Antología. Juana Inés de la Cruz

domingo, 25 de febrero de 2018

Ha muerto mi padre, Costafreda





Os dejo aquí uno de los poemas más emocionantes que se hayan escrito en nuestra lengua al fallecimiento de un padre. Lo firma Alfonso Costafreda. Pertenece al libro Nuestra elegía (1951). El poema sirve de pretexto a su autor no sólo para evocar la nostalgia por la ausencia, sino para motrar la propia angustia que le suscita la muerte y la conciencia -nihilista- de la futura nada.

 


Ha muerto mi padre.
Se repite su ausencia cada día
en el hogar vacío.
Yo pregunto,
y además de la ausencia y además
de perder los caminos de esta tierra,
¿qué es la muerte?

Yo te pregunto, padre, ¿qué es la muerte?
¿Has hallado la paz que merecías?
¿Encontraste cobijo en nueva casa
o vas errante, y sufres bajo el frío
del invierno más grande, del total
desamor?

Yo te pregunto, padre, si son algo
los muertos, o si la muerte es sólo
una inmensa palabra que comprende
todo lo que no existe.


martes, 20 de febrero de 2018

Ishiguro: discurso de recogida del Nobel

Amigos:

Os dejo en este link el estupendo discurso que Kazuo Ishiguro leyó en la entrega del Premio Nobel de Literatura, el pasado 7 de diciembre. En mi reseña de El gigante enterrado (aquí), publicada en febrero de 2017, reclamaba el prestigioso galardón para él, autor al que admiro desde hace una década. Es uno de los grandes. Y, sin duda, el novelista con el que más conecto. En la conferencia ofrece claves para comprender tanto comienzos como su ulterior evolución narrativa. Disfrutadla.

https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20171207/lectura-nobel-literatura-texto-integro-kazuo-ishiguro-6480711


lunes, 12 de febrero de 2018

Equilibrio

 
Equilibrio, Enric López Tuset. Polibea. 2017. 80 páginas.


Hace unos días comentaba que el futuro de la poesía pasa por denunciar los estragos del mundo en que vivimos, por retomar valores humanistas y por insuflar energía a los lectores. Buen ejemplo de las obras críticas con nuestro actual modelo económico e indagadoras de sus consecuencias en la ciudadanía, es el poemario Liberalismo político, de Francisco José Chamorro (Hiperión, 2017). Su jovencísimo autor describe la parálisis volutiva que sufren las mujeres y los hombres sometidos al bombardeo de la publicidad, la ilusión de libertad que nos ofrece la tecnología, el control que el sistema ejerce sobre nosotros a través de la red, la frustración constante de varias generaciones provistas de objetos de consumo, pero carentes de una espiritualidad, de un fondo afectivo cimentado sobre firmes valores (morales, estéticos) que las hagan felices. Chamorro evoca el hedonismo de nuestra sociedad y la ausencia de un conocimiento interior recurriendo a un estilo coloquial, directo y denotativo donde abundan las enumeraciones junto a los paralelismos. Frente al vacío de un personaje de vida anodina, de un consumidor nato, de un hombre volcado hacia fuera, de vida terrenal, el poeta Enric López Tuset levanta en su segundo poemario, Equilibrio (Polibea, 2017) la conciencia de un sujeto recogido en sí mismo, de honda vida espiritual. 

El poeta catalán (1987) nos hace partícipes en sus versos de un camino místico. El itinerario no admite etapas, de modo que el libro puede interpretarse como un largo poema de descenso a la interioridad. Asistimos a la celebración de un rito, a un proceso de puficación, de modo que el lenguaje se vuelve visionario, y el estilo solemne. La cadencia recuerda al ritmo de los salmos.

