Hoy no hemos vivido una tragedia
en el instituto, de milagro. Tenemos 75 árboles en el patio. Enormes olmos
negros de 50 metros de altura, imponentes y frondosos. Fueron plantados en los
años 80. De su mantenimiento se encarga el ayuntamiento de Madrid. Hablamos de
árboles de crecimiento rápido y raíces de superficie. De gigantes con pies de
barro. Uno de ellos no ha resistido los embates de la tormenta nocturna que ha
anegado la capital. Su enorme copa estaba desparramada por el porche –que
ha hundido– y el patio, sus raíces levitaban varios metros por encima de su
lugar de origen, una tierra reventada que, de pronto, se ha quedado vacía. Por
fortuna, esa fatídica suma de agua y viento ha arrancado al olmo en la
madrugada, y no durante los recreos cuando cientos de niños corretean por el
patio central que cruza entre los edificios principales, donde ha caído el
árbol, acorazado de madera con mascarón de hojas y popa de raíces. Un milagro.
A lo largo de la mañana ha venido la policía a precintar la zona y los bomberos
a cortar el inmenso tronco y sus docenas de ramas, que no han podido llevarse
aún. Todos hemos estado pendientes de sus maniobras. Hablando con un agente, y
antiguo alumno del instituto, nos comentaba a una compañera y a mí que este
tipo de sucesos podrían prevenirse de forma bien sencilla: no plantando
árboles de raíces poco profundas (olmos, plátanos) y modificando el criterio de
poda del ayuntamiento. Los jardineros encargados del cuidado de estos gigantes
reciben instrucciones muy claras: han de podar a lo alto, para que las copas
queden esbeltas. El problema salta a la vista. En los días de tormenta, las
copas -empapadas de agua y zarandeadas por el viento- hacen de contrapeso y
convierten al conjunto en un improvisado balancín de savia y corteza de 50
metros de largo. Ahora bien, si el criterio de poda no fuese la estética, sino
la seguridad, igual nos ahorrábamos sustos como el que hemos vivido hoy en mi
instituto o disgustos como el de la familia que perdió a su hijo en el parque
del Retiro hace escasas semanas. ¿Es que tendría que morir algún alumno para
podar los árboles de modo que no se descompensen con las lluvias? Sirva este
suceso como símbolo de nuestra sociedad, donde prima la imagen, la apariencia, la
belleza externa por encima de nuestro bien común. Las copas altas, la fruta
plastificada y las corbatas en el gobierno, pese a que son un peligro, ponen en
riesgo nuestro hábitat y gangrenan las instituciones del país.
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