El autobús que fletó el Gobierno para recogerlos a todos era el más caro de toda Europa. Triple chasis, dos pisos, aire acondicionado, cocina, mini-bar, ochenta plazas, cuarenta pantallas de plasma, un DVD, un retrete químico y varios armarios roperos. Los pasajeros iban entrando en el autocar con el gesto abatido. Y eso que el grupo tenía el honor de estrenar la nueva función que el Estado ponía al servicio de la ciudadanía. El niño de los huesos de cristal se sentó delante. Quería que sus ojos atraparan lo que sus débiles manos apenas intuían. Sus iris, tenazas diminutas, recogían praderas y caballos. El hombre negro apoyó su cabeza en la ventana. Miraba la pradera, pero lo que veía era la playa de su país de origen, Senegal. Se contempló a sí mismo pescando en el mar, con su caña y su cesta, las percas más sabrosas de su vida. La anciana quiso sentarse en la planta superior. Todavía le quedaban fuerzas para resistirse. Subió los escalones uno a uno. Despacio. Tenía todo el tiempo que aún le daban. Cada segundo, cada temblor de piernas en ascenso, era un acto de clara rebelión. La chica de la cabeza rapada se acariciaba un seno mientras se preguntaba qué sería del otro. Debajo de la piel y de la prótesis, latía un corazón desmesurado. El matrimonio joven se acurrucó en la parte trasera del vehículo. Lo habían perdido todo, menos la dignidad. Aquellos besos a 140 kilómetros por hora no fueron los más apasionados que se dieron, pero sin duda fueron los más dulces. Compartían el fin. Se acompañaban. Sus bocas, que sabían pronunciar palabras prohibidas (injusticia, despidos, dictadura, rescate, corrupción...), encerraban un fuego inextinguible. El autocar se detuvo, tras varias horas de trayecto silencioso, frente a un acantilado de Galicia. El mar rugía abajo. Un agente del gobierno se dirigió a los ochenta civiles y les recordó la necesidad del Estado de recortar presupuesto. Aquel sacrificío redundaría en el bien común de España. Un segundo después, el conductor giraba la llave de contacto.
Antología. Juana Inés de la Cruz
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lunes, 25 de junio de 2012
Nuevas medidas del Gobierno
El autobús que fletó el Gobierno para recogerlos a todos era el más caro de toda Europa. Triple chasis, dos pisos, aire acondicionado, cocina, mini-bar, ochenta plazas, cuarenta pantallas de plasma, un DVD, un retrete químico y varios armarios roperos. Los pasajeros iban entrando en el autocar con el gesto abatido. Y eso que el grupo tenía el honor de estrenar la nueva función que el Estado ponía al servicio de la ciudadanía. El niño de los huesos de cristal se sentó delante. Quería que sus ojos atraparan lo que sus débiles manos apenas intuían. Sus iris, tenazas diminutas, recogían praderas y caballos. El hombre negro apoyó su cabeza en la ventana. Miraba la pradera, pero lo que veía era la playa de su país de origen, Senegal. Se contempló a sí mismo pescando en el mar, con su caña y su cesta, las percas más sabrosas de su vida. La anciana quiso sentarse en la planta superior. Todavía le quedaban fuerzas para resistirse. Subió los escalones uno a uno. Despacio. Tenía todo el tiempo que aún le daban. Cada segundo, cada temblor de piernas en ascenso, era un acto de clara rebelión. La chica de la cabeza rapada se acariciaba un seno mientras se preguntaba qué sería del otro. Debajo de la piel y de la prótesis, latía un corazón desmesurado. El matrimonio joven se acurrucó en la parte trasera del vehículo. Lo habían perdido todo, menos la dignidad. Aquellos besos a 140 kilómetros por hora no fueron los más apasionados que se dieron, pero sin duda fueron los más dulces. Compartían el fin. Se acompañaban. Sus bocas, que sabían pronunciar palabras prohibidas (injusticia, despidos, dictadura, rescate, corrupción...), encerraban un fuego inextinguible. El autocar se detuvo, tras varias horas de trayecto silencioso, frente a un acantilado de Galicia. El mar rugía abajo. Un agente del gobierno se dirigió a los ochenta civiles y les recordó la necesidad del Estado de recortar presupuesto. Aquel sacrificío redundaría en el bien común de España. Un segundo después, el conductor giraba la llave de contacto.
