Mi pareja calva y yo vamos a
tener un hijo, Legna Rodríguez Iglesias. II
Premio Centrifugados de poesía joven. Liliputienses, 2019. 90 pp.
Pide la escritora nigeriana
Chimamanda Ngozi Adichie que se visibilicen las historias individuales de las
mujeres para que el relato de la Humanidad esté completo. Y en esa ardua labor
estamos inmersas muchas autoras, con mayor o menor presencia en los medios de
comunicación. Nuestra misión consiste en poner el foco sobre el tablado en
sombra del teatro, en balizar caminos cuya existencia se desconoce. Porque lo
cierto es que lo hay muy trillados. Si existe un tema por tratar en Occidente,
por lo novedoso de su aceptación legal, es el de las familias homoparentales.
En efecto: en España existe el matrimonio entre personas del mismo sexo desde
2006, si bien las parejas conviven (con más o menos disimulo) desde hace
décadas. Si en los últimos años no hemos asistido a una caída en picado de la
demografía en nuestro país se debe, en parte, a la tenaz misión reproductora de
miles de parejas LGTB. Acudimos a hospitales donde nos tratan con cariño y
respeto. Nuestros hijos van a colegios donde se integran a la perfección, y
entre todas las familias hemos creado una red de cuidado mutuo que beneficia a
cada niño (con independencia de su origen étnico o de su método de concepción).
Es decir: formamos parte visible de la comunidad escolar, y del entramado
social de los distintos barrios. ¿Pero qué eco de esta realidad llega a los
libros, se transforma en personajes, evoca sentimientos en los lectores? En
noviembre de 2018 me publicaba Hiperión el poemario Ciudad sumergida, donde me dirigía a mis hijos aun antes de nacer,
cuando flotaban en la piscina amniótica que les regaló mi esposa. Entonces yo
marcaba en el mapa un nuevo motivo literario: el amor de una pareja de mujeres
hacia su descendencia (dos mellizos concebidos por el método ROPA: ovodonación
entre cónyuges, legal en España desde hace ocho años). Por supuesto que a lo
largo del tiempo se han editado hermosas obras narrativas y poéticas dedicadas
a la maternidad (y a la paternidad), pero no LGTBI. El mundo cambia y la
literatura debe reflejarlo. Detrás de nuestro ansiado positivo se esconde una
historia de superación, amor, fe y constancia (no exenta de obstáculos ni de
decepciones) que puede ser inspiradora. Y a esa tarea dedica sus horas la
escritora cubana Legna Rodríguez Iglesias (1984).
Con Mi pareja calva y yo vamos
a tener un hijo la poeta antillana
obtuvo el “Premio Centrifugados de poesía
joven”, en su segunda edición. El libro se divide en dos partes: “un cigoto /
el aborto”; y “un gameto / el embarazo”.
La primera sección supone un
ejercicio de valentía. Nos habla, como ya deducen por el título, de un deseo
frustrado. Leemos una elegía a la pérdida de un ser todavía en fase de embrión,
pero ya amado (“para mi hijo/que salió de su delta antes de tiempo”). El tono
de los textos, en ocasiones, alcanza tal apunto que casi se vuelve amenazador
(“Una madre es un muro hasta que su hijo fallece”… “Los escombros del muro están
en una esquina./ Nadie toque ese cemento”). El sujeto que enuncia cartografía
la región de su pena. Se siente culpable. Y así se lo expresa a su retoño en
mente, al que hace una promesa: “En el próximo chance yo te voy a agarrar”.
La segunda parte se centra en la
propia gestación, con los asuntos colaterales derivados de ella (la barriga que
no crece, los nervios de las futuras madres, la elección del nombre, los
controles periódicos, la responsabilidad educadora, el acondicionamiento de la
casa…)
Legna Rodríguez, con un lenguaje
claro y directo donde no falta la ironía, aborda otros asuntos significativos
en su libro de poemas. Uno es el concepto de patria. Recuerden que la autora, nacida en Camagüey, emigró
a los Estados Unidos hace algunos años. Es una apátrida política, pero no afectiva. Tiene clara su tierra: su
hijo, su pareja, sus amigos. Pertenece a Cemí (su varoncito), pero también a
Jamila o a Soleida… Otro es el concepto de identidad. Quienes somos no consta en un documento expedido
por la Policía. En un papel repleto de hologramas y marcas de agua, por mucho
que aparezcan nuestros datos no se dice nada relevante acerca de nosotros. Sin
embargo, nos explican mil veces más los libros que tenemos en la biblioteca
(“…pero el policía no cree que Averno,/ un libro de Louise Glück que siempre cargo en mi mochila/ sea ningún
documento de identidad”).
Si bien el libro tiene altibajos,
Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo merece
el galardón conseguido y su publicación. Desde luego, aporta un poco de aire fresco a la tan a menudo encorsetada poesía que encontramos aquí.
Bienvenido.
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