Memorial de ausencias, Antonio
Crespo Massieu. Prólogo de Guadalupe Grande. Madrid, Tigres de papel, 2019. 500
páginas.
Hay poetas que van atravesando etapas a lo largo de su
carrera, que viran tanto en sus contenidos temáticos como en sus propuestas
estéticas, que van haciendo escalas en parajes diferentes hasta su destino
final. Góngora, Meléndez Valdés o Salinas pertenecen a este grupo. Sin embargo,
otros autores hacen girar su obra en torno a un centro, y desde él se expanden.
Pienso en Garcilaso, Unamuno o Aleixandre. Y es el caso del escritor Antonio
Crespo Massieu (Madrid, 1951), que acaba de publicar su poesía reunida, Memorial
de ausencias, en Tigres de papel.
La
obra publicada de Antonio se concentra en apenas once años. Sus títulos son En
este lugar (Fundación Kutxa, 2004), Orilla
del tiempo (Germanía, 2005), Elegía
en Portbou (Bartleby, 2011), Los
regresados (Ediciones del 4 de agosto,
2014) y Obstinada memoria (Amargord,
2015). Y de entre estos cincos libros, lo digo de entrada, destaca una
colección brillante de extensos poemas que, lamentablemente, no tuvo en su
momento el reconocimiento de la prensa escrita, y cuya excelencia reivindico yo
ahora, sumándome a la cerrada defensa que del libro hicieron en su día Arturo
Borra, Alberto García-Teresa o Miguel Veyrat, entre otros. Me refiero a Elegía
en Portbou.
53 años tenía Antonio Crespo cuando dio a la imprenta
En este lugar. No era su primer
poemario, y se nota. El veterano poeta se estrena con un libro maduro, y se
presenta en el panorama lírico nacional con una voz personalísima y claramente
identificable. En estos versos se revelan los temas nucleares de su obra y se
fragua un estilo único que irá moldeando en las sucesivas entregas. Así,
abundan las enumeraciones, los encabalgamientos abruptos, la selección eufónica
de sustantivos abstractos (piedad, rebelión, ausencia) y de adjetivos de
valencia semántica negativa. Todo ello contribuye a dar tono muscular al verso,
tensa el ritmo. Ya en este poemario aparece uno de los lemas que caracterizan
la obra de Antonio: “la historia es esta sucesión/ de gritos o catástrofes”. De
manera peculiar, el poeta en este libro mantiene un diálogo con el diario El
País para tratar asuntos de su tiempo. No
deja de ser curioso, y apunto como anécdota, que Jorge Riechmann, amigo del
autor, publicara en 1997 un título que apunta en la dirección contraria: El
día que dejé de leer El País. En cualquier
caso, ambos exhiben una misma intención en sus escritos: “Esta ansia infinita,
inabarcable/de cambiar el mundo”. La palabra (medida, pesada, como aconsejaba
fray Luis de León) deriva en continente del mundo y en vehículo de denuncia.
A
los 54 años sacaba a la luz su segunda colección, Orilla del tiempo. Y en este libro encontramos poemas memorables, caso
de la poética Como una gota de resina o Una muerte pequeñita. Un
motivo recurrente en la lírica de Antonio es la empatía hacia los animales, y
en concreto, hacia los canes. Si no recuerdo mal, tenía una galga cuando lo
conocí, allá por 2010, el IES Francisco Giner de los Ríos, donde dábamos clases
de Literatura Española. Al igual que hiciera Unamuno en su Elegía a
la muerte de mi perro, el poeta y activista
se eleva desde el tablado de la experiencia personal a las cumbres del arte
trascendiendo la anécdota privada. Por otra parte, Antonio alude a lugares
icónicos de la barbarie humana (Terezin, Ramala) y a personajes que simbolizan
la honradez o la dignidad (Paul Celan, Companys). No en vano, en estas páginas
leemos otro emblema típico de Antonio: “Nada hay más fraterno que sentirse/
irremediablemente heredero de tantos llantos”. Por último, en los muros
levantados por la intransigencia, el poeta abre ventanas que nos devuelven la
esperanza en nuestra especie: el amor, la música, la pintura, la belleza de las
ciudades.
