Antología. Juana Inés de la Cruz

lunes, 20 de septiembre de 2021

Ítaca es nunca

 

Ítaca es nunca, Cristina Falcón Maldonado. Barcelona, Candaya. 2021. 128 páginas.

 



 

 

 

 

 

 

Cristina Falcón Maldonado nació en Venezuela en 1963. No obstante, vivió en Italia un tiempo, y a día de hoy reside en Cuenca. Es autora de libros infantiles (publicados por dos de nuestras editoriales más prestigiosas: Kalandraka y Edebé), pero, sobre todo, destaca por su labor poética. Tres son sus poemarios que han visto la luz en Candaya: Memoria errante (2009), Borrar el paisaje (2014) e Ítaca es nunca (2021). Así, de entrada, todos compaten un denominador común: el desarraigo, la falta de pertenencia, la desmaterialización de un espacio, el regreso imposible.

 

De hecho, son muchos los símbolos que en su última obra nos hablan de una ausencia: “páramo”, “solar”, “sombras”, “sed”, “huella”, “abismo”, “rastro”; y son muchos también los términos abstractos que insisten en la idea de la desposesión: “nada”, “vacío”, “expolio”, “duelo”, “abandono”, “silencio”, “soledad”.

 

Será, precisamente, la palabra escrita la responsable de la recuperación de lo perdido, la que pesque fragmentos de memoria. De modo que podemos deducir que para Cristina Falcón la patria es el poema.

 

Si el paisaje está borrado, como sostenía la autora en su segundo libro, es lógico que en su reciente entrega hayan sido extirpados los topónimos. En su lugar encontramos adverbios deícticos (“aquí”, “allí”) de baja saturación semántica. Los lectores podemos atribuirles un significado si somos de la opinión de que la poeta, en la elaboración de sus composiciones, haya partido de sus actuales coordenadas de percepción: yo-aquí-ahora. De modo que ese “aquí” se corresponda con Cuenca (y por extensión, con España); y ese “allí” con la Ítaca perdida (Venezuela):

 

Siguen allí

 

la casa

el yagrumo,

el apamate

la tierra roja

 

 

Pero no puede decartarse el caso contrario, con la necesaria inversión de correspondencias: de modo que ese “allí” sea el estado de acogida, provisional y extraño; y el “aquí¨ haga referencia a la tierra madre, al país americano, “famélico”, “donde la vida no se sobrepone”:

 

El que no está aquí no existe (poemaXV)

 

No vuelvas

 

para envilecer

 

para recordarme

que aquí

solo vive el abandono (poema XXVIII)

 

 

De lo anterior se deduce que Cristina Falcón nos quiere decir que uno se siente extraño, extranjero de sí, en cualquier parte.

 

Como quiera que sea, Ítaca es nunca nace de la tensión entre olvido y recuerdo, de esa fricción que está a punto de resquejabrar la esencia del sujeto que enuncia. Y es que no sólo el espacio se desvanece, también sus habitantes (“nadie/ en medio del vacío”) y hasta la voz que late en los poemas. Toda la realidad, en su conjunto, es un gran holograma; un escenario de cartón-piedra; un sueño, que diría Calderón. El mundo, viene a decir Cristina, sólo existe en la mente, es hijo de nuestra capacidad para representarlo (como aseguraba Schopenhauer). De ahí la lucha titánica de la autora, libro a libro, para apuntalar sus vigas con palabras; y para sostenerse a sí misma.

 

Quizás por ese carácter gelatinoso de la realidad, el sujeto que enuncia conserva “cajas vacías”, símbolo de la itinerancia y monumento a la memoria. Olvidar el origen supone deshabitarse por dentro, deshacer el nudo que aprieta la propia identidad y la del resto, de ahí la lucha sin cuartel contra el olvido.

 

La amenaza del vacío, a su vez, condiciona la estética de todo el poemario. El peligro que supone la niebla interior, la conciencia de la caducidad, la amnesia, la falta de comunicación, la ignorancia de las vidas ajenas… en suma, la negación constante de la vida, avalan el empleo de un estilo minimalista y abstracto. El fondo, pues, determinada la forma.

 

En ocasiones, el peligro que representan tanto la “distancia” física como la temporal, queda reflejado a través de metáforas animalizadoras de carácter negativo. Así, se nos dirá que ese concepto abstracto es una “bestia” letal, siempre dispuesta para la “dentellada”, o una temible “culebra” que “envenena”.

 

Con objeto de acercar lo lejano, de salvar lo invisible, Cristina Falcón crea un oasis de palabras, un espejismo de versos. La apariencia simula la realidad, y con ella se colma el hueco de un vacío.   

 

Su nostalgia es análoga a la de Rainer Maria Rilke: “Es extraño/ ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró” (Elegías de Duino).

 

Y es que la vida es frágil, y siempre está sujeta a transformaciones. Interiorizar el mundo es salvarlo. La palabra designa, pero más allá de su valor referencial, llega a tener incluso un valor ontológico. El mundo es en el poema.

 

La autora se afana por preservar su Ítaca. Yo me inclino a pensar que Ítaca no es una región en el espacio, sino en el tiempo. No importa dónde podemos encontrarla, sino cuándo. De ahí que su regreso no pueda producirse, salvo a través del libro. Ítaca es la infancia.

 

Esa edad dorada viene simbolizada por la casa, la lluvia, el padre, la madre… La autora se impone la responsabilidad de protegerlos a todos de la erosión del tiempo, consciente de que la enfermedad es una espada de Damocles sobre sus cabezas. No obstante, como decíamos, el verso es sucedáneo, una ficción. De manera que la autora sólo aspira a “reinventar/ esta sombra de dos sombras”.

 

Y a la vez, Ítaca puede ser el pasado de la propia Venezuela, un estado actualmente en declive, un “país del revés” donde la gente resiste con dignidad o bien es arrastrada por la crecida corriente abajo, expulsada de su lugar de origen. Una república que ha dejado de ser como se la recuerda, y cuya percepción se ha transformado.

 

A la trágica condición del migrante, en precario equilbrio entre las dos orillas, suma Cristina Falcón la del Homo viator. Todos somos viajeros. Cada mujer y cada hombre está de paso en la Tierra, entre desconocidos (“piel ajena… viéndonos pasar”), todos en tránsito entre dos oscuridades, segundo motor que empuja a la escritora hacia el poema, esa bola de cristal que preserva la nieve hasta en verano.

 

Son especialmente emotivos los poemas escritos a la madre, quien padece demencia senil. Los encontramos en el bloque III de la obra. Qué difícil no identificarse con alguno de ellos:

 

 

Ella se ausenta

apoya el pesar

en su mano sin tiempo.

 

Y una allí

anclada a la silla

 

sin saber

qué

hacer decir

temblando casi

 

como si al tocarla

fuera a hacerse añicos

 

 

El poemario viene precedido por un prólogo de otra poeta apátrida, nacida en Orense, criada en Venezuela, residente en Holanda y vecina de Barcelona: Miriam Reyes. Su lectura, honda y certera, es iluminadora.

 

Ítaca es nunca es un libro que hay que leer despacio, desplegarlo lentamente como a los abanicos, admirando cada nuevo pliegue, asimilando su contenido, descubriendo poco a poco la coherencia y profundidad del conjunto. Pero que nadie se llame a engaño, no hablo de abanicos corrientes, sino de los utilizados por los samuráis para el combate: es un libro que hiere.

 

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