Antología. Juana Inés de la Cruz

sábado, 4 de mayo de 2019

La idea es vivir cerca, pero no encima


La idea es vivir cerca, pero no encima, Sofía de la Vega. Liliputienses. 2019. 40 páginas.


El miedo a las relaciones estables, al autoconocimiento o a la armonía, son algunas de las razones por las que el sujeto que enuncia en el segundo libro de la joven (1993) poeta argentina  Sofía de la Vega, La idea es vivir cerca, pero no encima, se encuentra físicamente en un lugar, y mentalmente en otro. Así, mientras sostiene un teléfono,  mira a la web-cam, duerme en un hotel o se desplaza en algún medio de transporte, siempre se encuentra fuera de sí misma. Ni siquiera la mística es consuelo que la devuelva a ella: “con los años es más difícil creer en Dios”. Necesita un idea-matriz (Ganivet), un proyecto (Ortega) que llene de sentido su vida. No vive en el presente. Las conversaciones con amigos (o con desconocidos) a miles de kilómetros apenas son un sucedáneo de la existencia plena. O son superficiales o suponen un pretexto para imaginarse otros mundos a los que no tiene acceso. Carece de un centro, de una intimidad que la reconcilie consigo. Está inmóvil, nos dice, pero lo que requiere es estar quieta: revelada en su interioridad (que diría María Zambrano, en Claros del bosque). Pero el ruido lo impide (“Me parece extraño escuchar tantos bocinazos”, “todo es escucha mal”, “los focos comienzan a hacer ruidos metálicos”, “el aturdimiento de la multitud”…). Mente y ser caminan en paralelo. Rectas que no se cortan. Por eso, nunca se encuentra aquí. El pasado ha dejado sedimientos en los que se entretiene y el futuro le saluda sin convicción. A menudo se encuentra aislada, pero yo creo que su reclamo es otro: la soledad ( “Genera angustia no poder estar sola”). Es decir, un tiempo interior para encontrarse. De lo contrario, ¿cómo unirse a sí misma? ¿cómo sentir que forma parte de un Todo? No hay nada que la ate a su momento, excepto las mancuernas: las horas que se pasa en el gimnasio. Mientras los músculos resisten la dureza de un entrenamiento, la realidad ofrece su cara frágil, siempre a punto de caer de sus manos pequeñas. Se sabe vulnerable y se conforma con una baja exposición a los afectos, para no defraudarse (los amigos, amantes y hermanas son líquidos, carecen de la contundencia del hielo). Poemario desolador, donde nada parece real o perdurable, y donde el escaso testimonio figurativo resulta amenazador (“No me gusta usar auriculares y escuchar / música: me distraigo y me roban”), tan sólo un texto ofrece un respiro a esa amputación constante de una fuente de arraigo: el magnífico Volver.

Llegué a mi casa con frío y lluvia y quise
calentarme los pies. Me puse
las medias grises con flores rosas
que tengo desde los 12. Mi perra
vieja se acercó y pensé que su calor era el mejor
pero estaba sucia. Es blanca
y peluda. Tiene 15 años, una abuela
en años humanos. Nunca se me murió
una mascota todavía,
no sé cómo sería el duelo.
Tengo 23, son más años con ella
que sin ella. A veces se queja porque le duelen
los dientitos. Al igual que yo me molestaba
cuando íbamos de vacaciones
a Tafí del Valle y se iba en busca
de perros petizos y cuadrados.
Pasaba horas buscándola,
Ella volvía con su pelaje lleno de abrojos
y yo de sangre por cruzar
los alambrados de púas
de hermosas casas de veraneo.
Con ella todo parece un constante regreso
y una constante espera.
Vuelve para que podamos mirarnos
y saber que todo va a estar bien.
Todavía estamos tiradas al sol en este departamento.


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