Ya desde el comienzo, el sujeto que habla se presenta en un entorno acuático “próximo a una desaparición con el alma aniquilada” y la “carne vacía de las resonancias del amor” (p. 17). Este aniquilamiento, al que sigue una “quietud” (p. 18), una “inmovilidad” de los “sonidos del alma” (p. 37), tiene resonancias dejadas y alumbradas. El sujeto muere a su vida sensorial, y recogido, alcanza “la plenitud”: “la inmensidad, dentro […] abro la ventana / y solo veo existencia. Delicia de mí mismo […] Nunca la noche había dejado tan obstinada armonía” (p. 18). Nos movemos en un mundo de símbolos cristianos (el agua –bautismal–, la noche –de los sentidos–) que emparenta la obra con las de Francisco de Osuna, San Juan de la Cruz o Diego de Estella. Quien enuncia ha nacido a una segunda vida trascendente (se ha convertido en un hombre nuevo); ha encontrado el “navío Absoluto”, dejando su “entendimiento descansado” (olvidado de sí) absorto en su “dicha callada” (esta paradoja recuerda a la “música callada” del Cántico espiritual, donde el santo se refiere a la armonía del universo, al equilibrio que logra el ser humano cuando se ha unido a Dios). De hecho, Estella recuerda que aquellos enajenados totalmente se traspasan en la divinidad. Y López Tuset describe que, en la “dulzura de no ser” (p. 33), alcanzado el Absoluto, “la alegría traspasa los dedos” (p. 37). Ahora bien, esa belleza que abrasa el pecho, esa dulzura del alma, el fulgor de quien ha descendido los peldaños nocturnos para sentir el gozo (guiño, en esta ocasión, a la Noche oscura, p. 43), no son eternos. La experiencia de unión (e incluso la salvación) tiene un ejército enemigo: el dolor, la angustia, los deseos. Para recuperar la armonía, el sujeto asume un compromiso: “iré venciéndome a solas con mi alma” (p. 29). Se trata de un reto nada desdeñable. Erasmo, en el Enchiridion, reconocía la dificultad que entraña todo intento de enmienda: “No hay mayor dificultad que vencerse el hombre a sí mismo”. 

Equilibrio supone un emocionado itinerario hacia el conocimiento de uno mismo, y hacia el encuentro con el Todo (“Nos quedamos en el latido dulcísimo de Dios” p. 72). De manera que en ese corazón colmado, traspasado por la alegría, late con fuerza el amor. Así, dice el sujeto que enuncia: “Amaré hasta donde me sea posible” (de Eleison). Pero ese propósito no se circunscribe tan sólo a su entorno cercano (la esposa, el hijo, la madre, el padre o los abuelos) sino que se derrama en los demás: “Ahora somos la luz de un lugar sin retorno, prestada al amor de los otros”. (No en vano, este poema se titula Kyrie, y forma un díptico con Eleison. Juntos evocan un rito colectivo que se remonta a la antigua liturgia sirio-bizantina, de invocación y súplica de piedad.)

Libro de resonancias místicas (antiguas y modernas, recordemos a Unamuno: “Mas hay un Dios que dentro tuyo habita” y a Juan Ramón: “Lo divino está dentro”), así como de ecos alumbrados, encontramos también en sus páginas un amplio repertorio de símbolos bíblicos que dotan a la obra de una gran potencia evocadora: huerto, manzano, agua, desierto, olivo.

En un momento histórico de confusión, de tránsito y pérdida de sentido –como el que padecemos– se agradece un poemario que nos eleve por encima del consumo, que nos descienda –por medio de la introspección– a la íntima revelación de nuestro yo divino, que nos recuerde la importancia del amor (en cuanto a virtud teologal: fraterno, universal, caritativo), y que nos convoque a un proyecto común: “dejemos que la claridad se complazca / y que el corazón lata en el costado del misterio” (p. 20).

Todo un descubrimiento Enric López Tuset, y su brillante Equilibrio.

Preciosa la edición, por otra parte, de Polibea, con su magnífica ilustración de cubierta. Quién estuviera en la del barco.


Esta reseña ha sido publicada por la revista OcultaLit
    

jueves, 8 de febrero de 2018

Liberalismo político

Liberalismo político, de Francisco José Chamorro. Hiperión. XX Premio de Poesía Joven “Antonio Carvajal”. 2017. 76 páginas.
  

