Antología. Juana Inés de la Cruz

viernes, 17 de abril de 2015

Diez años de "Apátrida"


 
En junio del 2001, al poco de ganar el “Hiperión” por Napalm, tuve el honor de recibir una de las becas de creación artística que la Residencia de Estudiantes, en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid, otorgaba a jóvenes autores para la realización de su obra. Recuerdo que el proyecto que presenté consistía en la elaboración de un libro de poemas cuya estructura estaría inspirada en el plano del metro de Madrid; los títulos de los textos harían referencia a algunas de las estaciones del suburbano. Así, por ejemplo, "El amor es una razón de Estado" (poema de 1998, incorporado a Helio –La Garúa, 2014–) tenía por nueva nomenclarura: "Tribunal". El caso es que, nada más instalarme en la habitación 427 del Gemelo I, abandoné aquel proyecto por otro muy distinto. Las razones del giro, del viraje temático y estético, hay que buscarlas entre aquellas paredes. Es más, en aquellas paredes. Por esas fechas, además de volcarme en la escritura de mi tercer poemario, me aplicaba en los cursos de doctorado de la Universidad Complutense, donde trabé amistad con Vanesa Pérez-Sauquillo, elaboré con Álvaro Tato (en una aburridísima clase de lírica del pre-modernismo) una primera lista de poetas de la generación de la democracia (germen del volumen antológico Veinticinco poetas españoles jóvenes, que saldría de la mano generosa de Jesús Munárriz en ediciones Hiperión) y me especialicé en el género del diálogo renacentista (en concreto, en el espiritual de cuño erasmiano).

Os dejo un poco más abajo el poema que explica lo que significó la “Resi” para mí. Esta pieza la escribí entre marzo y abril del 2002. Ya en Apátrida, libro resultante de mi paso por “esa casa roja del milagro” (así bautizó Joaquín Pérez Azaústre a la Residencia en la dedicatoria que me estampó en las Poesías Completas de Vicente Aleixandre, tomo que me regalaron los becarios cuando cumplí los 25), dediqué el texto a mis compañeros y amigos de entonces. Valga esta oportunidad para extender la dedicatoria tanto a los “residentes” que llegaron después (Carmen Jodra, Miriam Reyes, Mariano Peyrou, Mercedes Cebrián, Andrés Barba, Elena Medel, Sandra Santana…) como a los que nos precedieron (Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Emilio Prados, Gabriel Celaya… por mencionar solamente a los literatos).  

En Apátrida (Hiperión, 2005. “Premio de Poesía Joven de la Comunidad de Madrid”) el texto lo publiqué sin título, pero en esta ocasión lo añado:  


                                                   Continuidad





Cierto es que has prometido que de aquí al correr del tiempo saldrían los romanos, que bajo su poder tendrían
al mar y las tierras todas. Sólo eso en verdad me consolaba
de la caída de Troya y sus tristes ruinas

Nunca en verdad diré que Troya y su reino han sido derrotados

           
Eneida



                                                                              A fray Juan de Pineda




No hay nada en este cuarto de paredes
vacías que me nombre; la estantería,
la cama, los armarios se encontraban
en este mismo espacio que ahora ocupan
antes de que viniera. No hay objeto,
por pequeño que sea, que remita
ni a mi tiempo ni a mí. A otras miradas
sorprendió la tormenta que golpea
en estos ventanales, otros hombres
gozaron desde aquí de esta porción
de cielo que me toca; un horizonte
distinto para todos, pero idéntico.

Ellos y yo ahora compartimos
un espacio común, sus pertenencias
se mezclan con las mías por el cuarto
en perfecto desorden. He invadido
su espacio. También ellos han entrado
en el mío. Soñamos cada tarde
en este mismo sitio, cada uno,
los sueños de los otros. Las paredes
proyectan nuestras sombras cuando entra
la luz por la ventana, pero nunca   
coinciden o se montan; nos separan 
varias generaciones en el tiempo.

Mi juventud es parte de la suya.
He heredado la fe en que la palabra
entreteje a los hombres en un canto
de esperanza y de luz. En el futuro
yo viviré también con quienes vengan
a ocupar este sitio entre nosotros.
La desnudez del cuarto no me dice.
Tampoco me retiene. Me permite
buscarme en otras épocas, entrar
en todas las lecturas de las obras
que conducen a ti; con estos libros
he llenado mi espacio de tu tiempo.

Ahora vivo pendiente de los dogmas
publicados en Trento. Igual que otros
escritores insignes me he exiliado
a una tierra en que nadie me conozca,
por temor al Castillo de Triana.
No es fácil conciliar mi ideología
con la Contrarreforma. Aspiro a un mundo
sin reglas que limiten mis acciones
o las de aquellos más a quienes amo;
en que la buena fe nos una a todos
por encima de nuestras diferencias;
que guarde la armonía entre las partes. 
               
Me he metido en tu vida varios siglos
después de que tu obra despertara
las iras en los púlpitos; la estima,
en la corte, del Rey. Aunque lo ignoras.
Tú ni siquiera sabes que yo existo.
Me pregunto si tal vez me intuías
al escribir las letras de mi nombre
en la rugosa piel del pergamino;
si acaso imaginabas que los chopos
a cuya fresca sombra te sentabas
serían como éstos que verdean
al pie de mi ventana, en la colina.

Nos une un mismo amor, que nos desborda,
a la literatura; el mismo empeño
por elevar al hombre a su conciencia,
por hacer de este mundo que heredamos 
un hogar habitable. Te he sacado
de las profundidades de tu siglo
para que puedas ser en mi presente.
El estudio que haga de tu obra
me integrará en el tiempo. Tú, conmigo,
tendrás continuidad. En el futuro
tu voz se extenderá por aquel mismo
espacio que una vez ya conquistaste.





Para los “residentes” del curso 2001-2002: Eva Cernuda, Nicolás Sesma, Juan Manuel Artero, Rosa Huguet, Roberto Valerio, Joaquín Pérez, David Mayor, Azucena López, Rubén Ruiz, Manuel Pulido y Gustavo.


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