martes, 19 de junio de 2012
El pájaro espectador
La editorial Libros del Asteroide llega en este mes a sus primeras 100 obras publicadas. Para celebrarlo, recupero mi reseña de uno de sus grandes títulos: El pájaro espectador, del novelista americano Wallace Stegner.
martes, 12 de junio de 2012
El hombre que gritó la Tierra es plana
Estamos de enhorabuena. En los
últimos meses se han publicado en este país varios libros que miran de frente a
la crisis política, social y energética. Autores como Belén Gopegui, Jorge
Riechmann, Emilio Bueso y Roberto de Paz nos reconcilian con la literatura
ideológica. Sus libros sostienen la mirada de la actualidad. Escrutan en el
interior de sus ojos. Y luego nos relatan lo que esconden, pese al riesgo de
que nos transformemos en estatuas, de que el miedo paralice nuestros músculos o
de que el desengaño encoja nuestra fe en lo real.
El hombre que gritó la Tierra
es plana es una
buena novela, y además, resulta necesaria. Su autor relata con un bello dominio
del lenguaje la historia de una búsqueda y la superación de una pérdida. Matt,
un joven trabajador social que se ha quedado solo por la muerte violenta de su
esposa, decide regresar a los EEUU, donde años atrás, lo abandonó su enigmático
padre. Como Telémaco, como la mayoría de los personajes de Paul Auster, el
protagonista emprende una odisea hacia el conocimiento de una verdad que
fascina y aterra alternativamente. La soledad que guía su camino es un estigma
heredado de su progenitor y de su abuelo. Forma parte de una cadena. Sólo
cuando remonte el cauce hacia el pasado, decidirá si se desprende o no de su
vacío y de su desarraigo.
En la novela, pues, se solapan
distintos tiempos. La ventisca de la narración que construye Matt mezcla la
nevada de diferentes épocas. Así, nos relata en paralelo su infancia con su
padre, su encuentro con su esposa, su hastío existencial en Madrid y su
aventura americana.
Caleidoscopio. Roberto de Paz
multiplica las miradas que evalúan y miden al gran protagonista de esta
historia, que es el padre de Matt. Cada personaje de uno y otro lado del
Atlántico refleja una imagen suya. Muchas son también las identidades con que
él se presenta a lo largo de su vida. Es un reformador nato de su yo. Un
superviviente. Un desposeído cuya meta consiste en salvarnos al resto. ¿Pero de
qué amenaza? De nosotros, de la codicia humana que orada los recursos
energéticos de la biosfera y hunde la economías. ¿Con qué recursos? Pocos pero
suficientes: la fe en las posibilidades de cambio; la temeridad de quien
arrastra una vida incompleta, mutilada; el optimismo contagioso; y una energía
descomunal, a prueba de melancolías y depresiones.
La novela avanza morosamente
hacia un desenlace climático que abarca las últimas ochenta páginas. El ritmo
se acelera. La narración biográfica cede paso al thriller; la memoria, al manifiesto
ecológico con visión de futuro. En estos tiempos que corren, su lectura es
obligatoria. “La Humanidad está en condiciones de poder exterminarse a sí misma
y al resto de las especies”, alerta el científico Pedro Prieto, quien sostiene
que depende de nosotros “que pueda haber futuro para la vida sobre la Tierra”.
¿Y tú, lector, qué harás? Roberto de Paz ha encendido una antorcha con su libro
para iluminarnos. No te quedes a oscuras.
viernes, 8 de junio de 2012
Recuerdo
Veníamos
aquí, pensé.
Por
aquí, por allá, por el césped…
Hará
cuarenta años,
regresé
y caminé por esas calles.
Vi la
casa donde nací,
crecí y
pasé mis días infinitos.
Ahora
que eran cortos, había vuelto
para
contemplar y mirar y observar
mi recuerdo
de aquel ilimitado laberinto de tardes.
Pero,
sobre todo, ansiaba el reencuentro con aquellos espacios
por los
que corría
como
corren los perros, por delante o detrás de los chavales;
con las
rutas trazadas por los indios o por esos hermanos (prudentes y veloces)
que se
creían miembros de una tribu.
Llegué
al barranco.
Por poco
me resbalo en el descenso.
Ya tenía
mis canas,
pero mi
corazón era robusto.
