Antología. Juana Inés de la Cruz

jueves, 5 de junio de 2014

No han visto las estrellas



 


No han visto las estrellas,
ni una sola, ni una
de todas las criaturas de este mundo
desde que las arenas rozaron el viento por primera vez.
Ni una sola, ni una,
ni una bestia de entre todas las bestias se ha parado
en el prado o la llanura o la colina
y ha conocido la emoción de mirar esos fuegos;
nuestras almas admiran lo que ellas, ¡oh, ellas!, jamás han conocido.
Durante cinco mil millones de años han salido volando 
                              [girando alrededor de las esferas
pero ni una sola vez en todos esos años
un león, un perro o un pájaro que atraviesa el aire
ha mirado hacia allí, ¡oh, mira! Ha mirado hacia allí, ¡ah Dios!, a las estrellas;
¡Oh mira, mira allí!
Es como si nunca hubieran existido
ni el universo ni el sol ni la luna ni la simple luz de la mañana.
Su tragedia era muda y ciega, y aún lo sigue siendo.
¿Nuestra percepción?
Sí, ¿la nuestra? Averiguar lo que somos ahora.
Pero piénsalo, después elige…di, ¿a quién?
¿A los nacidos de la salvaje Tierra, habitantes de un espacio
que tan pronto se mira se borra y queda ciego
como si sus milagros no hubieran existido?
¿Extensas órbitas de penetrante luz, fuego y escarcha,
que nada más mirarlas ya se pierden?
¿O a nosotros, de carne delicada, con los ojos nuevos de Dios
que suben y comprenden y rastrean los cielos?
Nosotros observamos la deriva de las estaciones en la marea lunar
y sabemos del paso de los años, recordando lo muerto.

Oh, sí, quizás algunos pájaros alguna que otra noche
han sentido la salida de Orión y han virado sus vuelos
y han girado hacia el sur
porque llevaban cartas estelares impresas en sus dulces
sueños genéticos…
O así parece.
¿Pero ven? ¿Pero de veras ven y se percatan?
Y, percatándose, ¿es que acaso desean tocar esas hogueras,
alargarse hasta que la poderosa frente de un hombre 
                                  [de la altura de Lamarckiar
golpee terremotos, impacte contra la superficie de la luna,
después de Marte, después de los anillos de Saturno?;
y, alargándose, ¿pretenden enseñar
al resto de las bestias cómo
volar con sueños en lugar de con sus viejas alas?
Así que, piénsalo: ¡somos los primeros! Los únicos
a los que Dios ha honrado con su ascensión de soles.
Para nosotros, como regalo: Aldebarán, Centauro, el doméstico Marte.
Despierta, dice Dios. Mira hacia allí. Ve a cogerlas.
Las estrellas. Oh, Señor, muchas gracias. ¡Las estrellas!


(Del libro Vivo en lo invisible. Salto de Página. 2013)

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