesía ya había evolucionado hacia una forma más narrativa. Sobre todo con El hijo culebra, que es casi una novela poética. Además, Los bosques violentos, aunque narrativo, también es poético y surgió de un momento de mi vida en el que la poesía no me servía para escribir sobre lo que estaba viviendo, el diagnóstico de la enfermedad rara a mi hija mayor. Necesitaba contarlo de una forma nueva. Y así surgió esa prosa poética que son Los bosques violentos.
7. Acaba de publicarse una antología que recoge la obra de los becarios de la Fundación Antonio Gala, entre los que te encuentras. ¿Qué significó para ti el paso por aquella institución?
Para mí significó mucho, me becaron justo al año siguiente de terminar Derecho en Icade. Entrar en la Fundación fue como un sueño, porque yo lo que quería era dedicarme a escribir y leer, todavía hoy sería mi sueño poder vivir sólo de la literatura. Recuerdo que eché la solicitud, adjuntando los poemas y relatos que había escrito, sin creer que me iban a admitir, y la ilusión al ver mi nombre en la lista provisional de admitidos de aquella cuarta promoción. Luego me hizo una entrevista personal Antonio Gala y finalmente me admitieron. Ese año escribí La torre de las tortugas, que me publicó Hiperión, al ganar el Premio Antonio Carvajal, y recuerdo que estuvo entre los libros más vendidos de poesía. Me gustó compartir ese año con pintores, músicos y escritores. Y conocer a Verónica Aranda, que me ha ayudado desde el principio y de la que he aprendido mucha poesía.
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