Antología. Juana Inés de la Cruz

miércoles, 8 de febrero de 2012

Cine iraní y guerra preventiva (I)


En los últimos años, distintos cineastas iraníes nos han contado cómo es la vida en el Teherán del siglo XXI. Cada uno de ellos se ha centrado en un tema: el arte como manifestación del deseo de libertad de la juventud, pese a la censura ideológica (Bahman Ghobadi); o el mundo frustrante y complejo de las relaciones familiares (Ashgar Farhadi). Sus películas muestran la cara pública (perseguida, acosada) de una sociedad activa, en tránsito hacia una democracia verdadera; así como su reverso privado, en donde la enfermedad, el paro, la educación en valores o la conciliación del trabajo con la casa, se revelan problemas idénticos a los que sufrimos aquí, en Occidente.

 Nadie sabe nada de los gatos persas


Nadie sabe nada de los gatos persas (Ghobadi. 2009) fue rodada en Irán de modo clandestino. A medio camino entre el documental y la obra de ficción, este largometraje se interroga sobre el papel que desempeña la música rock en un país que trata de encontrarse a sí mismo. Protagoniza la historia una pareja de músicos (Ashkan y Negar) cuyo sueño consiste en crear una banda underground. Para ella, las canciones son un vehículo de expresión de la afectividad; para él, un viento huracanado, capaz de transformar un paisaje de arena. No obstante, ambas concepciones de la cultura están prohibidas, razón por la que componen y ensayan en el más absoluto de los secretos. La cinta muestra el magma oculto que recorre el suelo de Teherán, la fuerza de una juventud rebelde, que siente y piensa cosas al margen de las consignas oficiales religiosas o gubernamentales.

Bahman Ghobadi se hace eco en su película del esfuerzo real de cientos de mujeres y de hombres que emergen de las profundidades de la tierra para cambiar un régimen violento y asfixiante. Pero el sacrificio de todos ellos por derrumbar, desde las entrañas, los cimientos autoritarios de su propio país, corre el peligro de no servir de nada si Israel los bombardea. La “primavera árabe” del año pasado demostró el poder del que pueden gozar las ciudadanías indignadas. La movilización pacífica, la paciencia y el coraje de un pueblo son los únicos métodos posibles de construcción de la realidad. Una guerra sólo añadiría más ruina a los cristales rotos.

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