El mirador de piedra, Rubén Martín Díaz. “Premio de
Poesía Hermanos Argensola”. Madrid, Visor, 2012. 78 páginas.
Escribe Rubén Martín Díaz en El mirador de piedra que los demás le dicen que poesee
“el don de la palabra”. Y razón no les falta. Se trata de un poemario escrito
bajo un hechizo único que embruja a quien lo lee. El libro se incardina en el
mirador “Félix Rodríguez de la Fuente”, en el parque natural de Cazorla, y de
allí se irradia o bien a otros enclaves del entorno jerezano (la Isla de la Bujariza,
en el pantano del Tranco; el Pico Cabañas…) o bien a otras geografías
visitadas, vividas e interiorizadas por el autor (los Chorros de Riópar, en
Albacete; el Parque del Hosquillo, en Cuenca…). Rubén describe parajes
sobrecogedores con un lirismo hermoso, y a la vez, medita sobre la existencia
en versos inolvidables. Ya de entrada, el poeta nos invita a desasirnos, a
salirnos de dentro de nosotros para fundirnos con la naturaleza: “Si el bosque
te respira./ Abre el pulmón. Sé árbol”. Será en el silencio, y en la quietud
más honda, como los humanos sintamos ese hilo de oro que nos conecta al Todo a través
del amor.
Los parajes agrestes despiertan un júbilo en el pecho del
poeta:
Qué maravilla sentir que estoy vivo,
que todo me sorprende porque es nuevo
para estos ojos míos que respiran
sobre la limpia tierra en gestación.
(Ascenso al Pico Cabañas)
E incluso embellen al ser, lo perfeccionan, hasta
suspender sus sentidos y recogerlo en sí:
estás allí
en el centro del día,
bajo el lento declive de la tarde,
maravillado y limpio en tu interior
y olvidado de todo y de ti mismo.
(Río grande)
Rubén evoca los elementos naturales de forma magistral.
En alguna caso, con ojo de haijine:
El viento afila
su desnuda presencia [transparente]
contra lo débil.
(Paisaje en óleo)
No escasean en el libro las reflexiones de tono
filosófico, distinguiendo realidad y concepto; existencial, en clave manriqueña
(“al comprender el agua/ como un estado más en el que ser”) y quevediana
(“canta lo que le viene/ desde un ayer presente,/ desde un ayer mañana”) e
incluso místico (“¿He llegado por fin/ al centro de mí mismo?”, “Yo soy
todos”).
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Derechos: Imagen Albacete |
Dice Mahmud Darwix, el célebre poeta palestino, que hablar
del amor en tiempos de guerra y carestía es una forma de subversión, de
resistencia. Recordemos que nosotros -desde 2011- vivimos en plena recesión,
padecemos recortes y estamos en el paro. Así las cosas, Rubén, que se da al mundo con sincero amor,
y que goza de la
serenidad del hombre que es unión, es un rebelde. Con un maravilloso sentido del ritmo, y
con cierres redondos, los poemas de El mirador de piedra nos acompañan, nos crecen y se
nos ramifican bajo la piel. No me extraña que ganase el “Premio de Poesía
Hermanos Argensola”. De vedad, el libro lo merece.
Esta reseña ha sido publicada por la revista digital Oculta Lit. AQUÍ.