Cobalto oscuro, Verónica Aranda. XIV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Pamplona”. Berriozar, Navarra, Cénlit Ediciones. 55 páginas. 2020.
16 años lleva Verónica Aranda publicando libros. Hasta el 2020, fecha de edición de Cobalto oscuro (Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Pamplona”) había sacado a la luz once poemarios, casi todos galardonados en certámenes. Si hay una nota predominante en ellos, es la descripción costumbrista, la evocación nostálgica de ambientes, el diálogo con tradiciones poéticas orientales (de la India a Japón), el gusto por la contemplación tranquila del espacio y sus gentes, la pincelada simbólica o el halago sutil a los sentidos.
En su último trabajo, y sin abandonar estos rasgos de estilo, Aranda se sumerge en un experimento. Los 40 poemas que lo componen no nacen de la experiencia de un viaje físico, sino imaginario; no son fruto de la contemplación de lo real, sino de la representación que del mundo hicieron otras tantas pintoras a lo largo de los siglos. El Arte dialoga con el Arte. Una mujer con otras.
Cobalto oscuro es a un tiempo homenaje y reivindicación. La obra visibiliza a las artistas plásticas relegadas por la Historia a una esquina del cuadro. Pero, a la vez, combate prejuicios contra las mujeres, denuncia los roles que el patriarcado nos colgó como si fuéramos perchas; y exporta modelos femeninos emancipados.
Es decir, Verónica Aranda innova en los planteamientos ideológicos de su nuevo libro, si bien se mantiene fiel a su voz, pacientemente trabajada año tras año.
Justo hace ahora un siglo, cuando se pusieron de moda el Futurismo y su hermana literaria, el Ultraísmo, la Vanguardia puso los pinceles y las plumas estilográficas a disposición del deporte. La poeta madrileña, en su galería de retratos, recoge el testigo de autoras como Concha Méndez, que también lo exaltó. Verónica, siguiendo la estela de Tamara de Lempicka, rinde tributo a esas mujeres desafiantes y libres, que derribaron con su actitud los encorsetadores exterotipos: desde niñas que se burlaron de las “restricciones” jugando al ajedrez en el siglo XVI; a muchachas que ensalzaron el “culto al ejercicio, a los viajes, al ocio” a finales del siglo XIX; o a mujeres liberadas de cualquier atadura, a los mandos de su descapotable en los Felices —y locos— Años 20.
Cobalto oscuro sigue un orden cronológico, desde el Renacimiento hasta el XXI. A través de sus páginas recorremos una galería de tablas y paños, pero también un túnel del tiempo. No faltan las alusiones históricas, ni el guiño a los diferentes movimientos pictóricos (Barroco: “La terrible violencia/ conforma un claroscuro/ donde venga Artemisa a cada víctima/ de mandas brutales”, Impresionismo: “El mediodía ocioso/ solo invita a las ensoñaciones./ ¿Quién es esa muchacha?/ Qué gesto absorto esconde/ la pincelada rápida/ y qué melancolía?” Futurismo: “el motor deportivo despierta su deseo”, Cubismo: “llega la nostalgia/ en planos superpuestos”…)
Por supuesto, en el poemario abunda el cromatismo, con sus diversos tonos (“entre el verde grisáceo/ y la luz verde oliva”, “y todas las escalas de naranjas”), y es que “la música la dictan los colores”.
Cobalto oscuro invita a la lectura reposada, igual que visitamos un museo. Su elogio de la vida detenida, lenta y suave, invita a la delectación del tiempo que es, en el preciso instante en que acontece.
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