El nuevo libro de Jorge
Riechmann, Ahí
es nada (Ediciones
El Gallo de Oro. 2014), deja a un lado las reflexiones político-económicas y
eco-sociales para centrarse, primero en sus conciudadanos, y después, en la
figura del escritor. Quienes lo venimos leyendo desde hace años reconocemos en
el libro un ideario (la poesía, y la literatura, como agentes transformativos
del mundo) cuya expresión se enriquece con citas y matices. Este filósofo de
nuestro tiempo insiste en la “obligación moral de combatir el pesimismo” con palabras y actos, mediante
el establecimiento de redes que nos salven a todos. La obra literaria
constituye un vínculo que anuda al escritor con sus lectores. De ahí que no
ceje en su empeño de publicar, de aproximarse, de interpelar, de crear
relaciones sociales nuevas a través de sus páginas. Riechmann, como los místicos del
Renacimiento, se dirige a la gente para auparla a su plenitud. No a la plenitud
material, sino a la espiritual. No está lejos de nuestros franciscanos del
siglo XVI Francisco de Osuna o Diego de Estella. Amor, presente y acción son los tres pilares que
sostienen su obra. En su ensayo abundan las referencias al compromiso de los
intelectuales (“Investiga la verdad de tu tiempo, la incertidumbre de tu tiempo
y sobre todo las mentiras de tiempo, podríamos precisar. Y luego: investiga tus
propias verdades, incertidumbres y mentiras” p. 72), cuyos libros de poemas,
novelas y tratados deben tener un efecto perlocutivo, deben modificar el estado
de cosas. En su poética, el autor reivindica la verdad de lo escrito, la fidelidad a esa verdad y el diálogo con las
necesidades de su tiempo. Ahí es nada recoge, con amenidad, apuntes del
autor y citas de clásicos. Aquí va una de Píndaro para cambiar el estado
espistemológico de los lectores: “No pretendas la vida inmortal, alma mía/ y
esfuérzate en la acción a ti posible” (p. 31). Si ahora leen el libro, y tras él
La vida simple, de Sylvain Tesson y Walden, de Henry D. Thoreau, les garantizo que no serán los
mismos cuando acabe el verano.
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