Una de las escritoras que más influyeron en mis comienzos literarios (la cito en Napalm) fue
la poeta mexicana Rosario Castellanos. La descubrí en la universidad,
como al salvadoreño Roque Dalton, otro de los autores hispanoamericanos
por los que siento predilección desde entonces. De Rosario me fascinó su
empuje, su nervio lírico, su garra; a la vez que asumí, a la estela de
su ejemplo, un compromiso por visibilizar a la mujer en mi creación
poética. Esto parece de Pero Grullo, pero no lo es. En mis poemas marco
el género, lo explicito; así como abordo temas y motivos que sólo pueden
explicarse desde la óptica femenina. Esa veta recorre mis libros desde Construyéndome en ti
(1997) hasta el poemario que ultimo ahora. En ocasiones hablo
desde mi experiencia personal como mujer nacida en unas circunstancias
sociales concretas. De ahí la reivindicación en mis poemas de la
homosexualidad como forma legítima de amor. Hoy en día, por fortuna,
vivimos en una España moderna que reconoce legalmente el matrimonio
igualitario, pero aún hay rescoldos de intolerancia e intransigencia que
hay que combatir, entre otras trincheras, desde la literaria. Pero
además, en otras ocasiones he asumido otras voces, otras perspectivas
(de mujeres heterosexuales, casadas) para hablar de temas comunes a
todas nosotras: la violencia doméstica, o la (in)seguridad en una misma
para poner fin a una relación peligrosa e insana. Estos motivos los
trato en Napalm (Hiperión, 2001) y en Apátrida (Hiperión,
2005). En otras ocasiones, y asumiendo también un enfoque heterosexual,
me he adentrado en asuntos que atañen por igual a mujeres y hombres,
como son el desgaste amoroso, la pérdida de pasión o la infidelidad (Helio, La Garúa, 2014). Pues bien, una de las causas de este
compromiso con las mujeres y, en definitiva, con la sociedad de mi
tiempo, es la obra de Rosario Castellanos, a la que rindo homenje
recuperando uno de sus poemas. Y no quiero acabar esta pequeña reflexión
sin citar las palabras de otro excelente poeta mexicano, Octavio Paz, a
propósito del vínculo indiscutible entre la/el artista y su
contexto: "ignorar la relación entre sociedad y poesía sería un error
tan grave como ignorar la relación entre la
vida del escritor y su obra".
No,
no es la solución
tirarse
bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni
apurar el arsénico de Madame Bovary
ni
aguardar en los páramos de Ávila la visita
del
ángel con venablo
antes
de liarse el manto a la cabeza
y
comenzar a actuar.
Ni
concluir las leyes geométricas, contando
las
vigas de la celda de castigo
como
lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir,
mientras llegan las visitas,
en
la sala de estar de la familia Austen
ni
encerrarse en el ático
de
alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y
soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo
de una almohada de soltera.
Debe
haber otro modo que no se llame Safo
ni
Mesalina ni María Egipciaca
ni
Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro
modo de ser humano y libre.
Otro
modo de ser.