Allí no
había nadie. Estos chicos de ahora,
¡qué
cretinos! Me
dije.
¿Acaso
no sabéis que hay un abismo que os está esperando?
Los
barrancos son de un verde especial, perfecto y agradable.
Son
lugares inaccesibles, por donde deambulan pequeños rateros
y abejas
bandidas que roban a las flores para dárselo a los árboles.
En las
cuevas hay eco, y arroyos en los que meterte en busca de un botín:
una
araña de agua, un cangrejo, una piedra preciosa
o una
bota de goma perdida hace tiempo.
Son el
hogar natural de los tesoros. Entonces, ¿a qué se debe este silencio?
¿Qué
les ha pasado a nuestros chicos, que ya no se persiguen,
que
contemplan la artesanía del Señor:
su
clara sangre brotando como sirope de árboles heridos?
¿Por
qué sólo veo abejas y mirlos en el viento y briznas de hierba inclinadas?
No
importa. Camina. Camina, mira y recuerda con dulzura.
Llegué al
roble que trepé con doce años
y por el
que llamé a Skip para que me bajara.
Estaba a
miles de kilómetros del suelo. Cerré los ojos y chillé.
Mi
hermano, profundamente alborozado, soltó una carcajada
y subió
a rescatarme.
“¿Qué
hacías ahí?” Preguntó.
No se lo
dije. Antes, la muerte.
Pero
estaba allí para dejar en el nido de una ardilla una nota
en la
que había escrito un antiguo secreto ya olvidado.
Ahora,
en el verde barranco de la edad madura, me paré
bajo
aquel mismo árbol. ¿Por qué, por qué, Dios mío?
Pero
si no es tan alto. ¿Por qué grité?
No
pueden ser más de dos metros. Subiré sin dificultad.
Y lo
hice.
Y me
acuclillé como un simio decrépito, dando gracias a Dios
de que
nadie me viese haciendo el payaso
agarrado
grotescamente al tronco.
Pero
entonces (¡oh Dios, qué desazón!)
el
agujero de la ardilla y su nido se encontraban allí.
Me quedé
pensando un buen rato apoyado en la rama.
Me
embebí de todas las hojas y de las nubes y de las sensaciones
que
pasaban de manera mecánica
como los
días.
¿Y
qué, y qué, y qué si…? Pensé. Pero no. ¡Has transcurrido unos cuarenta años!
¿La
nota que dejé? Ya se la habrán llevado.
Un
chico o una lechuza blanca la habrán robado, leído y destrozado.
Habrá
volado hasta el lago como el polen, como una hoja de castaño
o como
el humo del diente de león que atraviesa el viento del tiempo…
No.
No.
Metí la
mano en el nido. Hundí los dedos.
Nada.
Nada. Sin
embargo, al seguir horadando
la
saqué:
la nota.
Como
alas de polilla dobladas limpiamente sobre sí mismas, y
plegadas,
había
sobrevivido. Las lluvias no la habían tocado, ni los rayos de sol habían
blanqueado su superficie. La tenía en mi palma. La reconocía:
papel
rayado de un viejo cuaderno de la marca Sioux.
¿Qué,
qué, pero qué había escrito
hacía
tantos años?
La abrí.
Tenía que saberlo.
La abrí
y sollocé. Me agarré al árbol y dejé que las lágrimas
me
resbalaran por la barbilla.
“Chico
querido, niño extraño que conoce la Historia,
que es
consciente del tiempo y ha aspirado la muerte en las flores del lejano jardín
de la iglesia”.
Se
trataba de un mensaje al futuro, dirigido a mí,
sabiendo
que alguna vez vendría, volvería, buscaría, retornaría.
Del
joven al viejo. De mi yo pequeño e inocente, a mi yo grande y ya no tan
ingenuo.
¿Qué
ponía que provocó mi llanto?
“Te
recuerdo.
Te
recuerdo”.
Ray Bradbury
In memoriam
Traducción de Ruth Guajardo y Ariadna G. García.
Texto registrado en la Propiedad Intelectual.
martes, 5 de junio de 2012
Climax road
Traductora y editora (es la responsable de la publicación en España de la saga Crepúsculo), Vanesa Pérez-Sauquillo (1978) regresa al mundo de la poesía, tras seis años de silencio, con un bello poemario. Climax road fue merecedor de un accésit en la última edición del Premio Adonáis. Su reseña, en La Tormenta en un vaso.
viernes, 1 de junio de 2012
Peak oil
"Ya hay más de 55 países productores que han pasado largamente de sus propios
cenit o picos máximos nacionales de producción [de petróleo]. Algunos de ellos están en
declive incluso terminal. Países productores muy importantes ya están cayendo
anualmente de forma muy acusada [...]
