Esto no es Bambi, David Pérez Vega. Maclein y Parker. Sevilla. 2021. 240 pp.
He de decir, de entrada, que la nueva novela del escritor David Pérez Vega (Madrid, 1974), Esto no es Bambi, es sin duda alguna la más sólida, coherente y la mejor armada de cuantas he leído suyas en estos últimos años. Fiel a sus motivos y obsesiones, como cualquier autor, David retoma asuntos que ya tratase en su libro anterior, Caminaré entre las ratas. Pero a nivel técnico su nueva criatura supera con creces a la predecesora.
A veces, el combustible de la escritura es la exploración imaginativa, el amor hacia el misterio, la aventura de lo ignoto, la pasión por el peligro. En otras ocasiones, sin embargo, la gasolina que mueve la mano por las teclas o por el papel, tiene un origen diferente, oscuro y sanador: el recuerdo, el ajuste de cuentas, e incluso la —elegante y discreta— venganza. Esto no es Bambi me parece movida por el segundo tipo de inspiración.
La obra se divide en seis capítulos, que son otros tantos monólogos de sus protagonistas. Cada uno de ellos se expresa con sus propios rasgos lingüísticos, dotando a la novela de riqueza coral. Podría parecer que algunos personajes están caricaturizados, precisamente porque su lenguaje responde a esterotipos (la pija, el bravucón, el abnegado…), pero David, que es un narrador inteligente, salva ese obstáculo por un procedimiento ingenioso y clásico: el perspectivismo. Y aquí aprecio la lectura —y el aprendizaje derivado de ella— de los célebres autores del Realismo.
La mirada caleidoscópica que se dedican los personajes consigue que todos crezcan al calor del contacto con los demás. Es decir, los arquetipos quedan superados por la superposición de los más variados puntos de vista. Y es que los seis opinan sobre el resto. De la suma de pareceres obtenemos personajes redondos (algunos más que otros. Los más logrados son Alfonso y Javier).
Otro acierto técnico de la novela es la progresión temporal. El arco cronológico abarca los años 2000-2005. Pero ese lento transcurrir de los años se observa desde la óptica de los seis protagonistas, como si fuesen los atletas integrantes de un preciso equipo de relevos.
Por lo que respecta al fondo del libro, digamos que David no deja títere con cabeza. El relato se orienta hacia la crítica de las condiciones de trabajo y de las corruptelas que tuvieron lugar en la otrora reputada auditoría Arthur Andersen, sabiamente ocultada bajo el nombre ficticio William Golding. El valor simbólico de este guiño al célebre autor de El señor de las moscas puede consistir —y es una hipótesis— en la denuncia de la vileza, de la explotación a la que se ven sometidos los trabajadores, así como en el testimonio de la transformación que se opera en los individuos para sobrevivir en un entorno laboral que acaba siendo adverso (y que pasa factura a nivel físico y psicológico).
Ese cambio progresivo —esa oxidación— que se produce en la personalidad de los seis protagonistas queda plasmado en el juego de espejos al que aludía antes.
De entre los monólogos, destaca el que sostiene Daniel Márquez Cavas (las voces se reparten, equitativamente, entre mujeres y hombres: Marta, Carmen, Alfonso, Nerea, Daniel y Javier), presunto alter ego de su autor. No en vano, encontramos aquí referencias metaliterarias cuando habla de “la novela que sé que se está incubando en mi interior, la novela en que explicaré qué ocurría en Madrid, en España, en una época (a comienzos del siglo XXI), cómo eran los trabajos de traje y corbata y 168.000 pesetas al mes” (p. 182).
Libro valiente, bien estructurado, de técnica impecable, y estilo exacto y pulcro, cumple a la perfección el propósito que se había fijado su autor hace veinte años.
Nunca es tarde si la dicha es buena.
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