Antología. Juana Inés de la Cruz

sábado, 22 de diciembre de 2012

La voz de Federico

Gerardo Diego

El sábado pasado tuve el honor de participar en el homenaje que la Fundación Gerardo Diego y la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre prepararon para conmemorar el 25º aniversario de la muerte de Gerardo Diego. El emotivo acto tuvo lugar en la casa del poeta malagueño, en la antigua calle Velintonia 3, y estuvo presidido por Elena Diego y María Amaya Aleixandre (hija y sobrina, respectivamente, de cada poeta).

El poema que elegí para mi lectura fue "La voz de Federico", perteneciente al poemario Vuelta del peregrino (1951-1965). De todas las corrientes de su obra, es la existencial que escribió durante la última etapa de su vida la que considero más emocionante y honda. Al libro citado hay que añadir, dentro de lo que la crítica ha reunido bajo el membrete de Últimos poemas (1968-1983), el libro Cementerio civil, donde se encuentra uno de los mejores textos líricos de Gerardo Diego: "Revelación de Mozart".

Os dejo aquí el desgarrado poema que dedicó a su inolvidable amigo Federico García Lorca


 
                    La voz de Federico


Qué pena que el archivo de palabra española
no captase en su cera la voz única.
Cuando todos nosotros sus amigos testigos
terminemos de morirnos,
con nosotros el timbre inolvidable,
sus inflexiones se desvanecerán.
Desvanecer, tremendo destino de lo humano,
y esta vez sin siquiera el engaño piadoso
del habla en noria atada
que gira y gira y gira desgastándose.
Como esa luz de estrella
que estamos contemplando y ya no existe.

Tan sólo si pianillo
cascabelero, fresco, exacto, ritmo puro,
nos sonoriza la memoria suya.
Y, sí, yo le estoy viendo,
acercándose, todo luz, sonrisa
–triste sonrisa alegre, luz morena–.
Y le veo sentado
echando atrás por encima del hombro
–golpecito del dedo–
la ceniza del pitillo.

Pero es su voz, su voz la que me llega,
la que en mi oído vive,
su voz como encuevada, suavemente ronca,
de un pardo único,
y su recitación –música y gesto–
y sus ondeadas, íntimas carcajadas
–ejé, ejé, ejé–
celebrando sus anécdotas,
verdades milagrosas de lo increíble.
El día en que se invente, si se llega a inventar
la poesía de palabra-ruido,
la música concreta del idioma,
podremos remedar su voz y su metal oscuro.

Háblame, Federico. Tantas noches
sueño que no has muerto,
que escondido vivías y estamos en Granada,
una maravillosa Granada distinta, tuya y mía,
y otra vez o la misma somos jóvenes
y nos contamos cosas, proyectos, dichos, versos.
Y tu voz suena y eres tú, gracias a ella.
¿Quién, ni en mundo de sueños podría falsificarla?
Tu voz que me habla siempre, que me llama,
tu voz, sí, tu voz llamando,
tu voz clamando…

 Federico García Lorca

                                                                                                                            Gerardo Diego 

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