"Hay que
tener en cuenta que el petróleo mueve hoy más del 90% del transporte mundial y
que muchos países se han hecho adictos al petróleo para cubrir sus necesidades
de extracción de recursos, transformación, refino, transporte y distribución
de los mismos. El petróleo es hoy además una fuente fundamental de
fertilizantes y pesticidas en todo el mundo, que salen de procesos químicos del
petróleo. El petróleo domina nuestras vidas y las hace posibles en la sociedad
industrial y de grandes urbes. La dependencia es total, para cualquier
actividad. Los países europeos tenemos reservas en depósitos para entre 30 y 90
días según la zona y el país. Si por cualquier causa el petróleo deja de fluir y
llegar a nosotros en grandes buques cisterna durante un periodo superior al
mencionado, estos países colapsarían de una forma inimaginable. Para
aquellos que piensan que podremos quitárselo a otros, baste recordar que el
80% de la humanidad más pobre, apenas consume el 20% de los recursos petrolíferos
y gasísticos, aun a fuera de ser bastante de ellos productores y exportadores
que ya lo entregan casi todo. Así que pocos años de caída en la producción de
estos combustibles claves, dejarían un panorama de un 80% de la población ya
despojada del planeta, sin un átomo de combustible, y
entonces el opulento 20% de la población -entre la que nos encontramos los españoles-
tendría que pelear, no sólo contra el 80% de la población mundial (algunos de
cuyos países tienen grandes bases de población y temibles sistemas de defensa),
sino también con el 20% de los opulentos con los que hoy nos codeamos y que
todavía tienen más poder económico y militar y controlan mejor los puntos de
producción y las rutas de abastecimiento [...]
De
hecho, los EEUU están ocupando militarmente cuatro de los cinco principales países
productores del mundo de petróleo y gas en el golfo Pérsico. Sólo les queda Irán
en la región. En general cualquier país productor de recursos energéticos se ha
convertido en blanco de los principales consumidores del planeta, de los
adictos al petróleo de Bush. Es sorprendente como en los últimos años, la política
occidental y de la OTAN han ido haciendo coincidir la geografía del terror con
la geografía del petróleo y del gas y haciendo creer a sus ciudadanos que están
en estos países o que van a tener que intervenir en ellos, para restaurar la
seguridad, o el orden o para llevar la democracia. Es verdaderamente
sorprendente [...]
Ya hay
guerras abiertas por la energía. Es más, diría que todas las guerras abiertas
son claramente y principalmente por la energía, son guerras por los recursos,
que se irán acentuando si no tomamos medidas y evitamos seguir dejándonos engañar
por nuestros propios líderes. O eso, o moriremos todos luchando, sin lugar a
dudas. Me temo
que las energías renovables no serán suficientes para rellenar el hueco que van
a dejar las energías fósiles. El petróleo y el gas son más de la mitad de toda
la energía primaria del mundo, que son más de 12.000 millones de toneladas de
petróleo equivalente al año, con los que se extraen procesan, refinan, tratan y
transportan 100.000 millones de toneladas de materiales al año. Una caída de un
5% de los 6.000 millones de toneladas de petróleo equivalente al año,
producidas por la caída de petróleo y gas, se comerían unas 500 veces la energía
que generan todas las fuentes de energía renovables de nuevo cuño (solares y eólicas)
instaladas hasta la fecha. En un solo año. No hay forma de sustituir este
volumen de energía que aporta el gas y el petróleo al mundo moderno [...]
Desde
que el hombre empezó a hurgar en las entrañas de la tierra y a extraer recursos
de ellas y extendió su dominio de la biosfera a la litosfera, la multiplicación
exponencial de la especie y del consumo del recurso, ha exterminado un tercio
de las especies animales y vegetales de la biosfera. Y está en condiciones de
poder exterminarse a sí misma y al resto de las especies vivas. Por primera vez
en la historia conocida de la Humanidad, depende de cómo planteemos este
inmenso reto, para que pueda haber futuro para la vida sobre la Tierra"