¿Qué poesía debemos crear en esta época de cambios, de transformación? Me he hecho esta pregunta muchísimas veces, y creo que no existe una sola respuesta. En anteriores periodos de crisis (económicas, políticas, sociales y de valores), los poetas que nos han precedido han optado por distintas soluciones: fustigar a los conciudadanos que no casaban con el código moral vigente (pensemos en el Rimado de Palacio, del canciller Pérez de Ayala –siglo XIV–; en el Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena –siglo XV–; y en los poemas satítico-burlescos de Francisco de Quevedo –siglo XVII–). Otros, por su parte, denunciaron con sus versos los fallos del sistema, su perversión (recordemos las odas de fray Luis de León –siglo XVI–; “El filósofo en el campo”, de Juan Meléndez Valdés –siglo XVIII–; Follas novas, de Rosalía de Castro –siglo XIX–; o Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca –siglo XX–). Por otro lado, los hubo también que trataron de insuflar energía en sus compatriotas gracias al rigor estético (decía Juan Ramón: “Eso es el Modernismo: un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza”). En fin, Dámaso Alonso comentaba que cada periodo histórico tiene la poesía que se merece, de modo que muy probablemente ya estamos creando la lírica acorde con nuestro propio tiempo, si bien es cierto que carecemos de la distancia temporal necesaria para percatarnos. En mi modesta opinión, creo que los poetas de hoy debemos conjugar la crítica y el optimismo –siempre sobre la base de una exigencia técnica–, recuperando antiguos valores (epicúreos, estoicos) y fomentando la difusión de los nuevos (feminismo y ecología).

En su primer libro de poemas, Liberalismo político, Francisco José Chamorro se suma a la nómina de autores que han criticado la alienación de los seres humanos por culpa del progreso. El sujeto que enuncia se sirve del monológo dramático –de la conciencia escindida– para relatar su vacío, para clamar contra el hastío que le invade por la falta de un proyecto que dé sentido a sus días. El tema del ennui lo emparenta con los vates malditos; el abismo que separa la apariencia de una existencia colmada con la realidad de un mundo vacuo, lo acerca a los barrocos. Y es que en el libro abundan las alusiones a marcas comerciales, bajo cuyo atractivo envoltorio se vislumbra la soledad en que viven las mujeres y los hombres contemporáneos, quienes dotados de tecnología, productos y enseres carecen de una meta inividual o colectiva, más allá del consumo. Así, reconocemos en la voz que habla a un antihéroe, a una víctima de su propia pasividad para gozar la vida. El protagonista es un individuo depresivo, alcohólico; un negado a las relaciones interpersonales cara a cara, siempre protegido tras el muro del móvil o el portátil. Su hábitat lo constituyen las tiendas y comercios de su barrio, los bares donde bebe o pone copas, una universidad que le disgusta, la industria de porcino que le ha dado un contrato, una habitación alquilada en un modesto piso compartido, y lugares de tránsito (gasolineras, estaciones, aeropuertos). Este yo se incardina en el mundo terreno, vive en una sociedad dionisiaca, ebria de deseos suscitados por la publicidad, frustrada por su sed de posesión; en cambio, carece de una espiritualidad que le revele lo sagrado. Como los personajes de La tierra baldía, de T.S. Eliot, camina por el desierto de la aspiración constante, muerto a su condición metafísica. Se trata del modelo de individuo que, a juicio de Jorge Riechmann, domina en el mundo actual: neoliberal, conformista y narcisista (¿Vivir como buenos huérfanos?, Catarara, 2017).

Con un lenguaje claro, directo, y un estilo prosaico, Francisco José Chamorro firma un libro potente, incisivo e irónico, que cuestiona los valores democráticos, como la libertad, reducida a nuestra capacidad de elección de un producto de aseo en una estantería atestada de ofertas. Liberalismo político es un buen primer libro de poemas. Habida cuenta de que el autor apenas tiene veinticuatro años, cabe esperar de él grandes logros. 


Esta reseña ha sido publicada por la revista OcultaLit.