Será
a los 60 años cuando Antonio Crespo publique su mejor obra hasta la fecha, la
magnífica: Elegía en Portbou. De algún
modo, sus libros previos son caminos que conducen a esta cumbre de la poesía en
español de los últimas décadas. Aquí se recogen y dilatan motivos y temas ya
tratados en ellos (“lo oculto,/ que siempre regresa”). Pero, sobre todo, se
ahonda en un estilo desasosegante, agónico, que conmociona al lector.
El
libro está compuesto por diez extensísimos poemas. El metro utilizado es el versículo.
Antonio hace descansar el ritmo de los textos en los paralelismos, en las
repeticiones, en las asociaciones semánticas, en las enumeraciones y en los
juegos fonéticos. El tono es grave. Oscila entre el desgarro y la letanía.
Uno
de sus rasgos carácterísticos es la intertextualidad. Junto a las alusiones a
escritores (Alfonsina Estorni, René Char, Paul Celan, Paca Aguirre…pero, sobre
todo, Antonio Machado y Walter Benjamin, cuyas vidas entrelaza en un destino
común, puesto que ambos representan “la suma de personas que alguna vez huyeron
de la barbarie” —cito a Álex Chico—), leemos citas de un buen número de obras
que guían al autor (“el mar la mar” de Alberti, “otro no puedo más/ y aquí me
quedo” de Unamuno, “vencido por el ángel” de Ángela Figuera…), quien establece
con ellas un permanente diálogo estilístico y moral.
Si
el poemario tiene una misión, esta es –sin duda– “reparar lo roto”, “habitar la
distancia”, traer al presente a quienes se encuentran “en el afilado margen de
la memoria”. Precisamente esa empresa da título a las obras completas del
autor: Memorial de ausencias. Sus
palabras se adhieren, a modo de complemento, a las reivindicaciones de los
familiares republicanos cuyos seres queridos fueron asesinados y enterrados por
los fascistas en fosas comunes; esos que menospreciaba Pablo Casado, aspirante
a la jefatura del gobierno —nada menos—, cuando decía: “los de izquierdas son
unos carcas, todo el día con la fosa de no sé quién” (esta y otras
declaraciones del mismo tenor son las responsables del lógico varapalo
electoral del PP, apenas 60 escaños, en los pasados comicios).
“Cómo llevar el roto plural” se pregunta Antonio
Crespo Massieu, y su respuesta es un contundente libro de altura ética y
estética.
Sus
versos, además, suponen un faro que nos alerta de la proximidad de nuevos
escollos, pues: “el vendaval de la historia sigue soplando,/ nos zarandea de
nuevo”. La presencia de VOX en el parlamento, donde la fuerza ultraderechista
tiene 24 escaños, dibuja en el horizonte un nubarrón para el que hay que
prepararse.
Como
en anteriores ocasiones, la cultura, el amor, la empatía y la fraternidad serán
antídotos contra el muro de la intransigencia y el malecón del odio.
A los 63 sacaba Antonio Los
regresados, pequeño libro-homenaje a amigos
y poetas de la talla de Félix Grande.
Obstinada memoria data de 2015. Tras la voz huracanada de Elegía
en Portbou, estos dos últimos trabajos
constituyen una ligera brisa. El ritmo de los textos se desacelera, el tono se
remansa, el verso se contrae. No obstante, el autor da vueltas sobre los mismos
temas, añadiendo algunas composiciones de cuño clásico, en alabanza de aldea y
menosprecio de corte, donde resuenan ecos de Hesíodo, Virgilio, Erasmo o fray
Luis de León.
El volumen se cierra con la incorporación
de textos procedentes de libros inéditos, escritos en los ochenta.
No encontrarán el nombre de
Antonio Crespo Massieu entre los poetas destacados de las últimas décadas; ni
tampoco su obra entre las propuestas literarias más coherentes y personales de
los últimos quince años. Pero, como ven, no es por falta de motivos. Es la suya
una obra de calidad y de compromiso civil.
He intentado tallar una reseña
que argumente con solidez los motivos por los que se debe leer a este excelente
poeta madrileño. Ojalá lo haya logrado.
Esta reseña ha sido publicada en Culturamas. Original, aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario